LA HUMILLACIÓN DE LOS GRILLETES
Sami Al Haj
Al oír las palomas arrullando en los árboles,
unas lágrimas cálidas surcaron mi rostro.
Cuando cantó la alondra, mi mente compuso
un mensaje para mi querido hijo.
Mohammad, ¡qué afligido me siento!
En mi pesar sólo Alá puede darme consuelo.
Los opresores juegan conmigo,
mientras se mueven libres por el mundo.
Me piden que espíe a mis compatriotas,
y alegan que sería una buena obra.
Me ofrecen dinero y tierras,
y libertad para ir adonde quiera.
Sus tentaciones captan mi atención
como un relámpago en el cielo.
Mas su regalo es una pérfida serpiente
cuyo veneno es la hipocresía.
Levantan monumentos a la libertad
de obra y opinión, que es algo loable.
Pero les digo que arquitectura
no es sinónimo de justicia.
América, cabalgas a lomos de huérfanos,
y los atemorizas a diario.
Bush, ten cuidado.
El mundo sabe ver a un mentiroso arrogante.
A Alá dirijo mi súplica y mis lágrimas.
Anhelo mi hogar y estoy oprimido.
Mohammad, no me olvides nunca.
Defiende la causa de tu padre, un hombre temeroso de Dios.
He sentido la humillación de los grilletes.
¿Cómo puedo crear versos? ¿Cómo puedo escribir?
Después de los grilletes y las noches y el dolor y las lágrimas,
¿cómo puedo escribir poesía?
Mi corazón es como un mar bravo, agitado por la angustia,
frenético por la pasión.
Estoy cautivo, pero mis captores son los criminales.
Me sobrecoge la aprensión.
Señor, llévame con mi hijo Mohammad.
Señor, permite el triunfo de los justos.
jueves, 23 de octubre de 2008
Poemas desde Guantánamo IV
Publicado por Uno, trino y plural a las 23:52 0 comentarios
Etiquetas: Poemas desde Guantánamo
Retrato del casoar
En Historias de cronopios y de famas
La primera cosa que hace el casoar es mirarlo a uno con altanería desconfiada. Se limita a mirar sin moverse, a mirar de una manera tan dura y continua que es casi como si nos estuviera inventando, como si gracias a un terrible esfuerzo nos sacara de la nada que es el mundo de los casoares y nos pusiera delante de él, en el acto inexplicable de estarlo contemplando.
De esta doble contemplación, que acaso sólo es una y quizá en el fondo ninguna, nacemos el casoar y yo, nos situamos, aprendemos a desconocernos. No sé si el casoar me recorta y me inscribe en su simple mundo; por mi parte sólo puedo describirlo, aplicar a su presencia un capítulo de gustos y disgustos. Sobre todo de disgustos porque el casoar es antipático y repulsivo. Imagínese un avestruz com una cubretetera de cuerno en la cabeza, una bicicleta aplastada entre dos autos y que se amontona en sí misma, una calcomanía mal sacada y donde predominan un violeta sucio y una especie de crepitación. Ahora el casoar da un paso adelante y adopta un aire más seco; es como un par de anteojos cabalgando una pedantería infinita. Vive en Australia el casoar; es cobarde y temible a la vez; los guardianes entran en su jaula con altas botas de cuero y un lanzallamas. Cuando el casoar cesa de correr despavorido alredor de la cazuela de afrecho que le ponen, y se precipita con saltos de camello sobre el guardián, no queda otro recurso que abrir el lanzallamas. Entonces se ve esto: el río de fuego lo envuelve y el casoar, con todas las plumas ardiendo, avanza sus últimos pasos mientras prorrumpe en un chillido abominable. Pero su cuerpo no se quema: la seca materia escamosa, que es su orgullo y su desprecio, entra en fusión fría, se enciende en un azul prodigioso, en un escarlata que semeja un puño desollado, y por fin cuaja en el verde más transparente, en la esmeralda, piedra de la sombra y la esperanza. El casoar se deshoja, rápida nube de ceniza, y el guardián corre ávido a posesionarse de la gema recién nacida. El director del zoológico aprovecha siempre ese instante para iniciarle proceso por maltrato a las bestias y despedirlo.
¿Qué más diremos del casoar después de esta doble desgracia?