Es algo tópico. Cuando alguien habla de Kafka tarde o temprano refiere que su muerte por tuberculosis (unos señalan la edad, 42 años; otros el año, 1921) lo salvó de los campos de concentración nazis, donde fueron recluidos su madre, su padre y su hermana. Eso parece una verdad ineludible.
En cambio, quien habla de Kafka también refiere, más temprano que tarde, que legó su obra a su amigo Max Brod con el propósito de que éste la destruyera; pero Max Brod no cumplió el deseo, traicionó a su gran amigo y ese gesto permitió que el mundo conociera la obra de uno de los escritores más importantes del siglo XX. Este dato es falso, la gran mentira sobre Kafka que se ha ido repitiendo una y otra vez. También ayer, en un artículo del diario El País a propósito de los inéditos que aún existen, guardados por la heredera del legado personal: Max Brod-su compañera Esther Hoffe- su hija Hava Hoffe.
No hay que cuestionar la fidelidad de Max Brod para encumbrarlo en el personaje romántico del que sacrifica a su mejor amigo para salvar la humanidad. Yo no soy el primero que lo dice ni que lo piensa, pero hay que desmitificar ese error, a fin de que la obra Franz Kafka se lea con honestidad y gratitud. Éste es el mejor homenaje.
Cuando uno escribe lo hace porque necesita escribir. Si es un verdadero escritor no lo hace por la gloria ni por el qué dirán. Lo hace como una manifestación vital. Esta manifestación exige ser compartida, aunque sólo sea con uno mismo en primera instancia. Enseguida habrá una segunda voz que aceptará o rechazará esas palabras ordenadas en un texto, y cuando sean aceptadas querrán multiplicarse y ser leídas por otras voces y así hasta ser infinitas, o desfallecer en el silencio de la soledad.
Kafka sentía una profunda soledad. Su lugar de trabajo era hostil, su familia no entendía qué significaban esos garabatos y el mundo inmediato, la sociedad, se preocupaba de otras cosas antes que del arte, es decir, de sí mismo. Más o menos como ahora; el mundo evoluciona muy lentamente.
En este entorno, la literatura es el puente para encontrarse con los semejantes, lo que nos hace ser humanos. Mundo sensible, mundo inteligible. El sufrimiento de Kafka se basa en la insoportable levedad del ser, digamos, que viene a ser la dificultad de soportar el sufrimiento. Por eso lo asumió enseguida, quiso ser el cuervo kavka incapaz de grandes vuelos y revolver la carroña para desentrañar la verdadera vida. Y de este modo aceptó la tuberculosis como una bendición final.
Eso no significa que no apreciara una obra escrita durante tantos años. Aceptar una enfermedad no es desear la muerte. Su obra es un fracaso, el éxito de todos los fracasos. Había leído en público su cuento "El fogonero", el inicio de la novela América, había publicado La metamorfosis, "El cazador Graco". Por tanto, no era un escritor desconocido. Incluso disfrutaba con cada nueva publicación como sólo el autor puede hacerlo.
Así, como la enfermedad iba más rápido que las publicaciones, aprovechó un día una de las habituales visitas de su amigo Max Brod y le dijo que dispusiera de todos los textos que había escrito y que durante años había guardado con sumo cuidado, con la orden de quemarlos. Le debió de decir algo así como "busca en mi escritorio todos los textos que encuentres y quémalos". "Así lo haré", le debió de contestar Max Brod. No fue necesario añadir nada más para entrever el verdadero significado de las palabras. Ambos sabían que Brod no sería capaz de llevar a cabo esa acción, pero era preciso nombrar un albacea, para que las obras tuvieran su fin adecuado. Y ése podría ser el fin de la historia si no fuera sólo su principio.
domingo, 24 de agosto de 2008
La gran mentira sobre Kafka
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