martes, 12 de febrero de 2008

Historia de la prostitución (4)

En el transcurso del siglo XIV se inició en algunas ciudades europeas la segregación de las mujeres públicas o mundanas, a las cuales los poderes municipales asignaron un espacio acotado en el recinto urbano, toda vez que habían fracasado en muchos lugares los intentos de expulsarlas de las ciudades. En las ciudades y villas castellanas esto no ocurriría hasta los primeros años del siglo XVI.
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Los abusos que cometía el padre de la mancebía con las mujeres bajo su control generaba tensiones que el poder municipal procuró suavizar reglamentando la existencia de las pupilas de la mancebía a través de ordenanzas que regulaban los alquileres que debían pagar por la habitación que ocupaban, los enseres que debían tener las boticas, la periodicidad del lavado de sábanas, el precio y calidad de los alimentos que les proporcionaba el padre de la mancebía, las tasas por el alquiler de la ropa que usaban para trabajar, así como los precios que debían abonar por la colada cuando daban su ropa a lavar; también para atajar el endeudamiento casi crónico que padecían, las autoridades concejiles tuvieron que poner límite a las cantidades en metálico que el padre de la mancebía les podía adelantar. El 2 de noviembre de 1538, el regimiento de la ciudad de Granada promulgaba una Ordenanza del Padre de la Mancebía, sancionada unos meses después por el emperador Carlos V, con aplicación general en todas las ciudades, villas y lugares de Castilla y Aragón. Posteriormente en el año 1553, se promulgaron en Sevilla unas ordenanzas sobre la mancebía hispalense, que se mantuvieron vigentes durante el reinado de Felipe II y que se aplicaron con carácter general en todas las mancebías existentes en España.


El afán reglamentarista del Siglo de Oro llevó a estructurar de manera concisa el oficio de la prostitución. La prostituta debía de ser mayor de doce años, abandonada por su familia, de padres desconocidos o huérfana, nunca de familia noble. Tiene que haber perdido la virginidad antes de iniciarse en las labores del sexo y el juez, antes de otorgar el oportuno permiso, tiene la obligación de persuadir a la muchacha. Tras este requisito, la joven recibe la pertinente autorización para ejercer el llamado oficio más antiguo del mundo. El médico de la corte destinado a estos menesteres tiene que revisar periódicamente su salud y una vez al año, el viernes de Cuaresma, las prostitutas son llevadas por los alguaciles a la iglesia de las Recogidas donde el predicador las amenaza con las penas del Infierno y las invita a abandonar su triste oficio. En las grandes ciudades existen lugares para las mujeres arrepentidas; en Madrid el convento de las Arrepentidas situado en la calle de Atocha.
Las prostitutas se dividían en categorías. La más baja las "cantoneras", putas de encrucijada que reciben algún sueldo de la villa; el siguiente puesto en el escalafón lo integraban las mujeres que se protegían bajo la tutela de un rufián. Las había de categoría superior ya que vivían solas e independientes, recibiendo visitas de hombres adinerados y nobles. Las de mayor categoría recibían el nombre de "tusonas" y eran las más cotizadas.
Las mancebías estaban autorizadas y reglamentadas por la autoridad municipal. En casi todas las poblaciones importantes se encontraba al menos un burdel pero abundaban en la Corte, en las ciudades con puerto y en los centro universitarios. A mediados del siglo XVI había en Madrid más de 80 mancebías en las que se practicaba la prostitución, ubicándose en la zona de las actuales calles Huertas, Santa María, San Juan y Amor de Dios, en Lavapies y en Antón Martín. En Sevilla a mediados de la siguiente centuria se contaban más de 3.000 prostitutas y el burdel de Valencia ocupaba todo el barrio de la Malvarrosa.
Las ordenanzas de la mancebía cuidaban de la limpieza de los locales y de su seguridad, existiendo incluso guardias que cuidaban del orden en el interior. Se procuraba que las mujeres no fueran maltratadas. El responsable de la mancebía recibía el nombre de "padre" o "tapador", siendo también regentadas en numerosos casos por mujeres denominadas "madres". Con Felipe IV se emitieron pragmáticas (1623, 1632, 1661) que prohibían las mancebías pero su efecto fue nulo. Las prostitutas fueron obligadas a distinguirse de las mujeres honradas vistiendo medios mantos negros.
Los precios no eran muy altos, rondando el medio real. Los ingresos medios de una pupila de mancebía guapa y bien vestida rondaban los cuatro o cinco ducados diarios. Las feas, ajadas y de mal aspecto sólo ganaban 50 ó 60 cuartos. La Real Hacienda se llevaba, en concepto de impuestos, una buena parte de los dineros que en las mancebías ingresaban los clientes.
El viajero Gramont escribe sobre la prostitución: "Después de las diez de la noche cada uno va allí solo, y se quedan todos hasta las cuatro de la mañana en las casas de las cortesanas públicas, que saben retenerlos por tantos atractivos, que son pocos o ninguno lo que se embarcan en un galanteo con una mujer de condición. El gasto que hacen en casa de esas cortesanas es excesivo (...); la mayor parte de los grandes se arruinan con las comediantas, y he visto a una muy fea y muy vieja, a la que el almirante de Castilla amaba furiosamente, y a la que había dado más de quinientos mil escudos, sin que ella por eso fuese más rica".
Un caso bastante común en el Siglo de Oro era el de los maridos resignados, esposos que admitían que sus mujeres se prostituyeran. Como bien dice Deleito y Piñuela "y la verdad es que los tales maridos lo saben y disimulan, porque son las fincas que más les rinden y las dotes de que viven". En numerosas ocasiones se trataba de matrimonios concertados para que las prostitutas evitasen la persecución de la justicia. La nota del cinismo explotador marital llegaría al asesinato del esposo a la mujer en algunos casos porque se negara a cumplir su trabajo como un tal Joseph del Castillo que mató a su esposa de siete puñaladas porque ella había sentido escrúpulos de prostituirse en Cuaresma por la santidad de aquellos días. Los maridos resignados serán uno de los temas favoritos para los literatos.

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Parte 2

17 de noviembre de 2004, Javier montado en el coche junto a su esposa camino de su casa, la semana había sido muy larga, trabajo, trabajo y más trabajo. En el asiento del copiloto su compañera Zaira empezaba a quedarse dormida. La A3 estaba más nublada que de costumbre, el camino de Valencia a Madrid parecía eterno, el horizonte no superaba los 100 metros y todo era gris.

Zaida se dirigió a Javier:

Zaida: Cariño, deberíamos parar en el siguiente área de servicio, la niebla es muy espesa, son las 4 de la mañana, y llevas sin dormir bien 1 semana entera

Javier: No puedo permitirme perder toda la noche en la carretera, tenemos que llegar a Madrid antes de las 9 de la forma que sea.

Z: Cariño, además bebiste demasiado en la fiesta ésta noche

J: ¡Cállate hostias! ¿No ves que me distraes joder?

Z: Lo siento, voy a echarme a dormir

El camino prosiguió, Zaida ya estaba dormida, Javier hizo ademán de despertarla cuando una luz le cegó de repente. Una furgoneta se dirigía hacia él en sentido contrario, intentó dar un volantazo y lo único que consiguió fue girar el coche 90º, dejando el asiento del copiloto en el lugar exacto donde la furgoneta colisionó décimas de segundo después, décimas de segundo que le parecieron horas, quiso parar el tiempo, quiso ser capaz de frenar aquel asesino que se dirigía hacia él, quiso retroceder hasta la última conversación con su esposa y no haberla tenido jamás, pero todo esfuerzo fue inútil. La furgoneta colisionó contra su coche cual meteorito, dio varias vueltas de campana y su mente quedó totalmente desprendida de su cuerpo.

Al cabo de unas horas despertó de su letargo, el alboroto luminoso y sonoro de las ambulancias rompió su inconsciencia, abrió los ojos y únicamente vio la cara de un enfermero, intentó articular alguna palabra, pero le fue imposible, fue trasladado al hospital más cercano y volvió a caer en su ensoñación

No sabía cuánto tiempo había pasado, pero el reloj marcaba las 8:14, no sabía si era la mañana o la tarde, pero el sol era tenue, pasaron 15 minutos cuando el médico entró en la habitación, sonrió …

Médico: Hola señor Jiménez, me alegra verle por fin despierto, ¿recuerda algo del accidente?

Javier: ¿Dónde está mi mujer?

M: Intentamos todo cuanto estuvo en nuestras manos…

J: No puede ser…

M: Sea positivo, únicamente sufre un trastorno craneoencefálico leve, le hemos examinado y el accidente no tendrá secuelas en usted

J: ¡¿No tendrá secuelas?!

M: Aquí podemos darle toda la ayuda psicológica que necesite

J: No necesito ayuda psicológica, necesito a mi mujer

M: Pero Javier…

Le interrumpió

J: No quiero seguir hablando con usted, ¡Váyase!

M: Siento haberle molestado, si necesita cualquier cosa llame a la enfermera

Javier se encontraba en estado de shock, no podía creer que Zaida hubiera fallecido, y lo que era peor, ésas últimas palabras con ella se repetían una y otra vez en su cabeza…

Decidió que su tiempo en el hospital había terminado ya, cogió la ropa del accidente guardada en su armario, se vistió, y se marchó de allí sin ser visto por nadie…

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Caosmeando

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