martes, 23 de septiembre de 2008

La isla

Es buenísimo

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Las once mil vergas (VII)

–¡Ah! es bueno... Quédate aquí... Más fuerte... Más fuerte... Ten, ten, tómalo todo. Dámelo, tu esperma... Dámelo todo... Ten... Ten...

Y en una descarga común se derrumbaron y quedaron anonadados por un momento. Tone y Éulmé abrazadas en el canapé les miraban riendo. El vicecónsul de Serbia había encendido un delgado cigarrillo de tabaco oriental. Cuando Mony se hubo levantado, le dijo:

–Ahora, querido príncipe, es mi turno; esperaba tu llegada y precisamente por eso me he hecho manipular el miembro por Mira, pero te he reservado el goce. ¡Ven, mi corazón, mi enculado querido, ven, que te la meta!

Vibescu le contempló un momento, luego, escupiendo sobre el miembro que le presentaba el vicecónsul, pronunció estas palabras:

–Ya estoy harto de tus enculadas, toda la ciudad habla de ello.

Pero el vicecónsul se había levantado, en plena erección, y había cogido un revólver. Apuntó a Mony que, temblando, le tendió las posaderas balbuceando:

–Bandi, mi querido Bandi, sabes que te amo, encúlame, encúlame.

Bandi, sonriendo, hizo penetrar su miembro en el elástico orificio que se encontraba entre las dos nalgas del príncipe. Introducido allí, y mientras las tres mujeres le miraban, se agitó como un poseído blasfemando:

–¡Por el nombre de Dios! Estoy gozando, aprieta el culo, preciosidad, aprieta, estoy gozando. Aprieta tus bellas nalgas.

Y la mirada salvaje, las manos crispadas sobre los hombros delicados, descargó. Enseguida Mony se lavó, se volvió a vestir y marchó diciendo que volvería después de comer. Pero al llegar a su casa, escribió esta carta:

Mi querido Bandi:
Ya estoy harto de tus enculadas, ya estoy harto de las mujeres de Bucarest, ya estoy harto de gastar aquí mi fortuna con la que sería tan feliz en París. Antes de dos horas me habré marchado. Espero divertirme enormemente allí y te digo adiós.
Mony, Príncipe Vibescu, Hospadar hereditario.

El príncipe cerró la carta, escribiendo otra a su notario en la que le pedía que liquidara sus bienes y le enviara el total a París en el momento en que supiera su dirección.

Mony tomó todo el dinero en metálico que poseía, 50.000 francos, y se dirigió a la estación. Echó sus dos cartas al buzón y tomó el Orient Express hacia París.

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Caosmeando

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