lunes, 23 de marzo de 2009

Silencio

De la Guía espiritual que desembaraza al alma y la conduce por el interior camino para alcanzar la perfecta contemplación y el rico tesoro de la interior paz , del creador del quietismo Miguel de Molinos, que fue condenado por la Inquisición a cadena perpetua por inmoralidad y heterodoxia.

Tres formas hay de silencio:
El primero es de palabras, el segundo de deseos y el tercero de pensamientos. El primero es perfecto, más perfecto es el segundo y perfectísimo el tercero. En el primero, de palabras, se alcanza la virtud; en el segundo, de deseos, se consigue la quietud; en el tercero, de pensamientos, el interior recogimiento. No hablando, no deseando ni pensando, se llega al verdadero y perfecto silencio místico,
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en el cual habla Dios con el alma, se comunica y le enseña en su más íntimo fondo la más perfecta soledad y alta sabiduría.
A esta interior soledad y silencio místico la llama y conduce cuando le dice que le quiere hablar a solas, en lo más secreto e íntimo del corazón. En este silencio místico has de entrar si quieres oír la suave, interior y divina voz. No basta con huir del mundo para alcanzar ese tesoro ni tampoco renunciar a sus deseos ni desapegarse de todo lo criado, si no te despegas de todo deseo y pensamiento. Reposa en este místico silencio y abrirás la puerta para que Dios se comunique, te una consigo y te transforme.
La perfección del alma no consiste en hablar ni en pensar mucho en Dios, sino en amarle mucho. Alcánzase este amor por medio de la resignación perfecta y el silencio interior.
Desengáñate, que no está el amor perfecto en los actos amorosos ni en las tiernas jaculatorias, ni en los actos internos con que tú le dices a Dios que le amas más que a ti misma. Podrá ser que entonces te busques más a ti y a tu amor que el verdadero y de Dios; porque obras son amores, que no buenas razones.

Para que una criatura racional entienda tus deseos, tus intenciones y lo que tienes escondido en el corazón, es necesario que se lo manifiestes con palabras. Pero Dios, que penetra en los corazones, no tiene necesidad de que tú se lo afirmes y se lo asegures, ni se paga como dice el Evangelio del amor de palabra y lengua, sino del verdadero y de obra. ¿Qué importa decirle con gran fervor que le amas tierna y perfectamente sobre todas las cosas, si en tu palabras amargas y leves injurias no te resignas ni por su amor te mortificas?

Procura con silencio resignarte en todo que, de ese modo, sin decir que le amas, alcanzarás el amor perfecto, el más quieto, eficaz y verdadero.

«La perfección del alma no está en hablar ni pensar en Dios, sino en amarle»

Allá en lo interior, con el silencio mudo se ejercitan las más perfectas virtudes de la fe, la esperanza y la caridad, sin necesidad de irle a diciendo Dios que le amas, que esperas y le crees, porque este Señor sabe mejor que tú lo que internamente haces.

Hay dos disciplinas espirituales completamente opuestas. Unos insisten en que siempre se han de meditar y considerar los misterios de la pasión de Cristo. Otros, dando en un extremo opuesto, enseñan que la meditación de los misterios de la vida, pasión y muerte del Salvador no es oración, ni su recuerdo, que sólo se ha de llamar oración la alta elevación en Dios, cuya divinidad contempla el alma en quietud y silencio.

Para pasar de un estado malo al bueno no hay necesidad de consejo; pero para pasar del bueno al mejor es necesario tiempo, oración y consejo; porque no todo aquello que es mejor en sí es mejor para todos ni todo lo que es bueno para uno es bueno para todos.

La divina sabiduría es un conocimiento intelectual e infuso de las divinas perfecciones y de las cosas eternas, que más debería llamarse contemplación que especulación. La ciencia es adquirida y engendra el conocimiento de la naturaleza. La sabiduría es infusa y engendra el conocimiento de la divina bondad. Aquélla quiere conocer lo que se alcanza sin trabajo y sudor; ésta desea ignorar que conoce y, por eso mismo, lo alcanza todo.

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Caosmeando

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