Bastó un solo camión para que llegara con todos sus atos y garabatos al pueblo de Talandracas. Cuando vivíamos la tarde, la novedad corrió como reguero de pólvora, la nueva noticia invadió el centenar de casas y la llegada del circo se convirtió en tema de conversación para todos, se hablaba del circo en los cafetines y acequias.
Los mayores comentaban que hacía buen tiempo no llegaba uno de estos, para que alegre la vida. En coordinación con el Teniente Gobernador y el Agente Municipal le asignaron un espacio que se ubicaba entre el frente de las viviendas de los Martínez, Flores, Carbajal y los corrales de los Adrianzén, los Morán y los Gómez. Un espacio triangular, pedregoso y en declive.
En menos que canta un gallo ya habían armado las pequeñas carpas que les servirían de vivienda y, como toda gente de circo, consiguió que los vecinos fueran sus primeras amistades. Por lo que comentaba el dueño del circo ya conocía el pueblo, había venido en otras caravanas. Averiguó quién vendía guayaquiles con el fin de templar la gran carpa, hizo trato para que le alquilaran madera resistente y con la ayuda de algunos pobladores pusieron mano a la obra y cuando menos acordamos en un par de días ya estaba construido el coso del circo.
Con tablones desgastados armaron las bancas de la cazuela y unas sillas destartaladas ocupaban el espacio de la platea. En las costuras de la carpa, quedaban indicios que en un tiempo fue de colores.
No eran más de seis, los personajes que conformaban el elenco artístico, incluido un chivo que se rumoreaba era toda una atracción en el ruedo. De forma disimulada al mediodía, asistíamos a los ensayos y allí el Chalupa, como dueño del circo mostraba todas sus habilidades, desde luego que se portaban disciplinados.
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Llegado el momento de la función, alumbrados por petromax y con regular concurrencia de público, los pocos personajes confirmaron sus dotes de artistas: la mujer de Chalupa pasaba de la boletería a la pista en su calidad de bailarina, pero ya estaba con su embarazo bien avanzado y le prodigaban muchos cuidados. Un moreno que hacía de trapecista, se turnaba de guardián y en un abrir y cerrar de ojos lo encontrábamos tocando la batería.
La hija de Chalupa se desempeñaba como contorsionista e iba por los aires cojida de los cabellos y antes de la función hacía de controladora en la puerta de entrada. El hijo menor de Chalupa hacía de payaso y en los intermedios se convertía en vendedor de turrón que ellos mismos fabricaban.
Pero Chalupa se multiplicaba, hacía de presentador, de payaso, de trapecista, de mago, de torero, claro que en vez de toro jugaba con el chivo. Tocaba el clarinete, para acompañar el ingreso de los artistas. Se cambiaba de vestimenta con una velocidad increíble. Los viejos aseguraban que Chalupa se la ganaba bien sudada.
Recién llegados anunciaron que se quedarían unos cuantos días, porque estaban de gira por el norte e iban rumbo a otros países, con tal presentación internacional lograban la atención del público. Pero pasaban los días, se acumulaban semanas y no se iban.
De las entradas de gancho -para que ingresen con un solo boleto dos personas- pasamos a gancho de a tres y luego ofertas para que con un solo ticket ingresara toda la familia. Hasta que llegamos al punto que no se necesitaban de esos papeles, porque a todos los conocía, felizmente por ese tiempo no existía la SUNAT, de lo contrario Chalupa hubiera tenido serios problemas.
Y la caravana del circo no tenía cuando irse, el hambre apuraba entre la gente del circo, una mañana nos enteramos que la carne que habían vendido en el pueblo era la del chivo maromero. Circunstancias económicas los obligaron a deshacerse del chivo, con lo cual el circo pasó a tener cinco personajes.
Días después parió la mujer de Chalupa y se quedaron con cuatro, el moreno se cayó al piso mientras realizaba unas maniobras en el trapecio y se rompió algunas costillas. El elenco artístico se redujo a tres personas. Todo era una desgracia. Pero Chalupa, persistía convocando a dos, tres funciones el fin de semana y con la oferta se ingresaba con lo que se tuviera en el bolsillo o en la mano, desde cañas, limones, guabas y hasta mangos verdes aceptaba.
Eramos demasiado niños para entender la crisis por la que pasaban en el circo, pero nos sorprendía la tenacidad de Chalupa, un tipo todo menudito, persistente como el solo y hasta sonreía en cada una de las funciones que realizaba los días sábados y domingos.
Pero una noche, medio escondido llegó a la tienda de la tía Elvita, primero con la intención de empeñarle la batería y para luego vendérsela con el correr de los tiempos. Tanto vivió Chalupa y su gente en el pueblo, que ya lo considerábamos nuestro, no nos extrañaba encontrarlo en días de semana ayudando en las tareas del campo para ganarse alguito, aprendió a cosechar maíz, arroz, pero no podía con su genio, había nacido para ser gente de circo y a todo lo adverso le encontraba su lado humorístico.
Pero un día anocheció y no amaneció, Chalupa levantó vuelo, tiempos después llegarían otros circos y cuando preguntábamos por Chalupa, nos respondían que aún seguía vivo. En mi pueblo nadie recuerda su nombre real y sus apellidos, pero todos dan razón por su nombre artístico. Chalupa, el hombre del circo.
Jorge Arévalo Acha
domingo, 3 de mayo de 2009
Chalupa, payaso
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