martes, 7 de octubre de 2008

La cara oculta de la luna

Las primeras fotografías de la cara oculta de la luna las realizó la nave de la URSS Lunik 3 en 1959.

Fotografía de la cara oculta de la luna realizada por la nave de los EE.UU. Apolo XVI en 1972.

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Extracto de El extranjero, por Albert Camus

Pensé que me bastaba dar media vuelta y todo quedaría concluido. Pero toda una playa vibrante de sol apretábase detrás de mí. Di algunos pasos hacia el manantial. El árabe no se movió. A pesar de todo, estaba todavía bastante lejos. Parecía reírse, quizá por el efecto de las sombras sobre el rostro. Esperé. El ardor del sol me llegaba hasta las mejillas y sentí las gotas de sudor amontonárseme en las cejas. Era el mismo sol del día en que había enterrado a mamá y, como entonces, sobre todo me dolían la frente y todas las venas juntas bajo la piel. Impelido por este
ardor que no podía soportar más, hice un movimiento hacia adelante. Sabía que era estúpido, que no iba a librarme del sol desplazándome un paso. Pero di un paso, un solo paso hacia adelante. Y esta vez, sin levantarse, el árabe sacó el cuchillo y me lo mostró bajo el sol. La luz se inyectó en el acero y era como una larga hoja centelleante que me alcanzara en la frente. En el mismo instante el sudor amontonado en las cejas corrió de golpe sobre mis párpados y los recubrió con un velo tibio y espeso. Tenía los ojos ciegos detrás de esta cortina de lágrimas y de sal. No sentía más que los címbalos del sol sobre la frente e, indiscutiblemente, la refulgente lámina surgida del cuchillo, siempre delante de mí. La espada ardiente me roía las cejas y me penetraba en los ojos doloridos. Entonces todo vaciló. El mar cargó un soplo espeso y ardiente. Me pareció que el cielo se abría en toda su extensión para dejar que lloviera fuego. Todo mi ser se distendió y crispé la mano sobre el revólver. El gatillo cedió, toqué el vientre pulido de la culata y allí, con el ruido seco y ensordecedor, todo comenzó. Sacudí el sudor y el sol. Comprendí que había destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa en la que había sido feliz. Entonces, tiré aún cuatro veces sobre un cuerpo inerte en el que las balas se hundían sin que se notara. Y era como cuatro
breves golpes que- daba en la puerta de la desgracia.

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Las once mil vergas (XVII)

–¡Puerco, ya viene... estoy gozando!

Y dejó escapar su chorro. Pero Culculine, que había asistido a esta operación y parecía acalorada, la extrajo brutalmente del palo y, abalanzándose sobre Mony sin preocuparse de la mierda que la ensució también, se introdujo la cola en el coño exhalando un suspiro de satisfacción. Comenzó a dar terribles culadas mientras decía: “ ¡Han!” a cada arremetida. Pero Alexine, despechada por haber sido desposeída de su bien, abrió un cajón y sacó de él unos zorros hechos con tiras de cuero. Comenzó a azotar el culo de Culculine cuyos saltos se hicieron aún más apasionados. Alexine, excitada por el espectáculo, golpeaba dura y vigorosamente. Los golpes llovían sobre el soberbio trasero. Mony, ladeando ligeramente la cabeza, veía, en un espejo que tenía enfrente, subir y bajar el gran culo de Culculine. Al subir las nalgas se entreabrían y la roseta aparecía por un breve instante para desaparecer al bajar cuando las bellas nalgas mofletudas se estrechaban de nuevo. Debajo, los labios peludos y distendidos del coño devoraban la enorme verga que, al subir, se veía mojada y salía Casi totalmente. En un momento los golpes de Alexine habían enrojecido completamente el pobre culo que ahora se estremecía de voluptuosidad. Pronto un golpe dejó una marca sangrienta. Las dos, la que golpeaba y la azotada, estaban frenéticas como bacantes y parecían gozar con idéntica intensidad. El mismo Mony empezó a compartir su furor y sus uñas surcaron la espalda satinada de Culculine. Alexine, para golpear cómodamente a Culculine, se arrodilló junto al grupo. Su mofletudo culazo, sacudiéndose a cada golpe que daba, quedó a dos dedos de la boca de Mony.
Su lengua no tardó en introducirse allí dentro, luego animado por un furor voluptuoso, empezó a morder la nalga derecha. La joven lanzó un grito de dolor. Los dientes habían penetrado en su carne y la sangre roja y fresca vino a aliviar el gaznate reseco de Mony. La bebió a lengüetadas, apreciando su sabor de hierro ligeramente salado. En este momento los saltos de Culculine eran ya completamente incontrolados. Sus ojos estaban en blanco. Su boca, manchada por la mierda acumulada sobre el cuerpo de Mony. Lanzó un gemido y descargó al mismo tiempo que Mony. Alexine cayó sobre ellos, agonizante y rechinando los dientes, y Mony que colocó la boca en su coño no tuvo que dar más que dos o tres lengüetazos para obtener una descarga. Luego, tras algunos sobresaltos, los nervios se relajaron y el trío se tendió sobre la mierda, la sangre y el semen. Se durmieron sin darse cuenta y se despertaron cuando las doce campanadas de medianoche sonaron en el reloj de péndulo de la habitación.

–No nos movamos, he oído ruido –dijo Culculine–, y no es mi criada, está acostumbrada a no preocuparse por mí. Debe estar acostada.

Un sudor frío bañaba las frentes de Mony y de las jóvenes. Sus cabellos se pusieron de punta y los escalofríos recorrían sus cuerpos desnudos y merdosos.

–¡Hay alguien! –añadió Alexine.

–¡Hay alguien! –confirmó Mony.

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Caosmeando

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