viernes, 29 de agosto de 2008

El Vesubio, Pompeya, Herculano y los dos Plinios

El 25 de Agosto del 79 dC se iniciaba la erupción, y contamos con unos testimonios de excepción, que pudieron asistir a tan trágico suceso, los dos Plinios, el Viejo y el Joven. Mientras que el segundo pudo relatar lo que pasó, el primero fue una de sus víctimas más célebres.

El relato de los primeros momentos de la erupción, que nos ha llegado a través de unas cartas de Plinio el Joven a Tácito, dice así:

{hablando de su tío, Plinio el Viejo} Se encontraba en Miseno al mando de la flota. El 24 de agosto, como a la séptima hora, mi madre le hace notar que ha aparecido en el cielo una nube extraña por su aspecto y tamaño. Él había tomado su acostumbrado baño de sol, había tomado luego un baño de agua fría, había comido algo tumbado y en aquellos momentos estaba estudiando; pide el calzado, sube a un lugar desde el que podía contemplarse mejor aquel prodigio. La nube surgía sin que los que miraban desde lejos pudieran averiguar con seguridad de qué monte (luego se supo que había sido el Vesubio), mostrando un aspecto y una forma que recordaba más a un pino que a ningún otro árbol. Pues tras alzarse a gran altura como si fuese el tronco de un árbol larguísimo, se abría como en ramas; yo imagino que esto era porque había sido lanzada hacia arriba por la primera erupción; luego, cuando la fuerza de esta había decaído, debilitada o incluso vencida por su propio peso se disipaba a lo ancho, a veces de un color blanco, otras sucio y manchado a causa de la tierra o cenizas que transportaba. A mi tío, como hombre sabio que era, le pareció que se trataba de un fenómeno importante y que merecía ser contemplado desde más cerca.


Plinio el Viejo, que en momento estaba al mando de la flota romana en Miseno, decidió acercarse con algunos navíos hasta la costa bajo las laderas del volcán, para ayudar en lo posible, proceder a evacuar a la población, y conociendo su extremo afán científico, para vivir de cerca tan excepcional suceso.

Sin embargo, su empeño le resultó muy caro: Afectado por los vapores y el tremendo calor, Plinio el Viejo falleció. Su sobrino le explicaba a Tácito el suceso de la siguiente manera:

Mi tío decidió bajar hasta la playa y ver sobre el lugar si era posible una salida por mar, pero este permanecía todavía violento y peligroso. Allí, recostándose sobre un lienzo extendido sobre el terreno, mi tío pidió repetidamente agua fría para beber. Luego, las llamas y el olor del azufre, anuncio de que el fuego se aproximaba, ponen en fuga a sus compañeros, a él en cambio le animan a seguir. Apoyándose en dos jóvenes esclavos pudo ponerse en pie, pero al punto se desplomó, porque, como yo supongo, la densa humareda le impidió respirar y le cerró la laringe, que tenía de nacimiento delicada y estrecha y que con frecuencia se inflamaba. Cuando volvió el día (que era el tercero a contar desde el último que él había visto), su cuerpo fue encontrado intacto, en perfecto estado y cubierto con la vestimenta que llevaba: el aspecto de su cuerpo más parecía el de una persona descansando que el de un difunto.

Pompeya y Herculano quedaron sepultadas bajo toneladas de ceniza volcánica, pereciendo una gran cantidad de sus habitantes. La cifra de cadáveres recuperados, de los cuales se puede contemplar una muestra en la propia Pompeya, ronda los 1100.

Sin embargo, lo que fue una catástrofe para la Humanidad, acabó siendo un milagro para la arqueología, y gracias a la erupción del Vesubio, y a que la propia ceniza ayudó a preservar los restos de las dos ciudades, podemos contemplar hoy en día los restos de una civilización de forma tristemente completa e íntegra.

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Caosmeando

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