sábado, 21 de junio de 2008

Enfermos de éxito

Cáncer, tumores, infartos... A veces hay otras enfermedades más sutiles que nos desollan el alma. Desde pequeños nos enseñan que más vale un 10 que un 9, que sólo uno puede llegar primero a la meta o que de 20 equipos, uno sólo se llevará la liga.

Nos dan dardos, nos hacen apuntar a la diana, a ese punto rojo central, eje del supuesto virtuosismo. Acercarse al éxito reconforta pero sólo los elegidos podrán saborearlo.

Si relativizamos, todo se traduce a alcanzar el éxito. Visto como visten los que tienen éxito, oigo tal o cual canción porque muchos la escuchan o al menos la minoría que yo considero exitosa, leo a aquellos foreros más aclamados y me río de todo aquello que baje de mediocre.

Es una droga, nos la suministran a través de películas, de series, de convencionalismos, de libros, está en todas partes. Queremos que nuestro equipo crezca y gane, que nuestro jugador favorito se mee encima de los demás, que España pase de cuartos. Queremos reflejarnos en múltiples espejos, chutarnos de éxito para no mirar muchas veces alrededor. Los únicos antídotos a esta enfermedad son la ignorancia, el optimismo o soñar despiertos continuamente.

Esa pirámide de naipes que nos lleva al éxito puede derrumbarse y sumirnos en la peor derrota posible. Por ello, el éxito no es alcanzar al mismo, el éxito es sobrevivir al éxito.

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Enûma Elish (V)

Cuando esto oyeron, Lahmu y Lahamu gritaron con fuerza,
todos los Igigi « se lamentaron descorazonados:
«¡Qué extraño que hayan tomado tal decisión!
No podemos comprender las obras de Tiamat».
Se dispusieron a emprender el viaje
todos los grandes dioses que fijan los destinos.
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Llegaron a presencia de Anshar, llenando Ubshukinna.
Se besaron unos a otros en la asamblea.
Hablaban entre sí mientras se acomodaban para el banquete.
Tomaron el pan festivo, compartieron el vino,
henchidos de suave licor.
Bebían y el fuerte brebaje embebía sus cuerpos.
Iban languideciendo al paso que sus ánimos se exaltaban.
Fijaron los decretos sobre Marduk, su vengador.
Le erigieron un trono principesco.
Frente a sus padres él se sentó, presidiendo.
«El más venerado eres entre los grandes dioses,
tu decreto no tiene rival, tu mandato es Anu.
Tú, Marduk, eres el más venerado de todos los dioses.
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Sobre todo el universo te confiamos el reinado.
Cuando tomes asiento en la asamblea, prevalecerá tu palabra.
No fallarán tus armas, aniquilarán a tus enemigos.
¡Oh Señor, perdona la vida al que en ti confía,
pero quítasela al dios que eligió el mal!».
En medio pusieron un paño,
a Marduk, su primogénito, hablaron:
«Señor, en verdad tu decreto prevalece entre los dioses.
Si decides crear o destruir, así se hará.
Abre tu boca, desaparecerá este paño,
habla otra vez, y el paño estará entero».
A la palabra de su boca desapareció el paño.
Habló de nuevo y se rehízo el paño.
Cuando los dioses, sus padres, vieron el fruto de su palabra,
gozosos le rindieron homenaje: « ¡Marduk es rey!».
Le entregaron cetro, trono y palu;
armas invencibles le dieron, para ahuyentar al adversario.

Fijado así el destino de Bel, los dioses, sus padres,
le pusieron en el camino del éxito y la victoria.
Él se hizo un arco, que marcó como arma suya,
añadió además la flecha, fijó la cuerda.
Alzó la maza, la empuñó con su diestra.
Arco y carcaj fijó a su costado.
Ante sí envió el relámpago,
de llama abrasadora llenó su cuerpo.
Hizo luego una red para envolver en ella a Tiamat.
Los cuatro vientos sujetó para que nada de ella escapara,
el viento sur, el viento norte, el viento este, el viento oeste.
Al costado apretó la red, regalo de su padre Anu.
Soltó a Imhullu, «el viento malo», el torbellino, el huracán,
el viento cuádruple, el viento séptuple, el ciclón, el viento incontenible;
luego soltó los vientos que había sujetado, los siete,
para remover las entrañas de Tiamat se alzaron a su zaga.
El señor agitó entonces la tempestad, su arma poderosa.
Montó en la carroza de la tormenta, terrible e irresistible.
Una cuadriga enjaezó y le unció,
Matador, Implacable, Hollador, Veloz.
Afilados, ponzoñosos eran sus dientes.
Diestros en asolar, hábiles en destruir.
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Caosmeando

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