viernes, 9 de noviembre de 2007

La filosofía no sirve de nada

Me parecen necesarias y generadoras estas palabras de Adolfo Sánchez Vázquez al aceptar un doctorado honoris causa:

Al hablar de la percepción negativa de la filosofía nos referimos ahora a su significado social; es decir, al que es propio y peculiar de una sociedad, como la nuestra, en la que todas las actividades humanas y sus productos se convierten en mercancías; una sociedad en la que los valores más nobles –la justicia, la belleza, la dignidad humana– se supeditan al valor de cambio; en la que el lucro, la ganancia, mueve las aspiraciones y la conducta de los hombres, y en la que la competencia, el egoísmo y la intolerancia hacen de la sociedad –como decía Hegel– un campo de batalla. En esta sociedad lucrativa, competitiva y mercantilizada, la filosofía –como las ciencias sociales y las humanidades– no es rentable. Y de ahí que en la enseñanza media y superior se aspire –como aspira nuestro alto funcionario– a recortar las alas a la filosofía para que vuelen a sus anchas las disciplinas gratas al mercado. Y a esta aspiración responde la mayor parte de las universidades privadas y, en general, las empresariales, que se fundan exclusivamente para satisfacer las exigencias del mercado. Pero cierto es también que las universidades públicas no escapan, aunque con la resistencia que cada vez debe ser más intensa, a esa tendencia productivista, mercantilista.

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Y para justificar esta tendencia, se arguye descaradamente que la filosofía no es productiva o práctica. Y en verdad no lo es, en el sentido mercantil, capitalista. Estamos, pues, ante una actitud, aspiración o tendencia que responde a un sistema económico-social neoliberal, en el que con la globalización del capital financiero la mercantilización de todo lo existente alcanza –tanto a escala nacional como mundial– un nivel jamás conocido.
Tenemos, así, dos tipos de percepción negativa de la filosofía; una, del hombre común y corriente que no ve ninguna utilidad personal en ella, y otra, la del capitalista o sus voceros que niegan su utilidad económico-social por no ser rentable en el mercado.
Ahora bien, a esta doble percepción negativa de la filosofía –y al descrédito correspondiente de ella– contribuyen también ciertos filósofos que se llaman a sí mismos “posmodernos” o del “pensamiento débil”. Estos filósofos la descalifican por proponer, en la actualidad, lo que la filosofía, desde Platón a John Rawls, ha propuesto más de una vez: una sociedad justa o una vida humana buena. Los posmodernos interpretan el incumplimiento del proyecto emancipatorio de la modernidad o el fracaso histórico del “socialismo real”, que realmente nunca fue socialismo, como el fin de las causas emancipatorias o de los “grandes relatos”, según su terminología, que la filosofía de la ilustración y el marxismo han propuesto. Despejan así el camino al desencanto, a la decepción y a la desconfianza en la filosofía, con el agregado de que, con ello, pierde sentido todo compromiso con los valores, ideales o causas que muchos filósofos, desde Sócrates, han asumido.
A estas percepciones de la filosofía hay que contraponer la reivindicación de su importancia, necesidad y función social. Y no sólo en el sentido teórico-práctico, de contribuir con sus reflexiones a elevar y dignificar al hombre, sino también en el práctico de influir en sus actos, contribuyendo así a dignificarlo, a humanizarlo en la realidad.
Así pues, si bien la filosofía es inútil juzgada con un estrecho criterio, egoísta e individual, y si es improductiva, no rentable, al aplicarle el criterio productivista, mercantilista, sí es, por el contrario, productiva, práctica, rentable, en un sentido verdaderamente humano y vital, como la atestiguan momentos clave de su historia: al forjar la moral y la política del ciudadano de la polis ateniense; al impulsar en el Renacimiento y en la modernidad la liberación del individuo de los grilletes del despotismo y de la Iglesia; al inspirar al pueblo francés con los valores de la libertad, la igualdad y la fraternidad en la Revolución de 1789, y en las de independencia en América Latina; al denunciar, desde Rousseau a la Escuela de Frankfurt, el torcido y perverso camino que tomaba el progreso científico y tecnológico y, finalmente, para no alargar los ejemplos, al plantearse con Marx y Engels la necesidad y posibilidad de transformar el mundo de la explotación del trabajo por el capital.
Y si nos preguntamos hoy dónde está la importancia y la utilidad de la filosofía, habrá que responder a ello situándonos en el mundo en el que se hace la pregunta.
Un mundo injusto, abismalmente desigual; insolidario, competitivo y egoísta; un mundo en el que una potencia –Estados Unidos– se burla del derecho internacional y recurre a la forma más extensa de la violencia contra los pueblos: la guerra preventiva, y a la más bárbara y repulsiva práctica contra los individuos inocentes: la tortura; un mundo en el que la dignidad personal se vuelve un valor de cambio y en el que la política –contaminada por la corrupción, el doble lenguaje y el pragmatismo– se supedita a la economía.
No es posible callar, ser indiferente o conformarse con este mundo que, por ello, tiene que ser criticado y combatido. Pero su crítica presupone los valores de justicia, libertad, igualdad, dignidad humana, etcétera, que la filosofía se ha empeñado, una y otra vez, en esclarecer y reivindicar. Pues bien, ¿puede haber hoy algo más práctico, en un sentido vital, humano, que este esclarecimiento y esta reivindicación por la filosofía de esos valores negados, pisoteados o desfigurados en la realidad?
Ahora bien, este mundo actual, justamente por la negación de esos valores exige otro más justo, más libre, más igualitario, y otra vida humana más digna, exigencia que desde la República de Platón a la sociedad comunista de Marx y Engels ha preocupado a la filosofía. Pero el cambio hacia ella, ¿es posible? Pregunta inquietante a la que la ideología dominante responde negativamente alegando una inmutable naturaleza humana egoísta, insolidaria, agresiva, intolerante. Toca a la filosofía salir al paso de esta operación fraudulenta de convertir los rasgos propios del homo economicus de la sociedad capitalista en rasgos esenciales e invariables de la naturaleza humana. Con ello la filosofía presta un servicio no sólo a la verdad, sino a la esperanza en el cambio hacia un mundo alterno con respecto al injusto y cruel en que vivimos. Y necesitamos también de la filosofía para deshacer los infundios de los ideólogos que proclaman que la historia ya está escrita, o ha llegado a su fin, con el triunfo del capitalismo neoliberal, “democrático”, hegemonizado unilateralmente por Estados Unidos.
Pero la historia, puesto que la hacen los hombres, ni está ya escrita ni es inevitable. Y puesto que en estas cuestiones se halla en juego el destino mismo de nuestras vidas y de nuestra acción, nada más vital y práctico que el papel esclarecedor de la filosofía con respecto a ellas, así como su intervención en cuestiones tan vitales como las del progreso científico y técnico cuando éste se vuelve contra el hombre; las relaciones entre política y moral cuando la política se corrompe, o se vuelve “realista”; la del dominio del hombre sobre la naturaleza cuando, guiado sólo por el lucro, mina la base natural de la existencia humana, y, finalmente, la del imperio que destruye la convivencia pacífica entre los pueblos.
Ahora bien, no hay que caer en el ciego optimismo que ve en la filosofía respuestas o certezas para todas las interrogantes. La filosofía no tiene, por ejemplo, respuestas definitivas para asegurar la armonía entre lo universal (los derechos humanos) y lo particular (la diversidad de tradiciones y culturas). Pero en contraste con los infundios de la ideología dominante, del delirio de los fanáticos políticos o religiosos o de la siembra corrosiva de los renegados, la filosofía nos ofrece con su crítica y argumentación racional y sus diseños meditados de una vida más humana la vía más confiable para navegar hacia un buen puerto, aunque no seguro.
Se hace, pues, necesario, en tiempos de confusión e incertidumbre, reivindicar la filosofía justamente por su importancia y utilidad humana, práctica, vital.

En los vínculos hay información muy interesante acerca de Adolfo Sánchez Vázquez: su vida, su obra, sus ideas.



http://colombia.indymedia.org/news/2005/10/32762.php

http://colombia.indymedia.org/news/2005/10/32762.php

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Burnia de higos

Anunciamos una receta de fruta con flores y aquí va una nueva de receta de Ruperto de Nola, florida por dentro, pues es sabido que los higos están llenos de flores y por fuera. No es nada difícil de hacer. Que disfrutéis durante su preparación, en la espera y al degustarla. Por si fuera necesario, se aclara aquí que una burnia o alburnia, vendría a ser una fuente honda de barro, como la que se usa para hacer la granadina cuajada de carnaval.

Burnia de higos

Muy buenos higos pasados tomarás bien melados, y allanarlos bien uno a uno, y quitarles lo duro de los pezones, y tomar una aljafana o alburnia o plato hondo que sean nuevos y muy limpios, y pon al suelo del plato o aljafana un lecho de rosas coloradas, quitando el blanco de ellas con unas tijeras, y sobre las rosas un poco de azúcar, y después un lecho de los higos y de esta manera haciendo un lecho de las rosas y azúcar y otro de los higos, henchir la aljafana o plato, y hecho esto, tapar bien la alburnia o plato, para que esté así quince o veinte días, y después comer de estos higos, y es muy gentil manjar.




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Édouard Manet

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Caosmeando

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