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EL ORIGEN DEL MUNDO
A Felipe Benítez Reyes
No se trata tan sólo de una herida
que supura deseo y que sosiega
a aquellos que la lamen reverentes,
o a los estremecidos que la tocan
sin estremecimiento religioso,
como una prospección de su costumbre,
como una cotidiana tarea conyugal:
o a los que se derrumban, consumidos,
en su concavidad incandescente,
después de haber saciado el hambre de la bestia,
que exige su ración de carne cruda.
No consiste tan sólo en ese triángulo
de pincelada negra entre los muslos,
contra un fondo de tibia blancura que se ofrece.
No es tan fácil tratar de reducirlo
al único argumento que se esconde
detrás de los trabajos amorosos
y de las efusiones de la literatura.
El cuerpo no supone un artefacto
de simple ingeniería corporal;
también es la tarea del espíritu
que se despliega sabio sobre el tiempo.
El arca que contiene, memoriosa,
la alquimia milenaria de la especie.
Así que los esclavos del deseo,
aunque no lo sospechen, cuando lamen
la herida más antigua, cuando palpan
la rosa cicatriz de brillo acuático,
o cuando se disuelven dentro de la hendidura,
vuelven a pronunciar un sortilegio,
un conjuro ancestral.
Nos dirigimos
sonámbulos con rumbo hacia la noche,
viajamos otra vez a la semilla,
para observar radiantes cómo crece
la flor de carne abierta.
La pretérita flor.
Húmeda flor atávica.
El origen del mundo.
Carlos Marzal
jueves, 5 de marzo de 2009
El origen del mundo
Publicado por Uno, trino y plural a las 21:34 2 comentarios
Etiquetas: arte, pintura, poesía, Una perla y un pecio
Rodrigo Calderón, cabeza de turco
De vez en cuando el poder sacrifica a uno de los suyos
Fragmento de Noticias de Madrid, del platero Antonio de León Soto el Joven y su hijastro Juan de Manjarrés.
Jueves, 21 de octubre de 1621 años, día de Santa
Úrsula y las once mil vírgenes, degollaron en esta corte a don Rodrigo
Calderón, que esté en el cielo, marqués de Sieteiglesias, uno de los
mayores privados que tuvo el Duque de Lerma. Fue secretario del señor
rey Felipe Tercero y capitán de la guarda tudesca. Fue uno de los que
justamente se puede decir gobernaba la república y monarquía por ser
tan grande su poder. Murió degollado en un cadalso que hicieron para
este efecto en medio de la Plaza. El cual no le adornaron de lutos
ningunos, no embargante que por la mañana tuvieron puesto tan solamente
en la silla en que había de sentarse que era de madera tosca de lo
mismo que era el cadalso. El cual le sacaron de sus mismas casas donde
vivía, que había sido su prisión de más de dos años y medio. El cual
trajeron a la plaza referida sin que anduviese las calles acostumbradas
por no mandarlo la sentencia y, como digo, vino por la puerta de Santo
Domingo y los Ángeles y bajo por las casas del Conde de Altamira y por
la calle de la Puentecilla que va a salir a la plaza de los Herradores,
y entrando por la calle Mayor no subió por la calle que llaman de la
Amargura, sino bajó todo aquel pedazo de la calle Mayor y subió por
la
calle que llaman de los Boteros o Sardaneta a la Plaza, a donde había
infinito número de gente que será increíble contar, con el ánimo y
gallardía, si se puede decir para caso funesto. Y venía en una mula
mulata de silla y freno y él con un capuz muy largo y una caperuza de
luto como manga muy grande y un santo crucifijo en sus manos. Las
cuales traía sueltas y venía muy devotamente sólo clavados los ojos en
el Cristo que edificaba a todos los que le veían, y junto a él venían
cuatro frailes carmelitas descalzos que el uno era su confesor y
delante los cristos y campanilla con que acompañan a todos los demás
ajusticiados y los pregoneros delante y muchos alguaciles. Y un momento
antes que llegasen al cadalso vino el padre fray Gregorio de Pedrosa,
de la orden de San Jerónimo y predicador de Su Majestad, acompañado
de
otros dos frailes de la misma orden y en sus mulas, haciéndoles lugar
para que llegasen dos alguaciles de corte. Los cuales se apearon y
subió sólo. El padre fray Gregorio de Pedrosa en el cadalso a esperar
llegase el dicho don Rodrigo Calderón. Advierto que los que traían las
campanillas no pedían y al entrar en la plaza se oyó el pregón
siguiente:
"Esta es la justicia que mandó hacer el Rey nuestro señor a este hombre
por haber hecho matar a otro alevosa y asesinadamente, y por la que
la culpa que tuvo en la muerte de otro hombre, y por las demás porque está
condenado contenidas en la sentencia le mandan degollar. Quien tal
hace, que tal pague".
Y luego llegó al cadalso el dicho don Rodrigo Calderón, en la forma
referida, y se apeó con uno de los más notables ánimos que hasta el día
de hoy se ha visto, cosa más animosa dicen sintió mucho en subiendo al
cadalso el no verle con lutos y que sus confesores les consolaron.
Sentóse a un lado de la silla juntamente el padre fray Gregorio de
Pedrosa y su confesor, el carmelita descalzo que comunicando algo
acerca de su salvación. Y luego se levantó el padre Pedrosa y se quedó
sentado su confesor, y don Rodrigo se levantó y se hincó entre ambas
rodillas y se persignó animosa y gallardamente. Y para decir la
confesión se echo en suelo y juntó la boca con suelo en el tiempo que
tardó el decirla y luego se reconcilió, y estuvo muy gran rato, y le
absolvieron por la bula y por un jubileo que tenía, que Su Santidad le
había enviado. Y al tiempo de la absolución se tornó a echar en el
suelo muy igualado, que admiró a todos los que lo estaban mirando las
acciones de tan gran cristiano como hizo de animoso y valeroso
caballero. Y hecho esto, se levantó el cuello y dicen que la noche antes
había quitado el del jubón porque pudiese el ejecutor hacer su oficio.
Al cual le abrazó dos veces, una al apearse de la mula y la otra al
tiempo que se quitaba el cuello y la última le besó y le dijo: "vuestra
señoría me perdone que yo hago mi oficio" y le respondió: "haced de muy enhorabuena, instrumento de mi salvación".