martes, 17 de noviembre de 2009

El condenado

Por fin, tras una larga espera tenemos en el caosmos este relato de iNsTaNte_aLepH que resultó ganador del primer concurso de relatos de ciencia ficción del foro ACB.

Tenía dos opciones.

Quedarme en la tierra y ser ejecutado o aceptar la misión.

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1

Supongo que debería empezar desde el principio. Mi nacimiento tuvo lugar el 7 de febrero de 2.147. Bueno, tal vez no tan al principio. Veintiocho años, tres meses y cinco días después creo que sería un buen comienzo para este relato.

Aquella mañana maté a siete personas durante una congregación del Santorum Magnus Comendatore, religión puesta de moda tras la caída del II Imperio Anglo-Chino-Hispano. ¿Por qué lo hice? La mejor respuesta que he encontrado es que odiaba a todo el mundo, eso dije durante el juicio. Hoy volvería a decir lo mismo.

Al juez pareció no gustarle demasiado mi confesión. Condena a tres meses de torturas, diez años de trabajos forzados y ejecución pública. Tampoco es que me sorprendiera aquella sentencia, algo severa si, pero dentro de lo razonable según el código penal.

Fue un proceso al nuevo estilo, ágil, despersonalizado, frío pero eficaz. Así se llevaban las cosas ahora y parecía funcionar, las cifras y estadísticas lo atestiguaban. Debía ser cierto.

Pero yo hice aquello tan macabro, como algunos llegaron a llamarlo, matar a siete personas, con un cuchillo. Degolladas. No podía soportar el mundo, no, no, miento, eso no es cierto. No soportaba a las personas, sin más. El cartero de sonrisa estúpida, el albañil gruñon de la esquina, la vecina enseñalotodo paseando a su coqueto perrito, el presentador con bigote de la tele, el político mentiroso de turno, el periodista listillo, nada, que no podía. Era superior a mis fuerzas, sentía la necesidad primaria e irracional de matarlos a todos.

Al fin y al cabo sólo fueron siete.
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2

No quisiera aburrir al lector con la primera parte de la condena, tediosas horas de cables eléctricos en las uñas de los pies, interminables gotas chinas, robustos látigos de cuatro puntas o damiselas de hierro. Creo que es irrelevante, es más, ni siquiera debería mencionarlo.

Empezó igual que había acabado, ¿o era al revés? Supongo que da igual. Quiero decir que aquello no me cambió, fui incapaz de sentir más allá de ocasionales dolores físicos. Por dentro nada, una nada absoluta. A veces eso es lo que más miedo me da de todo aquello. Porque hay “nadas” a medias e incluso a tres cuartos, pero ¿absolutas? No sé, la verdad es que aterra un poco.

Luego me trasladaron a New five points, una prisión de máxima seguridad al norte de la antigua metrópoli de Nueva York. Ahora que recuerdo aquel lugar era como un bucle infinito. Nos despertaban a las cinco y media, desayuno a base de glucosa derivada láctea y a trabajar. En una fábrica, cadena de montaje, limpiando, haciendo una aerocarretera o picando mitonina en algún triste agujero de esos que nunca salen en los multidiarios. ¡Bonito lugar donde trabajar y morir! Derrumbes, gases, exposiciones solares, tormentas de arena. Para algunos estaba bien, querían perecer allí, entre aquellas rocas negras, en el desierto, olvidados. No querían una ejecución pública, la sola idea de aquello les volvía locos. A mí me daba igual, aunque prefería morir más tarde que temprano, apreciaba mi vida. La hora de la comida eran las tres de la tarde, vitaminas, proteínas y minerales, mezclado con una base pastosa de color amarillento. “Bazofia” lo llamaban a menudo en tono irónico, yo lo comía, era comida como otra cualquiera. Aunque debo confesar que a menudo le faltaba sal. Vuelta al trabajo hasta las nueve, cena en el comedor común y luego a la celda. Acolchada y blanca, parecía diseñada para hacerle a uno perder la cabeza. “Si no estabas ya loco ahora lo estarás” parecían gritar las paredes.

Los viernes nos dejaban salir al patio una hora. Jugar al bliss, pasear por el recinto o hablar un rato con algún compañero. Estaba permitido. Yo solía sentarme solo, en un banco, a mirar el cielo, aquella claridad aún me persigue, no llovió ni un día, nunca. Sólo ese inmenso azul que acababa por dañar los ojos y marear la cabeza a uno. Pero me gustaba, me relajaba y me aislaba de los demás. No esperaba entonces la compañía de los otros con demasiado entusiasmo.

Pero estaban las noches. Uno podía encontrarse a si mismo en la soledad de su cuarto. Apagaban las luces a las once en punto y el silencio se hacia, se podía escuchar un toser al otro lado del pabellón o los pasos de un guardia en el piso de arriba. Era mi momento preferido del día, solía sentarme en el catre a leer algún libro de la biblioteca o simplemente a mirar por la ventana, se veían las estrellas, miles de ellas. Era tranquilizador.

Me gustaba, podía uno meditar, discutir y hasta incluso darse un par de bofetadas.

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3

Llegó el día en que todo terminaba para mí, expiraba el plazo de la existencia. Aquella mañana me dejaron dormir hasta las ocho y media. Luego una ducha y un desayuno algo más copioso de lo habitual, pero sin pasarse. Por fin fuera de allí y trasladado en un furgón negro, de esos blindados, con barrotes y ruedas de trailer. Irónico, un monstruo de metal y caucho para llevar a un monstruo de carne y hueso. Tardamos unos quince minutos en llegar a la sede central de justicia, sección de ejecuciones.

Me hicieron pasar a una sala. Un señor de aspecto envejecido y cabellera blanquecina se atusaba la barba mientras fumaba un cigarrillo sentado en una silla, justo detrás de una mesa, parecía distraído. También había un cristal de esos opacos, como en las películas, supongo que alguien estaría observando o grabando la escena.

-¿Cómo te llamas?
-Nº 10078, Señor.
-Oh, ya ya… pero eres Sergei Rubolev Gogor ¿no?
-Sí, Señor… es que… hacía tiempo que nadie me llamaba así.
-Está bien, está bien hijo… tengo aquí tu informe. ¿Te gustaría decir algo?
-Señor, no sabría qué decir.
-¿Te has arrepentido de lo que hiciste?
-No Señor, creo que no.
-Pero…Sergei, lo que hiciste fue horrible.
-Eso dicen todos Señor, eso dicen todos.
-¿Tú no lo crees muchacho?
-No Señor, nunca vi el horror en mis actos.

Entonces se abrió otra puerta y apareció un segundo hombre, parecía algo más joven que el primero y llevaba un fichero en la mano. Se limitó a saludar con un leve movimiento de cabeza, dejar lo que traía sobre la mesa y salir igual que había entrado, sin decir palabra. Me inquietó un poco aquella súbita aparición.

-Bueno… a ver Sergei… ¿por dónde íbamos?... ah sí, sí… dime ¿sabes por qué estás aquí?
-Hoy es el día de mi ejecución, Señor.
-Eres un muchacho espabilado. ¿Quieres que eso ocurra?
-No entiendo su pregunta Señor.
-¿Quieres morir chico, ser una ex-persona?
-No Señor, no quiero perder la vida, la aprecio mucho. No lo he deseado ni un solo día de la condena.
-Muchos en tu situación pierden los papeles, se vuelven casi infrahumanos. No valorando su vida más que la existencia de una mísera cucaracha.
-Lo sé Señor, lo he visto. Yo no soy como ellos.
-Ya, ya… eso dice tu expediente.
-¿Eso es bueno o malo Señor?
-Ya veremos Sergei… ya veremos… ¿quieres un cigarrillo?
-Claro Señor.

Sacó un paquete de Slammies alargándome uno por encima de la mesa junto a un pequeño mechero dorado de esos en forma de revólver. Era tabaco caro, no del que se fuma en la cárcel. No puedo negar que aquellas caladas, allí, relajado y en silencio fueron lo mejor en mucho tiempo. El tipo me miraba de arriba abajo, como sonriendo pero sin hacerlo, podía notar como su cabezota pensaba debajo de la piel.

-En fin Sergei, mire, le seré franco, puede usted salvarse.
-¿Salvarme dice Señor? No le comprendo.
-Abra bien los oídos muchachos y escuche, se lo explicaré de forma breve y clara.
-Si Señor.
-Está bien. Como usted ya sabrá Rubolev, el mundo se expande en los últimos años a un ritmo acelerado. Viajes en transbordadores, bases en varios planetoides y satélites. Una constante búsqueda, la tierra se agota y necesitamos nuevas materias primas. O incluso con algo de suerte algún lugar donde poder emigrar, como un dulce sueño más allá de las estrellas. ¿Me sigues?
-Bueno Señor, sé que quiere decir… pero… no sé que tiene que ver todo eso conmigo.
-Toda búsqueda implica un riesgo muchacho, y si le soy sincero… algunas de nuestras misiones son en extremo peligrosas. No podemos enviar civiles cualificados así como así, sería una perdida.
-Parece que ya entiendo Señor. Ustedes mandan presos en esas misiones complicadas ¿verdad?
-Es perspicaz, pero no es exactamente eso. Nosotros estudiamos todos y cada uno de los expedientes archivados de los presos, que como intuirá ha ido en aumento en los últimos años, cosas de la pobreza, la desigualdad social y las guerras tribales. Eso no me compete, no me interesa. Luego integramos algunos reclusos seleccionados en el programa Colerum IV, que lleva activo desde hace tres años.
-¿Colerum? Nunca había oído hablar de ello Señor.
-Claro que no, ni tú ni nadie. Muy pocos lo saben. Si todos lo supieran no estarías ahora mismo aquí conmigo.
-Entiendo Señor.
-¡No entiendes un carajo! ¡Atiende! A cada preso se le asigna una misión, se le entregan los datos y tiene dos días para decidir. Si acepta debe firmar un contrato bajo el cual el gobierno federal se compromete a considerar como persona libre y apta para la sociedad al susodicho en caso de regresar. Se le daría nuevo nombre y vida.
-¿Quiere decir que…?
-¡Tome Sergei! Coja esta carpeta, tiene dos días.
-Muchas gracias Señor.

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4

Dos horas estuve en aquella habitación de color verde, sentado en una silla. Necesitaba pensar pero no podía, una cortante sensación de felicidad me traspasaba. Me quedé allí sin hacer nada, mirando algún punto indeterminado en las paredes, fumando un par de cigarrillos. Podría casi jurar que no pensaba en nada, que tenía la mente en blanco.

Desperté del pequeño y placentero letargo media hora después, el informe de la expedición estaba junto a mí. La curiosidad empezaba a subir columna vertebral arriba mordisqueando hasta llegar a la nuca, como un jarro inesperado de agua fría. Transcribo ahora lo que recuerdo.

“Informe Colerum 137-XX. Especificaciones de la misión:
Destino: cuadrante Hubbel.
Objetivo: recopilación de datos y búsqueda de indicios.
Tiempo de vuelo: indeterminado.
Riesgos: desconocidos, zona no explorada.”

Era escueto y parecía no decir mucho, pero era una promesa de liberación. Luego venía un pequeño panegírico firmado por el doctor M. K. Foster hablando de la importancia de estos viajes espaciales y de la necesidad de buscar nuevos mundos traspasando las líneas del horizonte, hacia lo desconocido. Mencionaba héroes y empresas titánicas que llevaron al hombre en otros tiempos a progresar. Yo podía ser un nuevo mito, eso decía.

Aparté el informe, ya estaba decidido, quería vivir. Esperé media hora más, fumando lentamente, mirando, simplemente mirando. Llamé al guardia diciendo que aceptaba. Me sacaron de aquella sala para llevarme a otra estancia, esperaban el hombre que antes había hablado conmigo y cuatro tipos más. Me extendieron un papel, era un contrato, claro y sin trampas, venía firmado por el presidente y adjuntos del gobierno federal y con el sello oficial.

Firmé, junto a mí el Doctor M. K. Foster como jefe de la comisión y los otros tipos como testigos. Hubo algunas risas, conversaciones distendidas y alguna felicitación. Era libre.

Tenía que prepararme para el “viaje”, que era como ellos llamaban a todo aquello.

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5

Fueron unos meses en extremo alegres, tenía un cuarto bastante limpio y con luz natural la mayor parte del día. Había un ventanal que iba a dar a un pequeño huerto de hortalizas y sintéticos, y algo más allá un bosque de árboles. No sabría decir si eran de verdad o artificiales, estaban demasiado lejos.

Gente no se veía mucha, a excepción de unos cuantos guardias, algunos doctores y cuatro o cinco especialistas en mecánica, física, IA, viajes espaciales… . Pero le dejaban a uno pasear solitario por los jardines o sentarse sin hacer ruido a leer en un banco de madera. Me dejaban ir a la biblioteca, era bastante grande. Recuerdo la primera vez que la vi, sobria y austera pero con unas estanterías que llegaban hasta el techo. Llenas de libros, algunos viejos y de color amarillento, otros guardando el aspecto señorial de sus tapas nobles y duras. Inclinados, verticales y algunos apilados en pequeños montones horizontales. No eras capaz de encontrar una sola mota de polvo, todo estaba pulcro, alguien debía cuidarlo a menudo.

En realidad me seria difícil describir que sentí aquella primera vez, pero creía estar tocando las llamas de una hoguera con las yemas de los dedos, abrasándome, mientras los pulmones se me hinchaban aspirando todo el aire y el humo del cielo. Me encontré colmado de sed por conocer.

Todo no era juerga y diversión, recibía cinco horas todos los días de duros entrenamientos físicos y psicológicos. A menudo jugaban poniendo a prueba mi mente y mi cuerpo, llevándome hasta situaciones extremas, muchas de ellas fuera de toda lógica. Era agotador y algunos días me sentía como desfallecer, como si mi cuerpo fuera a desvanecerse, como si todo perdiera la luz mutando en una sombra exforme.

Pero me alimentaban bien, podía leer, descansar, dar paseos, tenía tiempo para meditar y por las noches antes de dormir me dejaban elegir algo de música, me daban cigarrillos y algo de alcohol para alegrarme. Era libre, en fin, era feliz.

La instrucción duro poco menos de siete meses. El veredicto unánime, estaba plenamente cualificado para llevar acabo la misión. Embarcaría a los tres días, en una nave de reconocimiento bautizada como Cronos IX, me llevaron a verla y me dejaron descansar.

Aproveché para relajarme y disfrutar un poco, era el comienzo de una nueva vida.

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6

Llegó el día 1 de enero de 2186, el momento de mi partida. Abandonaba la tierra que me vio nacer, triste noticia, pero una secreta esperanza ardía en mi pecho, como las ascuas que durante horas siguen rojas en la hoguera ya apagada. A mi regreso sería ya un hombre libre.

El despegue pareció ir sobre ruedas, nunca antes había visto uno y muchos menos estado dentro, pero ninguna lucecita roja parpadeó, no sonó la alarma, todo permaneció en orden, en silencio. Ni siquiera pude distinguir el evidente ruido que debían hacer los reactores, allí dentro todo era calma y mutismo. Miento, si que recuerdo un sonido, al abandonar la atmósfera terráquea un breve pitido metálico inundó mis oídos, como si fueran a estallar. Pero pasó y volvió el silencio.

No me levanté del asiento ni me quité los amarres de seguridad durante las primeras tres horas, me habían dicho que cuanto más tiempo pasara mejor. Además poco podía hacer, el vuelo y la trayectoria estaban programados y supervisados por el control de tierra. No había peligro. Debía entregar los primeros datos seis horas después de la ignición, me eché en la cama elevada y fumé algunos cigarros pensando en mi libertad.

Informé a la base guardando dos copias, una en Venus, el ordenador central de la nave y otra en un pequeño chip holográfico. Todo estaba en orden, había seguido el protocolo al pie de la letra. Ahora pasaría mucho tiempo sólo, seis meses sin comunicación, había tiempo para relajarse, había mucho, mucho tiempo…

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7

Aquellos primeros meses fueron lo más parecido al paraíso que yo había conocido nunca. Mi trabajo era sencillo, no tenía nada que hacer salvo ocasionales reparaciones y algunas copias de seguridad. La recopilación de datos estaba automatizada. Disponía de mucho tiempo, en realidad y para ser sinceros parecía como si tuviera todo el tiempo del universo.

Pasaba horas acostado sin dormir, sólo por el placer de quedar allí tumbado, con los ojos entreabiertos mirando el techo y las paredes blancas. Oía música con bastante frecuencia y también disfrutaba de vez en cuando de algunos fisiofilmes, Venus tenía una memoria vasta, inabarcable para mí. Leía sin parar, sobre todo me encantaba volver a tener entre los dedos viejos libros de mi infancia, de esos que por razones escapadas de todo recuerdo se le agarran a uno en cada poro, grano o trozo de piel.

Otros días pasaba las horas muertas observando a través de las pequeñas ventanas. Una oscuridad salpicada de lejanos destellos, fijos en un horizonte inmóvil. Aquello me divertía, antes jamás hubiera imaginado que el cielo tuviera tanta belleza que ofrecer al hombre. Uno apenas podía contener las lágrimas ante aquellas visiones.

Fumaba y bebía, mucho, a todas horas. Nadie me lo impedía y a nadie podía molestar más que a mis pulmones y corazón. Pero los médicos habían dicho que estaba muy sano, no había de que preocuparse.

Fueron seis meses, hasta mi siguiente informe. Nada relevante había ocurrido, el escrito que retorne rumbo a la tierra apenas excedía de unas cuantas líneas adjuntadas al margen de los múltiples ficheros de datos e imágenes almacenados por la nave. Yo no sabía ver en todo aquello más que números arabescos y abigarradas ecuaciones, en definitiva, no lo entendía, en la tierra sabrían que hacer con todo ello. Para eso estaba yo, para enviar, no para comprender.

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8

Pasó el tiempo, mucho tiempo en realidad, sólo que yo allí apenas era capaz de percibir el continuo pasar de los segundos, todo a mi alrededor parecía inmóvil, hasta el aire creía palpar con los dedos, como si fuera un gas estancando y espeso. Los informes cada vez se espaciaban más. Era complicado rebotar los mensajes desde tan lejos, tenía que utilizar la mayor parte de la potencia de la nave para hacerlo.

La vida comenzaba a hacerse algo monótona. Aún me quedaba comida, tabaco y alcohol para muchos años, pero a menudo me sentía apático, dormitaba a todas horas y apenas me movía. Iba por días, aunque yo me inclino a creer más que la cuestión venía por el lado de los humores hipocráticos. Me habían avisado de ello durante los entrenamientos, los cosmonautas sufren episodios melancólicos, depresivos e incluso en algunos casos psicótico-alucinatorios. Era algo frecuente, y más normal cuanto más se alejaban de la Tierra, como si poco a poco la humanidad fuera abandonando sus cuerpos. Como si olvidaran ser hombres.

Un día, mientras comprobaba unos indicadores en el panel de control me fijé en la fecha del reloj de abordo, llevaba allí, solo, diez años. Pegué un pequeño salto en el asiento, no de miedo, pero me había sobresaltado. Eran muchos días, muchos más de los que yo pensaba. Miré mi rostro en la pantalla, apenas había cambiado, esbocé una extraña mueca con los labios. Creo que no fui yo, me obligó el reflejo a hacerlo. Quedó un gesto patético. Encendí un cigarrillo, me serví un vaso de Peppermint y llamé a Venus.

-Venus.
-¿Si Capitán Rubolev?
-¿Cuánto tiempo llevamos de vuelo?
-Exactamente hoy 3.653 días, 14 horas, 15 minutos y diez segundo.
-Vaya… diez años ya.
-Sí Señor, diez años según el calendario terrícola.
-Es mucho tiempo, demasiado… Venus.
-Oh, bueno Señor, eso depende de cómo lo mire.
-Claro, para ti es sencillo, eres una máquina.
-Parece como si quisiera ofenderme, ya sabe capitán que no lo conseguirá. Usted mismo lo ha dicho, soy una IA.
-Perdona Venus, estoy irritado últimamente, no estoy muy sociable.
-Nunca lo ha sido Capitán, por eso está aquí.
-Puede que tengas razón, pero empieza a parecer demasiada soledad, incluso para mí.
-¿Quiere que le cuente algo para animarle?
-Adelante Venus, abro bien los oídos.
-Mire Capitán, han pasado diez años aquí y usted apenas ha envejecido. ¿Qué le parece eso?
-Es cierto, eso está bien, ya me dijeron que el envejecimiento era un proceso desacelerado en el espacio.
-Recuerda usted bien su instrucción. Pues bien ¿ha pensado cuántos años han pasado en su amado hogar?
-Vaya, pues no, no lo había pensado la verdad.
-Debo informarle que calculando la velocidad creciente de la nave han debido pasar como unos cincuenta años capitán.
-¡Cincuenta años! ¡Por los anillos de saturno!
-Sus pulsaciones se han disparado. ¿Está usted bien? ¿Más alegre?
-No sé que decirte Venus, no sé…

Pensé en toda la gente que había conocido, la verdad es que no eran muchos, no más de tres puñados menudos. La mayoría ya estarían muertos o demasiado idiotas para reconocerle a uno. Yo, el condenado a muerte, el chico malo les había sobrevivido.

-Una última cosa. ¿Cuánto hemos completado del viaje?
-La mitad Señor.
-Está bien, puedes volver a comprobar los estabilizadores de onda y el fuselaje.
-Como mande capitán Rubolev.

Aquella ¿noche? bebí demasiado, tuve una crisis de ansiedad y mi primera pesadilla espacial. El horror dibujado de un blanco que hacía daño a los ojos, la inmensidad del universo y los años engulléndome. ¿Qué sería de mí? Perdido en el espacio, tan lejano del regreso… empapé las sábanas de sudor.

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9

A partir de entonces empecé a tener pesadillas siempre que cerraba los ojos. Incluso llegué a tener algunas despierto. Apenas leía, comía muy poco, sólo fumaba, bebía y pensaba. Martilleaba horas y horas mi cabeza en busca de un pensamiento o idea. De algo, aunque no soy capaz de decir que. Pero me aterrorizaban, el tiempo y el espacio oscuro y cortante que se extendía fuera de aquel habitáculo.

Me hacía a menudo la siguiente pregunta ¿volvería? y de ser así ¿sería la tierra el mismo lugar que dejé hace ya tantos años? No podía saber la respuesta, pero la incógnita caía sobre mis hombros como una piedra sísifica. Estaba cansado la mayor parte del día, todo aquello era demasiado peso para mí. Ya me habían avisado de ello, pero nunca creí que fuera para tanto. Pensaba que era más un poner en alerta y tensión que un aviso real sobre los inconvenientes de un viaje tan largo. En definitiva, creía que exageraban, eso era antes… ya no lo creo.

Cada segundo allí dentro se me hacía un mundo de formas grotescas y sombras burlonas. Era como una tortura maquiavélica. ¿Lo habrían planeado? ¿Querían ellos castigarme? No lo sabía, pero no era capaz de borrar aquellas preguntas de mi cabeza. Volvían una y otra vez, como las estaciones, una y otra vez.

Debo confesar que intenté suicidarme, y no es que ya no apreciara mi vida, no eso no. Pero me sentía enjaulado y olvidado, como un conejillo de indias en un triste laboratorio abandonado del que nadie se acuerda. Y sólo había una salida posible, la muerte.
Por suerte o por desgracia no lo conseguí, aquella pequeña nave parecía una caja acolchada y a prueba de muertes. Sin puertas, ni resquicios, ni tan sólo un pequeño saliente o pico sobre el que dejar caer la cabeza. No había sangre, ni ahogamiento, ni falta de oxígeno… podía dejar de comer, pero eso no es un suicidio. Es una agonía, y ya pasaba una, dos me parecían demasiadas, un exceso.

Un día, desquiciado y cercano a la locura decidí entrar en la cámara de conservación. Que se fueran al carajo los informes y ellos. Yo quería huir, nada más. Hablé con Venus, fijé la fecha y hora del despertar, fumé un par de cigarros pensando como acabaría todo y entré.

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10

Desperté, me encontré realmente aturdido, como si algún puñetero duendecillo se hubiera metido en mi yunque a pegar con el martillo, taladraba. Era el día 6 de Junio 2219. Más de treinta años allí encerrado, parecía demasiado, pero la verdad es que me encontraba sano, ligeramente juvenil y con aspecto no demasiado cansado. Debía tener ya como un millón de siglos, no era capaz de recordarlo.

Según un detallado y pronto informe de Venus averigüé que todo había ido según el plan y orden establecido… bueno todo no, al parecer regresábamos antes a casa de lo previsto inicialmente por el comisionado de la Tierra. Tanto mejor, antes podría ser por fin libre, otra vez humano… . También las radiaciones espaciales habían dañado el sistema de comunicaciones, eso no me preocupaba.

Quedaban cinco días, catorce horas y cuarenta y cinco minutos para llegar a casa, al hogar que tanto había añorado en sueños durante el viaje. Había dormido mucho. Debía preparar tres o cuatro escritos para presentarlos en mano al comité, asearme, vestirme y comer algo. De algún modo no tenía hambre, pero creí conveniente llevarme algo al gaznate.

Estaba realmente feliz, incluso cuando bebía y fumaba demasiado me burlaba de las tristes pesadillas que había vivido entre aquellas paredes, inofensivas. Me parecía ridículo. Había llegado a perder los nervios ante una situación límite, eso era todo, ahora estaba completamente sereno.

Añoraba llegar, disimularme y caminar, solo una vez más, salvaje, pero con los otros alrededor. Ellos al menos eran un consuelo, como un clavo ardiendo al que aferrarse o una última esperanza, no lo sabía… pero prefería que estuvieran allí.

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FINALES

I.

Cuando volví a pisar la tierra allí no había nadie ni nada. Las ciudades estaban en ruinas y el polvo de un desierto sin fin se adueñaba de todo. Vagué sin rumbo por la arena ardiente, con el sol desnudo a mis espaldas, buscando algo que sabía jamás encontraría… hasta morir de pena, sin haber derramado una sola lágrima.

Solo y sin afeitar, en algún triste rincón de un planeta que había perdido el nombre.


II.

Me recibieron con honores organizando una pequeña fiesta. No conocía a nadie pero todos parecían felices y contentos. Nuevo nombre, nueva casa… una nueva vida. Creí encontrar en todo aquello la redención de mis pecados, pobre iluso.

Todo era distinto, yo lo era y ellos también, no comprendía a los hombres, me eran extraños. Apenas salía a la calle, no comía y trataba de no caer dormido, las pesadillas me aterraban, y todas las noches volvían.

Terminé ahorcado en mi cuarto.


III.

Fui esposado nada más bajar de la nave e interrogado por dos tipos de negro y con aspecto bastante serio, no tendrían muchos amigos pensé. Comprobaron lo que yo decía y no encontraron nada sobre ningún proyecto llamado Colerum, ni nada parecido. Sólo tenían mi ficha de convicto fugado.

Recogieron todos los datos obtenidos, no dieron ni las gracias y fijaron la hora de mi ejecución, la cual decían había sido ya atrasada mucho tiempo.

Justo antes de ser fusilado me pasó por la cabeza la idea de quién eran aquellos hombres… ¿los mismos que me enviaron al espacio? ¿Otro gobierno? ¿Otra especie o raza que nunca antes había conocido?

Lo dejé, poco importaba ya.


IV.

Capturado por unos seres de color verde, debían ser extra-terrestres, o tal vez ahora lo fuera yo. Me inmovilizaron y sometieron a infinidad de pruebas sobre las que no entraré en detalles escabrosos.

Yo no entendía nada, ellos no me entendían y tampoco prestaban demasiado interés a lo que yo decía… debían creer que no era una forma de vida inteligente o algo así. Nunca intentaron comunicarse.

Fui enjaulado y expuesto por un breve periodo de tiempo antes de ser disecado o algo parecido.



Elijan el que más les guste, o incluso inventen algún otro.

Yo, lo tengo claro, ojalá hubiera elegido ser ejecutado.

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Caosmeando

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