lunes, 29 de septiembre de 2008

Las once mil vergas (XII)

Entretanto, en la calle la muchedumbre se apiñaba en torno del coche 3.269 cuyo cochero no tenía látigo.

Un sargento municipal le preguntó qué había hecho de él:

–Lo he vendido a una dama de la calle Du-phot.

–Id a recuperarlo u os pongo una multa.

–Ahora voy –dijo el auriga, un normando de fuerza poco común, y, después de haberse informado con la portera, llamó al primer piso.

Alexine fue desnuda a abrirle; el cochero quedó deslumhrado y, como ella se escapaba hacia el dormitorio, la persiguió, la agarró y le introdujo con habilidad y a la manera de los perros, un miembro de respetable talla. Descargó pronto gritando: “ ¡Truenos de Brest, burdel de Dios, cochina puta! “.

Alexine, dándole culadas, descargó al mismo tiempo que él, mientras que Mony y Culculine se partían de risa. El cochero, creyendo que se burlaban de él, montó en terrible cólera.

–¡Ah!, ¡putas, chulo, carroña, basura, os burláis de mí! Mi látigo, ¿dónde está mi látigo?

Y viéndolo, se apoderó de él para golpear con todas sus fuerzas a Mony, Alexine y Culculine, cuyos cuerpos desnudos brincaban bajo los cintarazos que les dejaban marcas sangrantes. Luego tuvo una nueva erección y, saltando sobre Mony, empezó a encularlo.

La puerta de entrada había quedado abierta y el municipal, que, viendo que el cochero no volvía, había subido, entró en este instante en el dormitorio; no tardó en sacar su miembro reglamentario. Lo introdujo con habilidad en el culo de Culculine que cloqueaba como una gallina y se estremecía con el frío contacto de los botones del uniforme.

Alexine, desocupada, cogió la porra blanca que se balanceaba en la vaina que colgaba de la cintura del sargento municipal. Se la introdujo en el coño y rápidamente las cinco personas empezaron a gozar tremendamente, mientras que la sangre de las heridas chorreaba sobre las alfombras, las sábanas, los muebles y mientras en la calle se llevaban al depósito el abandonado coche 3.269 cuyo caballo se peyó durante todo el camino, que quedó perfumado de manera nauseabunda.

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