jueves, 4 de diciembre de 2008

Construcción de un rincón (3)

Un texto de Samuel Beckett

Compañía

Te apiadas de un erizo fuera, en el frío, y colocas una vieja caja de sombrero con algunos gusanos. Después colocas dicha caja, con el erizo dentro, en una conejera en desuso y dejas la puerta abierta para que el pobre animal entre y salga cuando quiera. Para que vaya a buscar alimento y, tras haber comido, vuelva al calor y la seguridad de su caja en la conejera.
Ahí tienes, pues, el erizo en su caja, dentro de la conejera, con suficientes gusanos para calentarla. Una última mirada para asegurarte de que todo está como Dios manda, antes de dedicarte a buscar otra cosa con que pasar el tiempo, que ya, a esta tierna edad, se te hace interminable.La llama de tu buena acción tarda más que de costumbre en atenuarse y extinguirse.
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En aquellos tiempos se encendía con facilidad, pero raras veces por mucho tiempo. Apenas la había atizado una buena acción tuya o un pequeño triunfo sobre tus rivales o una palabra de elogio de tus padres o mentores, cuando ya empezaba a atenuarse y extinguirse y te dejaba en poco tiempo tan frío y apagado como antes.
Hasta en aquellos tiempos. Pero ese día, no. Fue una tarde de otoño cuando encontraste el erizo y te apiadaste de él del modo descrito y, cuando llegó la hora de irte a la cama, seguías sintiendo la misma satisfacción. Arrodillado junto a la cama, incluiste al erizo en la detallada plegaria a Dios para que bendijera a todos tus seres queridos. Y, mientras dabas vueltas en la cama esperando a que llegara el sueño, seguías rebosante de satisfacción al pensar en la suerte que había tenido el erizo cruzandose en tu camino.
Un estrecho sendero de tierra bordeando el boj marchito. Cuando estabas ahí parado, preguntándote por la forma mejor de pasar el tiempo hasta la hora de ir a la cama, hendió uno de los linderos, y ya se dirigía hacia el otro, cuando entraste en su vida.
Ahora bien, a la mañana siguiente no solo se había apagado la llama, sino que, además, a esta había sustituido una gran inquietud. La sospecha de que tal vez no todo estuviera como Dios manda.De que, en lugar de hacer lo que hiciste, acaso hubiese sido mejor dejar las cosas como estaban y que el erizo siguiera su camino. Días, si no semanas, pasaron antes de que pudieses armarte de valor para regresar hasta la conejera. Nunca has olvidado lo que entonces encontraste. Estás boca arriba en la obscuridad y nunca has olvidado lo que entonces encontraste. La papilla. El hedor.

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Caosmeando

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