domingo, 14 de septiembre de 2008

La batalla de Maratón

Contada por Herodoto

CXII. Dispuestos en orden de batalla y con los agüeros favorables en las víctimas sacrificadas, luego que se dio la señal, salieron corriendo los atenienses contra los bárbaros, habiendo entre los dos ejércitos un espacio no menor que de ocho estadios. Los persas, que les veían embestir corriendo, se dispusieron a recibirles a pie firme, interpretando a demencia de los atenienses y a su total ruina, que siendo tan pocos viniesen hacia ellos tan de prisa, sin tener caballería ni ballesteros. Tales ilusiones se formaban los bárbaros; pero luego que de cerca cerraron con ellos los bravos atenienses, hicieron prodigios de valor dignos de inmortal memoria, siendo entre todos los griegos los primeros de quienes se tenga noticia que usaron embestir de carrera para acometer al enemigo, y los primeros que osaron fijar los ojos en los uniformes del medo y contemplar de cerca a los soldados que los vestían, pues hasta aquel tiempo sólo oír el nombre de medos espantaba a los griegos.

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CXIII. Duró el ataque con vigor, por muchas horas en Maratón, y en el centro de las filas en que combatían los mismos persas y con ellos los sacas, llevaban los bárbaros la mejor parte, pues rompiendo vencedores por medio de ellas, seguían tierra adentro al enemigo. Pero en las dos alas del ejército vencieron los atenienses y los de Platea, quienes viendo que volvía las espaldas el enemigo no la siguieron los alcances, sino que uniéndose los dos extremos acometieron a los bárbaros del centro, obligáronles a la fuga, y siguiéndoles hicieron en los persas un gran destrozo, tanto que llegados al mar, gritando por fuego, iban apoderándose de las naves enemigas.
CXIV. En lo más vivo de la acción, uno de los que perecieron fue Calímaco el Polemarco, habiéndose portado en ella como bravo guerrero: otro de los que allí murieron fue Estesilao, uno de los generales, hijo de Trasilao. Allí fue cuando Cinegiro, hijo de Euforion, habiéndose asido de la proa de una galera, cayó en el agua, cortada la mano con un golpe de segur. A más de estos, quedaron allí muertos otros muchos atenienses de esclarecido nombre.
CXV. En efecto, los de Atenas con esta acometida se apoderaron de siete naves. Los bárbaros, haciéndoles retirar desde las otras, y habiendo otra tomado a bordo los esclavos de Eretria que habían dejado en una isla, siguieron su rumbo la vuelta de Sunio, con el intento de dejarse caer sobre la ciudad, primero que llegasen allá los atenienses. Corrió por válido entre los atenienses, que por artificio de los Alcmeónidas formaron los persas el designio de aquella sorpresa, fundándose en que estando ya los persas en las naves levantaron ellos el escudo, que era la señal que tenían concertada.
CXVI. Continuaban los persas doblando a Sunio, cuando los atenienses marchaban ya a todo correr al socorro de la plaza, y habiendo llegado antes que los bárbaros, atrincheráronse cerca del templo de Hércules en Cinosarges, abandonando los reales que cerca de otro templo de Hércules tenían en Maratón. Los bárbaros, pasando con su armada más allá de Falero, que era entonces el arsenal de los atenienses, y mantenidos sobre las áncoras, dieron después la vuelta hacia el Asia.
CXVII. Los bárbaros muertos en la batalla de Maratón subieron a 6.400; los atenienses no fueron sino 192; y este es el número exacto de los que murieron de una y otra parte. En aquel combate sucedió un raro prodigio: en lo más fuerte de la acción, Epicelo, ateniense, hijo de Cufágoras, peleando como buen soldado cegó de repente sin haber recibido ni golpe de cerca, ni tiro de lejos en todo su cuerpo; y desde aquel punto quedó ciego por todo el tiempo de su vida. Oí contar lo que él mismo decía acerca de su desgracia, que le pareció que se le ponía delante un infante elevado, cuya barba le asombró y le cubrió todo el escudo, y que pasando de largo aquel fantasma mató al soldado que a su lado tenía: tal era, según me contaban, la narración de Epicelo.

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Caosmeando

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