martes, 6 de noviembre de 2007

Bombas que dan ganas

Un ocho de octubre, el recalcitrante de mi padre llevó a la casa una pelota nueva de fútbol. Todos nos pusimos contentos cuando lo vimos entrar. Hasta yo que nada sabía del asunto. Iba metida en una cebadera de nylon. No dijo nada, como solía ser él. Entró y la colgó en un clavo, que esa misma mañana metió a golpes de martillo. Muy temprano lo habíamos visto amasar la pared, y ahora comprendíamos que era para eso. Pero no nos explicó nada. Llegó la hora de la cena y nosotros no comíamos por estar viendo la pelota de cuero de vaca, en color negro y blanco con las costuras visibles. Él nunca dijo que el balón era nuestro, tampoco se lo preguntamos, pero era imposible no soñarlo.(...)
No tuvimos el valor de tocar el balón, porque en nuestra casa se hacían muchas cosas, si no todas, bajo orden expresa de nuestro padre. Teníamos que esperar a que él nos autorizara a jugar con la pelota, porque para eso debía de ser, para qué otra cosa. Cumplimos la tarea de la tarde frente a nuestro símbolo.(...)
A las cinco de la tarde llegó él. Dejó sus cosas en una esquina de la mesa y, como siempre, no nos dirigió un gesto de ternura. Pero sí nos vio con desencanto, quiten de allí, vayan a seguir estudiando, como que nunca hubieran visto una pelota. Pero si era cierto, yo por lo menos nunca la había visto en persona a la llamada número cinco.

Seguir Leyendo...
Una semana pasamos embelesados en aquella rutina de correr desde la escuela, sólo para ver el globo inflado de dos colores, como era todo en aquel entonces: negro y blanco. El siguiente fin de semana nos dijo: un día de estos voy a tener una reunión muy importante y ustedes me van a ayudar a hacer algunas cosas, sí, le dijimos, pero máa pensando en la pelota que en lo que nos decía, y a uno de mis hermanos se le ocurrió que a lo mejor el balón era un regalo por las tareas bien cumplidas. En línea con tal apreciación era recomendable hacerle caso en todo lo que nos dijera para no perder el premio.
Dos días después, antes de que oscureciera nos llamó al sillón, estaba sentado y con la pelota entre las piernas. La había sacado de la cebadera y le daba pequeñas volteretas entre los dedos. cuando lo vimos en aquella pose nos orinamos de felicidad. Hoy sí nos la va a dar, dijimos bien adentro de nuestros huesos sin calcio.
Siéntense, nos ordenó, y como no cabíamos en el sillón, dos o tres nos acurrucamos en el piso. Dentro de una hora vienen unos amigos que van a tener una reunión de trabajo conmigo,cuando ellos lleguen quiero que se lleven la pelota y jueguen un rato en la calle, frente a la casa. La sonrisa nos fundió los rostros y los chicos que allí estaban eran otros, no los mismos de antes. Este debe ser el mejor padre, el más abnegado, el más amoroso, dijimos todos en pensamientos atosigados de impaciencia. Si ven a alguien extraño que no sea vecino tiren la pelota y golpean la puerta, si ven alguna patrulla de la policiía, den un golpe en la puerta, si pasara algún vehículo de la guardia, tírenla sobre la puerta. Un juego muy divertido. Muy divertido. O sea que él no quería que lo incomodáramos a la hora de su reunión. Estaba claro. Eso era.
(...)Llegaron ocho hombres a la casa, ninguna mujer, y se encerraron. Cumplimos por nuestra parte dándole con odio a la pelota, porque hasta yo me atreví a correr tras ella, creo que logré tocarla dos o tres veces. Una patrulla de la policía pasó, dicho incidente nos obligó a reventar la pelota contra la puerta. Adentro, aunque no lo vimos, mi padre se puso de pie con los otros hombres, y callaron en espera de que algo sucediera. El movimiento era sólo una actividad de rutina. Una pareja de guardias pasó y hasta nos devolvieron en una ocasión el balón. También golpeamos la puerta y parte de la pared. Nos falló un poco el pulso. Era divertido hacer que temblara la casa al son del tambor.
Jugamos y jugamos. Y metimos goles.(...)A eso de las diez de la noche los hombres que estaban con mi padre fueron saliendo poco a poco y se marcharon. buen trabajo, dijo mi padre, y de inmediato agarró la pelota y se le quedó viendo, cerraba un ojo, lo abría, y viceversa, como midiendo algo.(...)Ya es noche, vayan a dormir, mañana tienen que mañanear. Nos dormimos muy felices. Como nunca antes.
Cuando despertamos teníamos la esperanza de un sueño, que ese mismo día por la noche repetiríamos nuestra hazaña.(...)
Al mediodía regresamos corriendo, lo encontramos en la casa. Nos quedamos con la boca abierta al ver lo que tenía sobre la mesa. La pelota estaba partida por la mitad y él, en lugar de aire le metía una sustancia amrilla, como queso, y por el agujero donde se le debería entrar el aire le sacaba una tripita. nadie tuvo valor de decir algo. pero al fin de tanto, yo, con las lágrimas rodando, hablé, y qué le pasó a la pelota, nada, me dijo, yo creí que era para jugar, n'ombre, y anoche pues, volví a decir, ante la mirada perdida de mis hermanos, ustedes hicieron la periférica mientras el grupo de mis compañeros se reunía. Y qué le va a pasar a la pelota, es para un trabajo, o sea que ya no vamos a jugar con ella, no, dijo él con determinación maquiavélica.
Mientras estábamos en el corredor de la casa, contemplando la luna crecinte, esperando que se transformara en pelota y que cayera rodando a nuestros pies, escuchamos la noticia en la radio: la comandancia de la Policía de Hacienda había sido atacada con una poderosa carga explosiva metida en las entrañas de un balón de cuero número cinco.(...) Me separé de mis hermanos y lloré como si el amor de mis amores hubiera partido en un buque de guerra.
Aquella noche que hicimos seguridad al grupo de comandos urbanos del que era miembro mi padre, fue la única vez que yo jugué con una pelota, no para meter goles, no para aprender, no para divertirnos, sino para que otros sobrevivieran a sus propios sueños pendejos en una guerra que estaba en etapa de gestación.
Meses después se escuchó otra noticia, grande, y además hermosa, no como aquella bomba de las cien putas: Jorge González había metido su primer gol a favor del Cádiz.

(Cuento fragmentado del salvadoreño Edwin Ernesto Ayala, de su libro Ángel para un final)

Seguir Leyendo...

Videoclip: Summer 78- Yann Tiersen-Video By Alberto.R.Balazs



Cuelgo aquí también esta pequeña joya

Seguir Leyendo...

Genios Genuinos

Sir Ernest Rutherford, presidente de la Sociedad Real Británica y Premio Nobel de Química en 1908, contaba la siguiente anécdota:Hace algún tiempo, recibí la llamada de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta que había dado en un problema de física, pese a que éste afirmaba con rotundidad que su respuesta era absolutamente acertada.

Profesores y estudiantes acordaron pedir arbitraje de alguien imparcial y fui elegido yo. Leo la pregunta del examen y decía: "Demuestre cómo es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro".

El estudiante había respondido: "Lleva el barómetro a la azotea del edificio y átale una cuerda muy larga. Descuélgalo hasta la base del edificio, marca y mide. La longitud de la cuerda es igual a la longitud del edificio".

Realmente, el estudiante había planteado un serio problema con la resolución del ejercicio, porque había respondido a la pregunta correcta y completamente. Por otro lado, si se le concedía la máxima puntuación, podría alterar el promedio de sus de estudios, obtener una nota más alta y así certificar su alto nivel en física; pero la respuesta no confirmaba que el estudiante tuviera ese nivel.

Seguir Leyendo...
Sugerí que se le diera al alumno otra oportunidad. Le concedí seis minutos para que me respondiera la misma pregunta pero esta vez con la advertencia de que en la respuesta debía demostrar sus conocimientos de física. Habían pasado cinco minutos y el estudiante no había escrito nada. Le pregunté si deseaba marcharse, pero me contesto que tenia muchas respuestas al problema. Su dificultad era elegir la mejor de todas. Me excuse por interrumpirle y le rogué que continuara.

En el minuto que le quedaba escribió la siguiente respuesta: "Coge el barometro y déjalo caer al suelo desde la azotea del edificio, calcula el tiempo de caída con un cronómetro. Después se aplica la formula altura = 0,5 por g por T al cuadrado. Y así obtenemos la altura del edificio". En este punto le pregunté a mi colega si el estudiante se podía retirar. Le dió la nota más alta.

Tras abandonar el despacho, me reencontré con el estudiante y le pedí que me contara sus otras respuestas a la pregunta. Bueno, respondió, hay muchas maneras, por ejemplo, coges el barómetro en un día soleado y mides la altura del barómetro y la longitud de su sombra. Si medimos a continuación la longitud de la sombra del edificio y aplicamos una simple proporción, obtendremos también la altura del edificio.

Perfecto, le dije, ¿y de otra manera? Sí, contestó; éste es un procedimiento muy básico para medir un edificio, pero también sirve. En este método, coges el barómetro y te sitúas en las escaleras del edificio en la planta baja. Según subes las escaleras, vas marcando en la pared la altura del barómetro y cuentas el número de marcas hasta la azotea. Multiplicas al final la altura del barómetro por el número de marcas que has hecho y ya tienes la altura. Éste es un método muy directo. Por supuesto, si lo que quieres es un procedimiento más sofisticado, puedes atar el barómetro a una cuerda y moverlo como si fuera un péndulo. Dado que cuando el barómetro está a la altura de la azotea la velocidad es cero y si tenemos en cuenta la medida de la aceleración de la gravedad, al descender el barómetro en trayectoria circular al pasar por la perpendicular del edificio, de la diferencia de estos valores, y aplicando una sencilla formula trigonométrica, podríamos calcular, sin duda, la altura del edificio.

En este mismo estilo de sistema, atas el barómetro a una cuerda y lo descuelgas desde la azotea a la calle. Usándolo como un péndulo puedes calcular la altura midiendo su período de precesión. En fin, concluyó, existen otras muchas maneras. Probablemente, siguió, la mejor sea coger el barómetro y golpear con él la puerta de la casa del conserje. Cuando abra, decirle: señor conserje, aquí tengo un bonito barómetro. Si usted me dice la altura de este edificio, se lo regalo.

En este momento de la conversación, le pregunté si no conocía la respuesta convencional al problema (la diferencia de presión marcada por un barómetro en dos lugares diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre ambos lugares). Evidentemente, dijo que la conocía, pero que durante sus estudios sus profesores habían intentado enseñarle a pensar. El estudiante se llamaba Niels Bohr, físico danés, premio Nobel de Física en 1922, más conocido por ser el primero en proponer el modelo de átomo con protones y neutrones y los electrones que lo rodeaban. Fue fundamentalmente un innovador de la teoría cuántica. Al margen del personaje, lo divertido y curioso de la anécdota, lo esencial de esta historia, es que LE HABÍAN ENSEÑADO A PENSAR.

Seguir Leyendo...

Caosmeando

ecoestadistica.com