miércoles, 11 de marzo de 2009

Los sucesos del 32 en El Salvador

Contados por el Coronel Gregorio Bustamante Maceo en su Historia Militar de El Salvador, publicada por el ministerio del Interior en El Salvador en 1951.

Así fue que en diciembre de 1931 se efectuaron grandes levantamientos populares en los Departamentos Occidentales de la República, organizados por los líderes principales Farabundo Martí y los estudiantes mario Zapata y Alfonso Luna, quienes tenían su cuartel general en los suburbios de San salvador, donde fueron capturados y fusilados inmediatamente sin forma de juicio alguno. Y habiéndoles cogido varias listas de adeptos en que figuraban nombres de muchos obreros residentes en la capital, todos fueron perseguidos y fusilados a medida que iban siendo atrapados. Inclusive obreros inocentes, que fueron denunciados por inquinas personales. Pues bastaba el chisme de una vieja o cualquiera para llevar a la muerte a muchos hombres honrados y cargados de familia. Todas las noches salían camiones cargados de víctimas de la Dirección General de Policía hacia las riberas del río Acelhuaate, donde eran fusilados y enterrados en grandes zanjas abiertas de antemano.
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Ni los nombres de esos mártires tomaban los bárbaros ejecutores. El General Martínez movilizó fuerzas para enviarlas a combatir los levantamientos, dando órdenes sumamente drásticas, sin restricción alguna, a los jefes que mandaron esas tropas. Las ametralladoras comenzaron a sembrar el pánico y la muerte en las regiones de Juayúa, Izalco, Nahuizalco, Colón, Santa Tecla, el Volcán de Santa ana y todos los pueblos ribereños, desde Jiquilisco hasta Acajutla. Hubo pueblos que quedaron arrasados completamente y los obreros de la capital fueron diezmados bárbaramente. Un grupo de hombres ingenuos que se presentó voluntariamente a las autoridades ofreciendo sus servicios[para colaborar en la lucha contra el comunismo], fue llevado al interior del cuartel de la Guardia nacional, donde, puestos en fila, fueron ametrallados sin que quedara uno vivo. El pánico cundió. Varios comerciantes extranjeros pidieron auxilio a sus respectivas naciones y el gobierno británico envió barcos de guerra al puerto de Acajutla, desde donde pidieron permiso al Presidente Martínez para desembarcar tropas en auxilio de sus conciudadanos. Pero él no concedió tal permiso, alegando que su autoridad era suficiente para dominar la situación. Y en prueba de ello les transcribió un parte telegráfico, fechad en la ciudad de Santa Ana, transmitido por el general don José Tomás Calderón, que decía: "Hasta el momento llevo más de cuatro mil comunistas liquidados".
La matanza era horrorosa: no se escaparon niños, ancianos ni mujeres; en Juayúa, se ordenó que se presentaran al cabildo Municipal todos los hombres honrados que no fueran comunistas, para darles un salvoconducto, y cuando la plaza pública estaba repleta de hombres, niños y mujeres, pusieran tapadas en las calles de salida y ametrallaron a aquella multitud inocente, no dejando vivos ni a los pobres perros que siguen fielmente a sus amos indígenas. El jefe que dirigió aquella terrible masacre, pocos días después, refería con lujo de detalles aquel hecho macabro en los parques y paseos de San Salvador, jactándose de ser el héroe de tal acción.

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Caosmeando

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