viernes, 29 de mayo de 2009

Historia del ojo (3)

Los pasos se detuvieron pero nos era imposible ver quién se acercaba. Nuestras respiraciones se habían cortado al unísono. Levantado así por los aires, el culo
de Simona representaba en verdad una plegaria todopoderosa, a causa de la
extrema perfección de sus dos nalgas, angostas y delicadas, profundamente
tajadas; estaba seguro de que el hombre o la mujer desconocidos que la vieran sucumbirían de inmediato a la necesidad de masturbarse sin fin al mirarlas.
Los pasos recomenzaron, precipitándose, casi en carrera; luego vi aparecer de repente a una encantadora joven rubia, Marcela, la más pura y conmovedora de nuestras amigas.
Estábamos tan fuertemente arracimados en nuestras horribles actitudes que no pudimos movernos ni siquiera un palmo y nuestra desgraciada amiga
cayó sobre la hierba sollozando. Sólo entonces cambiamos nuestra extravagante posición para echarnos sobre el cuerpo que se nos libraba en abandono.
Simona le levantó la falda, le arrancó el calzón y me mostró, embriagada, un nuevo culo, tan bello, tan puro, como el suyo.
La besé con rabia al tiempo que la masturbaba: sus piernas se cerraron sobre los riñones de la extraña Marcela que ya no podía disimular los sollozos.
—Marcela —le dije—, te lo suplico, ya no llores. Quiero que me beses en la boca...

Simona le acariciaba sus hermosos cabellos lisos y la besaba afectuosamente por todas partes.
Mientras tanto, el cielo se había puesto totalmente oscuro y, con la
noche, caían gruesas gotas de lluvia que provocaban la calma después
del agotamiento de una jornada tórrida y sin aire. El mar empezaba un
ruido enorme dominado por el fragor del trueno, y los relámpagos
dejaban ver bruscamente, como si fuera pleno día, los dos culos
masturbados de las muchachas que se habían quedado mudas. Un
frenesí brutal animaba nuestros cuerpos. Dos bocas juveniles se
disputaban mi culo, mis testículos y mi verga; pero yo no dejé de
apartar piernas de mujer, húmedas de saliva o de semen, como si
hubiese querido huir del abrazo de un monstruo, aunque ese monstruo
no fuera más que la extraordinaria violencia de mis movimientos. La
lluvia caliente caía por fin en torrentes y nos bañaba todo el cuerpo
enteramente expuesto a su furia. Grandes truenos nos quebrantaban y
aumentaban cada vez más nuestra cólera, arrancándonos gritos de
rabia, redoblada cada vez que el relámpago dejaba ver nuestras partes
sexuales. Simona había caído en un charco de lodo y se embarraba el
cuerpo con furor: se masturbaba con la tierra y gozaba violentamente, golpeada por el aguacero, con mi cabeza abrazada entre sus
piernas sucias de tierra, su rostro enterrado en el charco donde agitaba
con brutalidad el culo de Marcela, que la tenía abrazada por detrás,
tirando de su muslo para abrírselo con fuerza.

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Caosmeando

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