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Hans Reichel pintaba pequeñas acuarelas con formas y colores reminiscentes de mundos esotéricos. Su pincel, según Henry Miller, era "la vara de un mago". El escritor norteamericano fue muy amigo de Reichel, con quien compartió la bohemia parisina en los años treinta, y le dedicó numerosos ensayos, entre ellos, El ojo cosmológico: para Miller, Reichel ejemplificaba los poderes que tiene el arte para penetrar en el misterio. Según el autor de los Trópicos, en los cuadros de Reichel había un ojo, que era el órgano del amor con el que Reichel miraba el mundo. A su vez, ese ojo quedaba en el cuadro y desde allí "mordía las entrañas de los hombres para aferrarlos como un espejo".
Ciudadano de Schwabing, el barrio bohemio, Reichel había salvado la vida de Ernest Toiler, el escritor que presidió la fugaz comuna roja de Munich, como lo relata Paul Klee en su diario.
-Quiero que los cuadros me devuelvan la mirada. Si los miro y ellos no me miran también, sé que no son buenos... -confesaba Hans Reichel.
martes, 24 de noviembre de 2009
Hans Reichel
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