domingo, 10 de febrero de 2008

Historia de la prostitución (3)

La Edad Media no rompió con las tradiciones de la antigüedad en lo referente a la prostitución, adoptando, por el contrario, muchos de sus puntos de vista.
Donde más claramente se observa esta continuidad es en el imperio Bizantino, como puede colegirse de los escritos de Procopio y de Miguel Psellos. La capital del imperio de Oriente ofrecía en el barrio de Gálata el aspecto de los antiguos centros de prostitución de Grecia y Roma: lo propio puede decirse de Chipre y Creta, que se hicieron célebres en este sentido.
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En general, la prostitución en las ciudades medievales y especialmente las del norte, adoptó la forma cerrada de los burdeles, aunque no faltaban casos de la ambulante en forma de danzarinas o tañedoras de arpa y cítara. Entre los árabes se encontraban tales artistas con el nombre de mumisa, voz derivada del griego mimas, siendo muy celebradas en las poesías árabes como el Diván de Mutalami. Los judíos habían mantenido las prohibiciones seculares de los libros sagrados con respecto a la prostitución, aunque la influencia griega se había traducido en una tolerancia muy extensa en la práctica. Flavio Josefo menciona ya la existencia de numerosas prostitutas, por más que no parece que hubiera una verdadera organización de las mismas entre el elemento exclusivamente judío. Si el Talmud menciona casos que recuerdan las costumbres grecorromanas, es sólo por efecto de la influencia de las mismas, existiendo sectas intransigentes como las de los Esenios que vedaban toda relación sexual ilícita. La sociedad cristiana no adoptó el punto de vista ascético y por tanto prohibitivo, sino que estableció la tolerancia desde los primeros tiempos, no faltando, con todo, sus protestas y reacciones momentáneamente victoriosas.

En general, las prostitutas de la Edad Media ejercían su comercio como gremio reconocido, figurando en las entradas solemnes de príncipes en las poblaciones festejándoles con ofrendas de flores. No era infrecuente tampoco que las visitasen entonces grandes dignatarios, que por otra parte las obsequiaban con regalos para bailes y festejos. Tal ocurrió en Viena durante el reinado del emperador Segismundo en 1435 y en Praga en el del emperador Alberto II. Las ordenaciones acerca del comercio de las prostitutas eran tan comunes como minuciosas, negándoseles, sin embargo, el derecho de ciudadanía a partir del siglo xv. Se las obligaba a usar trajes especiales, separándolas de las mujeres honradas, incluso en las tumbas, reservándoseles lugar aparte en las iglesias. Tampoco debe olvidarse que la escasa población y menor riqueza de las ciudades medievales impidieron el lujo y esplendor que acompañó al desarrollo de la prostitución en Grecia y Roma.

Sólo en el oriente bizantino e islamita se hallan ejemplos que recuerdan los de las modernas urbes mundiales en esta parte. Donde más parece haberse concentrado el ejercicio de la prostitución es en las grandes villas universitarias, como Padua, Florencia, París, Heidelberg, Oxford y Salamanca. Los moralistas no cesaron de clamar contra esta proximidad cual lo demuestran en el siglo XIII las invectivas de Jaime de Vitri. Lo propio se observa en Italia por parte de Eneas, Silvio y del Panormita, condenando la inmoralidad de los estudiantes de Siena. Era deber de los rectores vigilar que los estudiantes no saliesen de noche para evitar la frecuentación de tales mujeres. Sin embargo, tales disposiciones eran poco respetadas, renovándose sin cesar con los abusos y escándalos que se venían sucediendo.

En 1254, el Rey Luis IX decretó el destierro de todas las prostitutas de Francia, pero cuando comenzó a aplicarse el Edicto, se comprobó que la promiscuidad clandestina reemplazaba al anterior tráfico abierto, lo que indujo a revocarlo en 1256. El nuevo decreto especificaba en qué zonas de París podían vivir las prostitutas, reglamentaba su forma de actuar, la ropa que podían usar y las insignias que las caracterizaba, se las sometía a una inspección y control de un magistrado policial, que llegó a ser conocido bajo la denominación de ‘rey de los alcahuetes, mendigos y vagabundos’. En su lecho de muerte, Luis IX aconsejó a su hijo que renovara el Decreto de Expulsión, cosa que éste hizo con resultados similares a los anteriores".

La influencia de la prostitución ambulante en las ferias y mercados es uno de los rasgos característicos de esta época que excedió considerablemente a la antigüedad en tal concepto. Lo propio puede decirse de las grandes fiestas populares como las de los Santos, de Pascua y Carnaval, de los torneos, peregrinaciones y romerías. En cuanto a las grandes expediciones militares como las de las cruzadas, no hay que decir que los puertos de mar como Hamburgo, Venecia, Nápoles y Lisboa, eran centro de una enorme prostitución como lo atestiguan las poesías de la época. No poca influencia ejercieron también en ella las gentes de condición servil, que no dejaron de existir en toda la Edad Media. Así, en Bizancio, a pesar de las prohibiciones de la emperatriz Teodora, hubo un gran tráfico de esclavas. Lo propio en Italia y en Grecia, no obstante renovarse los edictos persiguiendo tan vergonzoso trato.

En las mancebías estaban tratadas las mujeres como verdaderas esclavas, y lo propio acontecía en todo el Oriente musulmán, lo que se refleja en la literatura de aquel tiempo. Alfonso el Sabio de Castilla reglamentó ya la prostitución, ofreciendo cuadros vivos de ella las inmortales obras de Fernando de Rojas y del Arcipreste de Talavera. Los castigos aplicados a las proxenetas, y que se encuentran en todos los países de Europa eran muchas veces ilusorios, y, cuando más, no tardaban en caer a poco en desuso.

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Caosmeando

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