L'homme aux bras ballants.
Guión: Laurent Gorgiard.
Música: Yann Tiersen.
Como no cuesta nada dedicar, a Hay_sinla, Instante_Aleph y Doc Holliday.
miércoles, 31 de octubre de 2007
El hombre de los brazos colgantes
El Lobo
Cuenta una leyenda que hace muchos años, cuando aún el hombre vivía en pequeñas poblaciones montañosas y subsistía de lo que la tierra le proporcionaba, hubo un muchacho al que aconteció una fabulosa historia.
Se dice que desde pequeño, había salido todos los días con su padre y su fiel perro Blas, que provenía en parte de una familia de lobos, a pastar con el rebaño. Creció en la naturaleza, oyendo sus susurros y confesiones más íntimas, imaginando metáforas y saberes en los leves ruidos del arroyo en primavera o en el seco crujir de las hojas anaranjadas de las hayas. Aprendió de la madre tierra y de sus seres todo lo que debía conocer, salvo algunos pequeños consejos que su padre le había dado, amén de un buen par de zurras de vez en cuando. Le encantaba descubrir cosas, misterios escondidos entre las líneas del horizonte, las muecas de los animales, el olor de la tierra recién llovida, la suave brisa que azotaba los campos en otoño, el calor agobiante en verano con sus angustiosas chicharras, ...Pero si había una cosa que realmente le fascinara, ese era Blas. Aún conservaba ciertos movimientos y aires lobunos en su comportamiento. Andaba como en puntillas, intentado evitar ser oído, rehuía a los extraños con un miedo enorme dibujado en sus ojos y también estaban las constantes peleas que ocasionaba con otros perros. Aunque lo que más le sobrecogía eran aquellas noches de luna llena, cuando pasaba la noche fuera y levantando su cuello para mirar al astro mortecino emanaba de lo más recóndito de él un aullido gutural. Blas aullaba a la luna, era algo hipnotizador y balsámico oír aquellos alaridos. Tal vez a otros en el pueblo incomodaran o importunaran, pero no a él. Desde aquel verano salía junto a Blas y abrazándole del cuello y mirando a la luna, trataba de imitar al animal en su profunda súplica. Durante años experimentó el dulce placer de disfrutar de ese momento tan primitivo junto a su perro, les hacía estar unidos. El tiempo pasó y Blas acabó muriendo una noche, tumbado junto a la hoguera, ya viejo y cansado. El chico tendría entonces 17 años, fue un duro golpe, ya nunca le vería, ni jugaría con él, ni volvería nunca a aullar agarrado a aquel cuello, a sentir su pelo raudo y fuerte, que semejaba no estar peinado, herencia de sus antepasados salvajes. Pero con los días y las semanas, los meses y los años, los recuerdos de Blas se iban enterrando un poquito más en su memoria. Excepto algunos días de luna llena, que contemplaba al astro enmudecido y rememoraba a su viejo amigo, alzando el cuello hacia arriba y moviendo los labios en forma de o imitaba el aullido de Blas, pero sin emitir sonido algunoUn invierno su madre cayó enferma, al principio no pareció nada grave, pero finalmente tuvo que ser puesta en cama, y a las dos semanas murió en su lecho, sin decir palabra, pero mirando a su familia a los ojos, como expresando un sentimiento que los vivos no alcanzaríamos a poder expresar en palabras, ni casi a comprender. El chico ya era algo mayor tenía 25 años, había fortalecido sus músculos a base de horas al sol del campo, adquiriendo otros trabajos alejados de aquellas primeras experiencias de pastoreo. Había ya frecuentado los bares del pueblo, y estaba curtido en mil y una batallas, ya fueran amorosas, de orgullo o por simple diversión. Pero aún así lloró y lloró, salía por las noches, a vagar sin rumbo por el bosque. Una noche que caminaba distraído entre los árboles sin pensar en nada en concreto, moviendo sus ideas de aquí para allá, acordándose de esto y de lo otro, llegó a un claro. Nunca había reparado en aquel claro, pero había una luz muy intensa. Alzó la vista y allí vio a la luna. Por primera vez en años aulló de verdad, no ya un grito apagado si no un verdadero aullido, escapando de sus entrañas y que arañaba cada centímetro de su pecho para salir de su garganta. Sin saber porque, salió corriendo hacia su casa y ya en el umbral de su puerta consiguió oír en la distancia un grito que le respondía, había otro lobo cerca. Todas las noches de luna llena a partir de aquel día comenzó a ir al claro y aullar ritualmente a la luna. A veces llegó a quedarse más tiempo para ver si el otro lobo hacía su aparición, pero nunca llegó a verlo, aunque sí a oírlo. Una noche después del ritual, volviendo a casa comenzó posar sus pensamientos en aquello mismo que hacía, ¿por qué aullaba a la luna?¿Qué motivos tenía? Comenzó a desear saber el porqué de todo aquello, por qué se comportaba como un lobo y también por qué se comportaban de ese modo los propios lobos. Se encerró en su cuarto y no salió a excepción de los ratos en que comía algo con su padre. Meditó sobre aquello y a la siguiente luna llena, antes de salir de casa dejó una nota en la puerta. Llegó al claro del bosque con un pasó nervioso pero decidido. Se arrodilló y aulló como nunca hasta ahora lo había hecho, aquel aullido debió de cruzar valles y montañas, todos sabrían que allí vivía un lobo. De repente tras un pequeño eco apareció entre los árboles un lobo, majestuoso y como seguido de una especie de niebla. El chico se quedo inmóvil y el animal avanzó hasta llegar a él. Alzó el cuello y aulló sonoramente y luego bajó la mirada. Se cruzaron sus miradas, un instante, pero él sabía que el lobo le pedía que le siguiera. Se levantó, y echó a correr detrás del lobo cada vez más deprisa, más veloz esquivando los árboles, aflorando un extraño pelaje en su cuerpo, adquiriendo una postura cuadrúpeda y una mirada en el horizonte. Llegó exhausto hasta una loma, junto al otro lobo, y aullaron por última vez aquella noche. El chico se vio reflejado en los ojos del animal, y el también era uno de ellos. A partir de aquel instante de comprensión perdió sus recuerdos y su conciencia, y vagó por los bosques cercanos junto a su compañero. A la mañana siguiente el padre leyó la nota: "No me esperes despierto. Te quiero y besos", y el padre soltó una lágrima que le cayó por las mejillas, y salió con su nuevo perro Matías, comprado algunos meses atrás, a pasear al rebaño por los pastos otoñales.
Ahora... y no luego
El deseo de aullar se apodera de mi garganta, es irremediable, necesito estirar el cuello hacia arriba y arrojar a la noche un gutural sonido, anunciador de largas horas insomnes disfrutando de la nada.
Aquí, y ahora, soy alguien, ayer tal vez no, mañana puede que no… pero ahora Sí, sin duda, estoy aquí, me palpo, me siento, me huelo, me veo… y veo el humos que exhalo por la boca, en breves juegos de aire que suben y cargan la habitación.
¿Desesperar? Ya lo hice, nada puedo esperar… nada quiero esperar… esperar es de cobardes y débiles.
Sin razón, sin paz, sin amor, sin dolor, sin palabras... abandono todo lo dicho, nada tengo que ver con ello... mañana tal vez... quién sabe... yo desde luego no Sé y no quiero hacerlo.
Kavafis, Ítaca, Ulises y el viaje de todo hombre
ITACA(1911)
Si vas a emprender el viaje hacia Itaca,
Pide que tu camino sea largo,
Rico en experiencias, en conocimiento.
A Lestrigones y a Cíclopes,
O al airado Poseidón nunca temas,
No hallarás tales seres en tu ruta
Si alto es tu pensamiento y limpia
La emoción de tu espíritu y tu cuerpo.
A Lestrigones y a Cíclopes,
Ni al fiero Poseidón hallarás nunca,
Si no los llevas dentro de tu alma,
Si no es tu alma quien ante ti los pone.
Pide que tu camino sea largo.
Que numerosas sean las mañanas de verano
En que con placer, felizmente
Arribes a bahías nunca vistas;
Detente en los emporios de Fenicia
Y adquiere hermosas mercancías,
Madreperla y coral, y ámbar y ébano,
Perfumes deliciosos y diversos,
Cuanto puedas invierte en voluptuosos y delicados perfumes
Visita muchas ciudades de Egipto
Y con avidez aprende de sus sabios,
Ten siempre a Itaca en la memoria.
Llegar allí es tu meta.
Mas no apresures el viaje.
Mejor que se extienda largos años:
Y en tu vejez arribes a la isla
Con cuanto hayas ganado en el camino,
Sin esperar que Itaca te enriquezca.
Itaca te regaló un hermoso viaje.
Sin ella el camino no hubieras emprendido.
Mas ninguna otro cosa puede darte.
Aunque pobre la encuentres, no te engañará Itaca.
Rico en saber y en vida, como has vuelto,
Comprendes ya qué significan las Itacas.
Konstandinos Kavafis(Poesías Completas).
Kavafis en este poema toma como tema la vuelta a Itaca realizada por Ulises, relatada por Homero en “La Odisea”. A partir de este relato, el autor crea un símil entre el viaje de Ulises y el viaje de todo “hombre”.
Todo hombre por su condición de finito debe pedir que su “camino sea largo, rico en experiencias, en conocimientos”. Tendemos a querer disfrutar, por naturaleza queremos vivir, ya que la vida es tan corta, buscamos ensancharla con experiencias.
Y en nuestro camino no debemos temer “a Lestrigones y a Cíclopes”, al horror, a la lucha, a lo fantasmagórico. Tampoco debemos sucumbir ante el “airado, fiero Poseidón”, ante las tempestades y avatares del viaje, debemos afrontarlos con “altos pensamientos”. Sólo con grandes pensamientos, grandes pasiones, grandes sentimientos podemos superar todos estos monstruos que nuestro propio espíritu ponía ante nosotros.
Todo hombre debe anhelar por naturaleza descubrir paraísos nunca vistos, desear incesantemente nuevas experiencias, “Que numerosas sean las mañanas de verano/ en con placer, felizmente/ arribes a bahías nunca vistas”. Llena tu vida de ricos abalorios, de todo tipo, el ser humano tiende por naturaleza a querer sentir todo lo que se puede sentir; tanto placeres píos como impíos, “cuanto puedas invierte en voluptuosos y delicados perfumes”. Y siempre debemos aprender de los “sabios”, pues ellos ya han vivido innumerables experiencias de vida.
“Itaca” siempre debe permanecer allí, en nuestro pensamiento, es el final del camino, nuestra “meta”, es decir el final de la vida. Por eso no debemos “apresurar el viaje”, para que pretender acelerar algo que por si sólo ya pasa deprisa.
Arribar al puerto con el bagaje hecho, todas nuestras sensaciones y riquezas transportaremos hasta el final; y sin esperar que “Itaca”, la muerte, nos enseñe nada.
Por nuestra condición lo que da significado a la vida es la muerte, cuanto más deliciosa es la vida teniendo siempre presente el final del camino, pero saboreando al mismo tiempo cada instante de esa senda. Y lo más importante es que si llegamos al final “Rico en saberes y en vida”, por fin comprenderemos que son las “Itacas”, la muerte, y ya no la tendremos miedo, pues hemos vivido todo aquello que por nuestra propia condición nos ha sido dado vivir
La receta anunciada
Comer es natural, cocinar es cultural y lo que se elige o se desecha como alimento es una decisión cultural que varía de un tiempo a otro, de un lugar a otro y en la que pueden influir muy diversas circunstancias. Aquí va la anunciada receta de carne del Libro de Cozina de Ruperto de Nola, cocinero mayor del rey de Nápoles.
Gato asado como se quiere comer
El gato que esté gordo tomarás, y degollarlo, y después de muerto cortarle la cabeza y echarla a mal porque no es para comer, que se dice que comiendo de los sesos podría perder el seso y juicio el que la comiese. Después desollarlo muy limpiamente y abrirlo y limpiarlo bien, y después envolverlo en un trapo de lino limpio y soterrarlo debajo de tierra donde ha de estar un día y una noche, y después sacarlo de allí y ponerlo a asar en un asador, y asarlo al fuego y comenzándose de asar untarlo con buen ajo y aceite (es decir, ali-oli), y en acabando de untar azotarlo bien con una verdasca (una vara verde), y esto se ha de hacer hasta que esté bien asado, untándolo y azotándolo, y desque esté asado cortarlo como si fuese conejo o cabrito, y ponerlo en un plato grande, y tomar del ajo y aceite desatado con buen caldo de manera que sea bien ralo y échalo sobre el gato, y puedes comer de él porque es muy buena vianda.
Buen provecho. La próxima receta será de fruta florida.