sábado, 27 de octubre de 2007

Ni en la hora lo oficial es lo real



¿Por qué almorzamos en España a partir de las 2 de la tarde? No por el clima, porque en ningún país mediterráneo sucede esto. Tampoco por la siesta, en España hay bastante menos de lo que se dice. Tampoco por tradición cultural: no se da en ninguna antigua colonia, y aquí hace un siglo tampoco, se puede ver en novelas de Emilia Pardo Bazán, Galdós, Clarín,... ¿Spain is different?

Un día de invierno a las 12 en Polonia o en Italia es mediodía, pero en España estamos aún en plena mañana. Islandia duerme todavía. A las 2 es mediodía en España, tal y como en Inglaterra, Portugal y Marruecos.

¿Qué pasó? Siempre y en todas partes se almuerza a partir del mediodía solar. Hasta el Siglo XIX, la hora oficial era la del reloj solar más cercano, o la del campanario del pueblo. Pero aparecieron los ferrocarriles a larga distancia, y con ellos la necesidad de armonizar la hora oficial. España participó con tres representantes en la Conferencia Internacional del Meridiano, celebrada entre 25 países en octubre de 1884 en Washington. Se establecieron el meridiano de Greenwich como referente mundial, y 24 husos horarios alrededor de cada meridiano múltiple de 15º. Los límites de estos husos luego se adaptaron en muchos casos para coincidir con fronteras estatales, ríos, montañas o costas.

Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Francia tenían que haber adoptado la hora de Londres, pero adoptaron la de Berlín porque el recién nacido imperio alemán, con Bismarck, estaba en su apogeo. Y España hizo lo mismo. Pero España está ya muy descaradamente al oeste de este huso horario de Europa Central. Deberíamos tener la hora de Greenwich, cuyo meridiano pasa por Castellón, pero en la realidad tenemos la hora de Szczecin, Praga, Ljubljana, Rijeka, Nápoles, hasta 25º más al este.

Que Francia y el Benelux tengan la hora de Praga en lugar de la Londres, es peculiar. Pero que la tenga también España, ya es descaradamente irregular.

España es donde más tarde se levanta el sol en el mundo, similar a lugares mucho más al sur, y muy diferente del resto del mediterráneo . Las ciudades españolas son las últimas del mundo en ver llegar el mediodía solar, en Galicia casi a las 3 de la tarde . En verano, el sol se pone en España como en las ciudades más nórdicas de Europa . En invierno, si adoptáramos la hora de Greenwich, el sol se pondría en Barcelona a las 4 y pico, cuando suele llegar el segundo plato en las comidas importantes: nos daríamos cuenta en seguida de lo raro que es nuestro horario. Almorzaríamos antes, reanudaríamos el trabajo antes, nos iríamos a casa antes, y pasaríamos más tiempo con la familia, como en el resto del mundo.


Pero los husos horarios no son toda la historia. El hambre de la (pos) guerra, y comer tarde para presumir, ya pasó gracias a Dios, pero agravó la adopción de la mala costumbre. El pluriempleo lo remató. Era un fenómeno causado por la destrucción bélica, por la autarquía económica impuesta desde fuera después de la guerra civil, por la falta de recursos naturales y por la ausencia de Plan Marshall como en el resto de Europa occidental después de la 2ª guerra mundial. El pluriempleo sigue vigente en la banca, en la administración pública y en muchos servicios, 65 años después de la guerra civil, con ese horario absurdo de 9 a 2, que no existe en ningún otro país del mundo.

Hay más cosas: almorzamos en menos de una hora, pero le dedicamos dos. Luego, premiamos la presencia en el trabajo, mientras que en el resto del mundo se premia la productividad. Aquí supone prestigio profesional dedicar muchas horas, mientras esto supone desprestigio en otros países: si necesitas muchas horas, significa que no cundes, que no rindes, que no estás con los tuyos, que no tienes hobbies, que estás por fuerza estresado e infeliz, y por ende desmotivado. Encima, es evidente que con muchas horas uno no es más productivo: el hombre no es una máquina, se cansa. Invita a pensar el hecho de que los holandeses dejen caer el lápiz a las 5 y tengan una productividad de 1,5 veces la de los españoles, que parecen hasta vivir en su trabajo. Y otro fenómeno de aquí es que cierta población masculina se resiste a compartir tareas domésticas y educativas, y gusta por esto "tener que" estar en el trabajo hasta las tantas.

¿Cómo arreglar el problema? En la próxima cita para cambiar a la hora de verano, en lugar de "comernos" una hora adelantando los relojes, nos la comeremos sin tocar los relojes pero adelantando todos los horarios oficiales: transporte público, emisiones en radio y televisión, ventanilla y atención al público, etc. Hay una excepción importante: las horas de inicio de las actividades por la mañana en el trabajo y en las escuelas no cambiarán, y reduciremos el tiempo para el almuerzo de dos horas en una. También adelantaremos el primer Telediario de TVE hasta la 1 para coincidir con la comida. Como en otras ocasiones, la introducción del euro por ejemplo, habrá los que se adaptan en seguida y los que tardan más. Pero al llegar el cambio a la hora de invierno, la luz solar forzará a que todos nos serenemos: nadie seguirá tomando el postre del mediodía cuando ya es de noche. En Madrid, el sol se levantará y se pondrá a la misma hora local que en Roma.

Está claro que este cambio requiere una buena preparación y sobre todo una buena comunicación. Pero no es muy complicado, y tampoco es algo forzado: no sería más que volver a la normalidad, aunque sea un siglo después. Todos los intentos anteriores de reconciliar trabajo y familia han fracasado. Respecto al sol, seguiremos haciendo exactamente lo mismo. Pero desayunaremos en casa en lugar de interrumpir la mañana laboral. Comeremos a la 1, como en el resto del mundo, y como en España hace un siglo. Veremos el telediario a las 8, como en los demás países. Tendremos una velada digna para estar con familiares y amigos. Dormiremos más, no tendremos que recuperar durante el fin de semana. Estaremos menos en el trabajo, pero trabajaremos igual y probablemente más y mejor. Y sobre todo: reconciliaremos nuestra vida familiar y profesional, todos ganaremos, seremos más productivos, estaremos más con los nuestros, y seremos más felices. No es una simple conciliación: es una reconciliación, la recuperación de algo que habíamos tenido, que habíamos perdido, y que ahora recuperaremos.

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