Lo del miura está bien para imaginárselo, como un sueño secreto, como esas estupideces privadas que a todos nos endulzan la existencia. Pero ésta es verdad y Bernardo necesita poner sus decisiones en palabras. Necesita la confirmación de Francisca, que es quien más ha confiado en él. Ya sabe lo del miura. Sabe lo que pasó en la finca Zahariche y ha escuchado todas las dudas de Bernardo sobre si el tipo aquel que seseaba y llevaba las uñas amarillas no le estaría tomando el pelo. Francisca siempre le ha insistido en que no desconfiase. Nunca le ha insinuado siquiera que resulta un despilfarro gastarse diez mil euros en un toro para correrlo por la calle y después comérselo a la brasa. Bernardo lo cuenta porque necesita pensar que no se ha vuelto loco.
Así que, cuando termina de dar detalles sobre sus obras de recrecimiento, Francisca, que lo mira con los brazos cruzados (Francisca no es la carnicera grande y cascuda que todos nos imaginamos, Francisca es una mujer menuda de rasgos afilados, todo fibra), mira la valla, aprieta los labios y entorna la mirada, y entonces le pregunta:
–¿Y cómo lo vas a sacar de aquí?
Un viento helado azota el rostro de los dos. Francisca saca del forro polar un tubo de vaselina y se lo pasa por los labios. Bernardo mira el embarcadero recién hecho, las jambas de cemento todavía fresco. Francisca tiene razón. ¿Cómo embarcan a los toros bravos en las ganaderías?, ¿cómo consiguen que se metan en el cajón que los ha de trasportar? Sin embargo, antes de desmoronarse, antes siquiera de contestar, Bernardo ya imagina un estrecho pasillo de tubos de hierro, como un cajón de curas.
–Aún no está acabado, mujer –dice Bernardo, e improvisa todo lo que falta hasta que pueda embarcarse y desembarcarse sin contratiempos al toro Pocapena, de la ganadería de los herederos de don Eduardo Miura.
Francisca le acerca el tubo de vaselina.
–Toma, anda –le dice–, que llevas los labios en perdición.
Lo que has leído es un fragmento de un cuento del escritor turolense Antonio Castellote, mucho menos conocido, espero que no por mucho tiempo, de lo que merecen su talento, su dedicación y su saber. Recomiendo visitar su blog: Bernardinas
sábado, 17 de noviembre de 2007
Los toros en invierno
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2 comentarios:
un estrecho pasillo de tubos de hierro, como un cajón de curas.
¡Qué buena esta imagen!
Me cagüen la puta, acabo de darme cuenta, antes no había posad la vista sobre esta entrada, Antonio Castellote fue profesor mio de Literatura Universal en el instituto, hace 4 años.
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