lunes, 4 de febrero de 2008

Historia de la prostitución (1)

La hospitalidad y la prostitución estuvieron íntimamente relacionadas en los primeros tiempos. En un primer momento, el servicio sexual era hospitalario, es decir, algo más de lo que podía disponer el viajero cansado en la casa del huésped, sin que tuviera que pagar por ello.
Luego, a este tipo de servicio sexual sucedió el servicio sexual religioso. Este servicio fue la primera modalidad de prostitución, ya que para tener acceso carnal con una mujer en los templos dedicados a tal efecto el varón debía pagar determinada suma antes o después del contacto. En Babilonia es donde se desarrolla este primer tipo de comercio sexual. Toda mujer nacida en Babilonia estaba obligada, una vez en su vida, a ir al templo de Ishtar, la diosa babilónica del amor, para entregarse a un extranjero.
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Cuando la mujer se sentaba en el lugar sagrado, no podía volver a su casa sin que un extranjero le hubiera arrojado dinero en el regazo y hubiera tenido comercio con ella fuera del templo. Surge de esta forma la prostitución sagrada, que se complementa y engarza con la hospitalidad sexual.

Los fenicios dieron a la prostitución ese aire comercial que tipifica su existencia. En la cultura fenicia existían dos divinidades del amor: Astarté y Baal. De la unión de ambas deidades surgió la celebración de una serie de fiestas o ceremonias que con el tiempo cobrarían un gran esplendor. La del Duelo, por ejemplo, donde Astarté lloraba la muerte de Baal, su divino amante. En esta fiesta, las mujeres se golpeaban duramente el cuerpo, en inequívoca señal de desesperación, para más tarde ofrecer sus cabellos a la diosa, o su cuerpo a un extranjero. Se cree que fue en Biblos donde dicha fiesta alcanzó mayor popularidad. Allí, las mujeres que querían conservar su cabellera con evidente menosprecio de su pudor, abandonaban el templo y se dirigían a una especie de mercado donde sólo tenían acceso, además de ellas, los extranjeros. Estaban obligadas a entregarse tantas veces como fueran requeridas. El producto de aquel comercio carnal se destinaba a adquirir ofrendas para las imágenes de la diosa.

Los fenicios no dudaron en desarrollar la costumbre de entregar su mujer y sus hijas al recién llegado. De esta forma, no sólo tenían la suerte de realizar esta entrega a la representación humana de un dios, sino que, de paso, podían hacer también un productivo negocio.
En Egipto,la mujer egipcia se entrega en los primeros tiempos por pura y simple codicia. No puede seguir la costumbre hospitalaria, ya que el egipcio es en ese momento, por naturaleza, un ser que odia al desconocido, a quien por nada del mundo deja entrar en su casa ni le ofrece avíos o alimentos, creyendo sin duda que de esta mínima relación pueden sobrevenir contagios de pestes o enfermedades infecciosas.

No se da aquí, por tanto, la doble cara hospitalaria y religiosa de esta actividad. Las egipcias que se abandonan a la prostitución se hacen, por tanto, cortesanas. A veces se presentaba la prostitución bajo la vertiente sagrada, engarzada en el culto a Isis, la diosa del amor y la fertilidad, y su esposo, Osiris. Sin embargo, si en Egipto llegó a existir esta forma de prostitución, fue sólo de manera muy leve.Cuando cualquier egipcio, por noble que fuese, necesitaba conseguir algo, no dudaba en entregar a su hija, esposa o madre, con tal de satisfacer su ambición.
En Egipto existió la prostitución desde las épocas más remotas,y al cabo de poco tiempo perdió su carácter religioso. Los egipcios fueron los primeros en prohibir las relaciones carnales con las mujeres nativas o peregrinas domiciliadas en los templos y demás lugares sagrados de la época. Al romperse el vínculo entre prostitución y religión, la primera continuó practicándose en forma independiente y alcanzó contornos extraordinarios. En Egipto se dictaron, por primera vez, normas de carácter policial para reglar y sanear el ejercicio de la prostitución, las que no llegaron a ejercer ninguna influencia efectiva, pero sirvieron de antecedente a las normas de control estatal en este terreno.

En Grecia hubo prostitución religiosa desde que se fundaron los templos, por lo que se la vincula al origen mismo del paganismo helénico. En Corinto era usual adscribir al templo de Afrodita mujeres que servían como meretrices y que entregaban a los sacerdotes lo que recaudaban . Constituían una gran atracción que contribuía al enriquecimiento de la ciudad, e incluso llegaron a ser tratadas como benefactoras. Al comenzar el auge del cristianismo se inició su decadencia, y en su primera epístola a los corintios, San Pablo las fustigó en forma despiadada. Ya antes del advenimiento del cristianismo, en el período de mayor cultura griega, se había llegado a abolir la prostitución religiosa, pero sus huellas persistieron en muchos ritos y costumbres. Solón trató de preservar el orden y la moral de Atenas, y para ello, reglamentó la prostitución. Creó casas especiales, a las que llamó Dicterion, que quedaban confinadas a ciertos barrios y eran monopolio del Estado, que las administraba y percibía impuestos especiales por su rendimiento.

Las mujeres que habitaban los dicterion eran en su mayoría extranjeras o esclavas compradas con este propósito. Sobre éstas se imponía una serie de limitaciones: no podían transitar por ciertas zonas de la ciudad, debían utilizar vestiduras especiales que permitieran identificarlas, y les estaba prohibido intervenir en los servicios religiosos.

La vida de las dicteriades estaba rígidamente reglamentada, y sus costumbres eran controladas con mucha mayor severidad que las de sus equivalentes actuales. Pero, al cabo de poco tiempo, la disciplina se relajó, bajo la influencia de las mujeres extranjeras que invadieron Atenas; las mismas lograron obtener tantas franquicias administrativas y policiales, que, al cabo de un siglo de la creación de los dicteriones, no era difícil encontrar a sus pupilas en los lugares sociales y hasta en el foro.

Dentro de la denominación genérica de cortesanas griegas se encontraban varios grupos, clasificados de acuerdo a las leyes que regían su actividad. Las pupilas del dicterion tuvieron durante muchos años, el carácter de verdaderas esclavas: eran adquiridas por el Estado, que corría con sus gastos y necesidades, pero fijaba al mismo tiempo, la tarifa oficial de explotación para cada una de las mujeres del establecimiento. Éste era regentado por un funcionario público, que imponía disciplina y percibía las sumas recaudadas directamente por las mujeres. Venían luego las pornai, que se ubicaban principalmente en el pireo, en establecimientos más libres y menos reglamentados; los visitantes podían alquilarlas, y llevárselas a vivir consigo por períodos de una semana, un mes o un año.

El rango superior lo ocupaban las auletridas o tañedoras de flauta, que tenían una relativa libertad de movimientos, ya que podían trasladarse a cualquier sitio. Iban, generalmente, a fiestas de hombres solos, en las que se podía tasar discrecionalmente su trabajo de artistas y danzarinas. La categoría más alta de las cortesanas griegas estaba formada por las hetairas. A diferencia de las pornai que eran, en su mayoría, orientales, las hetairas eran por lo general mujeres de la clase de los ciudadanos, que habían perdido su respetabilidad o que se negaban a aceptar la vida de reclusión de las matronas atenienses. Vivían en forma independiente y recibían en su casa a los hombres que habían logrado atraer. Algunas de ellas consiguieron adquirir gran cultura y refinamiento y se incorporaron a la historia de ciertos acontecimientos de su país

Aunque no gozaban de derechos civiles y sólo podían frecuentar el templo de su propia diosa, Afrodita, algunas hetairas llegaron a gozar de muy alta consideración en la sociedad masculina de Atenas, hasta el extremo de que en muchos casos no se consideró bochornoso que un hombre se exhibiera públicamente en su compañía.

Las cortesanas griegas se apartaron de las simples dicteriadas y de las últimas prostitutas que habían comenzado a acudir a Atenas, y frecuentaron la intimidad de los grandes hombres del país, curtiéndose en sabiduría, como es notorio a lo largo de muchos ejemplos conocidos. Sobre todo donde las cortesanas procuraban sus amantes fue en el terreno de la filosofía. En rigor, la época de las cortesanas comenzó en Grecia cuando Clonice enlazó las seducciones del amor con las lecciones de filosofía. Así, vemos cómo Aspasia, vieja dicteriada de Megara, natural de Mileto, proclamó una galante frivolidad creando una escuela que no dudaron en seguir cientos de jóvenes griegas. Aspasia contrajo matrimonio con Pericles que ya estaba casado con Crisila, de la que tuvo que separarse para unirse a la hetaira pensadora, que llegaba a todas partes rodeada de su femenina corte de honor.

También en el terreno de la política, las cortesanas de Grecia desempeñaron un importante papel. De entre todas cabe destacar a Pitionice y Glicere, que llegaron a obtener increíble poder. En Babilonia eran dueñas y señoras, y Hárpalo –el protegido de Alejandro Magno, que era gobernador de Babilonia-, tuvo amores con las dos.

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Caosmeando

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