jueves, 5 de noviembre de 2009
Maldoror
Después de la muerte no obtendrás una recompensa de acuerdo con tus méritos, pues si cometen injusticias contigo en este mundo (como lo comprobarás por experiencia más tarde), no hay razón para que en la otra vida ya no las cometan más. Lo mejor que puedes hacer es no pensar en Dios, y hacerte justicia por ti mismo, ya que te la rehúsan. Si uno de tus camaradas te ofendiera, ¿acaso no te haría feliz matarlo?
-Pero está prohibido.
-No está tan prohibido como crees. Se trata simplemente de no dejarse atrapar.
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La justicia que suministran las leyes no vale nada; es la jurisprudencia del ofendido la que cuenta. Si detestaras a uno de tus camaradas, ¿no serías desdichado al saber que en todo instante lo tienes en la mente?
-Es cierto.
-Tenemos, pues, uno de tus camaradas que te hará desdichado toda la vida; porque al comprender que tu odio es sólo pasivo, no dejará de burlarse de ti, y de hacerte daño impunemente. No hay más que un medio de poner fin a la situación: desembarazarte del enemigo. He ahí adonde quería llegar para hacerte comprender sobre qué bases está fundada la sociedad actual. Cada uno debe hacerse justicia por sí mismo, salvo que sea un imbécil. Obtiene la victoria sobre sus semejantes sólo el más astuto y el más fuerte. ¿Acaso no querrás algún día dominar a tus semejantes?
-Sí, sí.
-Sé entonces el más fuerte y el más astuto. Todavía eres demasiado joven para ser el más fuerte; pero desde hoy puedes emplear la astucia, el más precioso instrumento de los hombres de genio. Cuando el pastor David alcanzó en la frente al gigante Goliath con una piedra lanzada con su honda, ¿no resulta admirable comprobar que solamente por la astucia David venció a su rival, y que, por el contrario, si hubiesen luchado a brazo partido, el gigante lo habría aplastado como a una mosca? Lo mismo pasa contigo. En lucha abierta, no podrás jamás vencer a los hombres, sobre quienes ansias extender el imperio de tu voluntad; pero con la astucia, tú podrás luchar solo contra todos. ¿Deseas riquezas, hermosos palacios y gloria? ¿O me engañaste cuando afirmabas tan nobles pretensiones?
-No, no, no os engañaba. Pero quisiera adquirir lo que deseo por otros medios.
-Entonces no lograrás nada. Los medios virtuosos y bonachones no conducen a nada. Es preciso poner en acción palancas más enérgicas y maquinaciones más inteligentes. Antes de que llegues a ser célebre por tu virtud y que alcances la meta, centenas de otros tendrán tiempo de realizar cabriolas por encima de tu lomo, y llegar al final de la carrera antes que tú, de modo que ya no habrá allí lugar para tus ideas limitadas. Hay que saber abarcar con más grandeza el horizonte del tiempo presente. ¿No has oído hablar nunca, por ejemplo, de la gloria inmensa que aportan las victorias? Y, sin embargo, las victorias no se producen solas. Es necesario derramar sangre, mucha sangre, para engendrarlas y depositarlas a los pies de los conquistadores. Sin los cadáveres y miembros esparcidos que se observan en la llanura donde se ha realizado la juiciosa carnicería, no habría guerra, y sin guerra no habría victoria. Así, ves, que cuando se pretende alcanzar la celebridad, es imprescindible sumergirse con elegancia en ríos de sangre alimentados por la carne de cañón. El fin justifica los medios. La primera condición para llegar a ser célebre es tener dinero. Ahora bien, como no lo tienes, tendrías que asesinar para adquirirlo pero como no eres bastante fuerte para manejar el puñal, hazte ladrón, en espera de que tus miembros se desarrollen. Y para que se desarrollen más rápido, te recomiendo hacer gimnasia dos veces por día, una hora por la mañana y una hora por la noche. De esta manera tu podrás intentar el crimen, con ciertas probabilidades, desde la edad de quince años, en lugar de esperar hasta los veinte. El amor por la gloria todo lo justifica, y quizás más tarde, dueño y señor de tus semejantes, les puedas hacer casi tanto bien como mal les has hecho en un comienzo…