viernes, 8 de febrero de 2008

Historia de la prostitución (2)

En la historia romana, en sus inicios, era casi nulo el meretricio, ya que no tenían todavía a Venus como diosa oficial. Las pocas prostitutas que había eran marginadas de la sociedad y debían vivir en los lugares más apartados de Roma. No podían casarse y llevaban un distintivo. Con la aceptación de los dioses Venus y Baco en el sistema religioso se incrementó el desenfreno sexual y alcohólico y con ello la prostitución. Ante esta situación se decidió implantar leyes para frenar los excesos.

En la antigua civilización etrusca se conocía y admitía la prostitución, hasta el extremo de aceptar que muchas jóvenes formaran su dote con los fondos que así conseguían.
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La prostitución se daba en la forma hospitalaria y en la consentida. La primera se ejercía en los bosques de laurel y mirto que rodeaban las ciudades, mientras que la reglada o consentida tenía por escenario los arrabales de las mismas, especialmente los que rodeaban los puertos y permitían un fácil contacto con los extranjeros.

En la Roma primitiva, las prostitutas eran muy poco numerosas, y estaban excluidas de la sociedad romana, y se les prohibía llevar el vestido de las matronas, signo de la mujer decente, y debían vivir confinadas en los rincones más oscuros de la ciudad. Poco a poco se las fue organizando mediante un control muy severo. Las prostitutas debían registrarse en la Policía, lo que constituye un antecedente de las prácticas actuales, y quedaban desposeídas automáticamente de ciertos derechos civiles.

Las inscripciones pompeyanas y los textos legales de Ulpiano y Justiniano excluyen del concepto de prostituta a las adúlteras pasionales y a las que poseían un amante, pero incluyen, en cambio, a las que ejercen clandestinamente. Sea como fuere, es general entre los jurisconsultos romanos que el precio por sí solo no define la prostitución, considerando como mujer honesta a la que supiera guardar las apariencias. Las leyes del Digesto no hablan para nada de la prostitución masculina, hetero y homosexual, tan común, sin embargo, en la antigüedad.
Marco Aurelio pone los cimientos de la reglamentación. La prostituta debía llevar su licencia stupri, que sería la marca de la indignidad e infamia hasta su muerte. Además de ser vigiladas por censores, debían pagar a éste el impuesto vectigal creado por Calígula equivalente a la octava parte de su ganancia diaria, con lo que engrosaba el fisco. En el año 149 a.C. la Ley Scantinia de Nefanda Venere sancionaba no solamente a las mujeres que se prostituían, sino también a los pederastas".
En la época de Trajano, se calculaba que en Roma había más de 30.000 prostitutas censadas que vivían en las afueras de la ciudad, y a éstas había que agregar varios millares de "paseantas" secretas no fichadas, que practicaban la prostitución libre. Con el advenimiento del cristianismo, comenzó la lucha contra la prostitución. Dioclesiano, Anastasio I y Justiniano trataron de poner un dique a las costumbres licenciosas de la época, ayudando a la rehabilitación de las mujeres caídas, mediante la destrucción de los registros donde constaba su posición infamante, y la anulación de las restricciones de derechos que pesaban sobre ellas. La nueva religión condenó la corrupción e hizo conocer el dogma del pecado, mediante el cual se predicaba una moral muy severa que honraba la castidad y la continencia, y sancionaba la monogamia como ley sagrada. Las reformas más importantes de la nueva iglesia se realizaron en el terreno del sexo. El paganismo había tolerado a la prostituta como un mal menor y necesario; la Iglesia Católica la atacó sin concesiones e impuso un patrón único de moralidad para ambos sexos. Su éxito no fue completo, ya que la prostitución continuó su camino en el ocultamiento y el disimulo; sobreviviendo pese a tener que franquear barreras éticas y morales totalmente nuevas".

Carlomagno ordenó el cierre de todos los establecimientos donde las mujeres se permitían tener relaciones sexuales promiscuas y dispuso el destierro de las prostitutas, pero las medidas legales resultaban inocuas. Durante la Primera Cruzada, algunas mujeres pagaban su viaje vendiéndose en las ciudades de la Ruta. Y las Cruzadas siguientes vieron engrosadas sus filas por numerosos contingentes de mujeres vestidas de hombres, que llegaron a crear verdaderos burdeles alrededor de la Tienda Real.

Pese a la devoción religiosa imperante en esa época, se toleraba a las prostitutas por considerarlas un mal necesario: solaz para los soldados que combatían por el Señor y defensa de la moral de los hogares. Como todos los trabajadores se agrupaban en gremios, ellas también formaron el suyo, que contemplaba tanto la situación de las que se encontraban recluidas en casas especiales, como la de aquellas que viajaban errantes tras los ejércitos. Es decir, que la prostitución no sólo era aceptada, sino, incluso, protegida y regulada.

A pesar de las leyes, empezaron a florecer los prostíbulos. Tanto las prostitutas como los que las dirigían debían inscribir sus nombres en los registros de la ciudad, de los que nunca se les borraba. Más adelante se crearon los lupanares, equivalentes al dicterion griego, que debían estar fuera de la ciudad. El Senado estableció una división entre las prostitutas de estos lugares y las prostitutas errantes o clandestinas. Ambas eran condenadas a la infamia pública. Lo mismo sucedía con las personas que facilitaban la prostitución.

Durante el imperio de Diocleciano la prostitución bajó notablemente por influencia del cristianismo. Con la caída de Roma , los bárbaros decretaron leyes represivas contra la prostitución. Posteriormente, todos los emperadores cristianos se esforzaron en atajar y reprimir la prostitución. Constantino fue uno de los más fervientes defensores de la moral romana. Él limitó el libre accionar de los homosexuales, quienes hasta entonces no hallaban obstáculos para requerir servicios sexuales (de varones prostitutos). Todos los emperadores cristianos sin excepción, y Justiniano más que ninguno, se afanaron en consolidar las costumbres del imperio haciendo uso de todos sus recursos y todo su poder. Fue Justiniano quien cambió e impuso un nuevo e inexorable reglamento en los baños públicos tan característicos en todo el imperio. El Emperador obligó en estos baños, como medida preventiva, a la diferenciación entre los dos sexos. También dictó una severa ley en la que exponía que el marido que fuese sorprendido en el baño con una mujer que no fuese la propia perdiese a perpetuidad todas las donaciones que pudiese obtener de su esposa.

La prostitución masculina, por otra parte, acabó por tomar tanto incremento desde el siglo v a.C. en Grecia y desde la época imperial en Roma, que llegó acaso al mismo nivel que la prostitución femenina. Tampoco era infrecuente que los hombres se prostituyesen a las mujeres, como se encuentra mencionado en el libro bíblico de Ezequiel y aparece en las poesías de Juvenal y Marcial.

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