miércoles, 5 de diciembre de 2007

Aquí no podemos hacerlo



Los Rodríguez

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Prometeo X-II

II
El Cáucaso, caballo de batalla
de algún titán caído
al golpe del relámpago sangriento,
se destaca sombrío
con el cuello estirado, cual si fuera
a beber en el cauce turbulento
del piélago bravío.

Sobre la negra espalda,
y entre el espeso matorral de rocas,
que fueron la melena sudorienta
donde cuelgan las nubes vagabundas
sus desgarradas tocas
y en la noche desciende
a dormir fatigada la tormenta.

Tendido está el gigante,
que amarraron los ciclópeos soberbios
tras larga lucha fiera
con templadas cadenas de diamante:
aun su pecho jadea
como cráter hirviente;
y cada vez que se retuerce inquieto,
el sol vela su frente,
y la vieja montaña bambolea.
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Hogueras son sus ojos,
rojas hogueras que atizó el encono,
antorchas funerarias de la noche
de su eterno abandono.
Y no es un grito humano
lo que exhala su pecho
-que no tiene el dolor tan rudas notas-,
es el estruendo del volcán que estalla,
el grito del torrente en la espesura,
choque de aceros y corazas rotas
en el fragor de la feroz batalla!

Sólo el Ponto responde a los rugidos
que lanza en su desvelo,
y llama en su socorro con voz lúgubre
a las inquietas ondas del Egeo.
Es que también él lucha;
lucha con lo imposible y siempre espera.
Salvaje enamorado
quiere arrastrar consigo a la ribera,
y la ribera sorda
escapa de sus brazos,
dejándole en la lucha misteriosa
de su veste de juncos los pedazos!

En vano el Ponto grita
y se endereza embravecido y fiero.
¡El es también gigante encadenado!
¡Es también prisionero!
No romperá la valla que lo cerca,
ni extenderá su turbulento imperio.
Basta una faja de menuda arena
para atarlo en perpetuo cautiverio.

¡El titán no se abate!
¡Es que el dolor enerva a los pigmeos
y a los grandes infunde nuevos bríos!
Cada día es más bárbaro el combate
y más ruda su saña;
si afloja un eslabón de su cadena,
su martillo invisible lo remacha
sobre el yunque infernal de la montaña.

Convidados hambrientos
al salvaje festín de su martirio,
vienen los cuervos en revuelta nube;
verdugos turbulentos,
que Júpiter envía enfurecido
a desgarrar la entraña palpitante
de su rival temido.

Suelta el titán los brazos
en actitud cobarde y dolorida
al sentir su frenética algazara;
parece que cayera anonadado
bajo el horrible peso de la vida!
¿Qué maza lo ha postrado?
¿Qué golpe lo ha vencido en la batalla?
¡Es que después del rayo de los dioses
viene a escupirle el rostro la canalla!

Así en la larga noche de la historia
bajan a escarnecer el pensamiento,
a apagar las centellas de su gloria
con asqueroso aliento,
odios, supersticiones, fanatismos;
y con ira villana,
el buitre del error clava sus garras
en la conciencia humana!

"¡Oh Dios caduco! grita
el titán impotente:
Como esta negra carne que renace
bajo el pico voraz del cuervo inmundo,
renacerá fulgente
para alumbrar y fecundar el mundo
la chispa redentora
que arrebaté a tu cielo despiadado,
germen de eterna aurora
del caos en las entrañas arraigado!

"Desata, Dios caduco,
la turba labradora de tus vientos;
sacude los andrajos de tus nubes,
y acuda a tus acentos
la noche con sus sombras,
con montañas de espuma el Océano,
¡no apagarán la luz inextinguible
del pensamiento humano!

"¿Qué importa mi martirio,
mi martirio de siglos, si aun atado,
Júpiter inmortal, yo te provoco,
Júpiter inmortal, yo te maldigo?
¿Si el viejo Prometeo, el titán loco,
el mártir de tu encono
siente tronar la ráfaga tremenda
que va a tumbar tu trono?

"Tres siglos no he dormido
tres siglos de tormentos.
No hay astro que no se haya estremecido
al sentir mis lamentos,
ni nube que al pasar no haya vertido
en la copa de aromas del ambiente,
una gota de llanto
para mojar mi frente.

"A veces he llorado,
y el raudal de mis lágrimas heladas
corrió por la ladera
con ruido de cascadas.
El Araxa sombrío,
dragón de negras fauces,
que se calienta al sol en la pradera,
es hijo de mis lágrimas. Por eso
lanza gritos tan hondos,
y atrae cuanto se acerca a su ribera.

"De vez en cuando, siento
sollozos de mujer a la distancia:
es Hesione, la mártir, que se queja
en el fondo del valle abandonada.
Las águilas del Cáucaso que pasan
y la nube bermeja,
que recibió en la faz ruborizada
el ósculo del sol en el ocaso,
le cuentan mi martirio
y me traen el mensaje de su pena,
el mensaje tiernísimo que escucho,
sacudiendo mi bárbara cadena!

"¿Qué me importan tus tormentos,
tus tormentos de siglos, Dios airado?
¿Si en la lengua sonora de los vientos
me transmite los himnos de su alma,
como al través del médano abrasado
va el polen de la palma?
¿Si en el trémulo seno,
como el rayo en los negros nubarrones,
lleva ella palpitando
el feto colosal de las naciones?

"¡Desata tus borrascas!
Lanza a los aires tu bridón de llama,
caduco soberano,
y despliega en los cielos tenebrosos
tu sangriento oriflama!
Será tu empeño vano;
soplo estéril tu aliento.
Yo he engendrado el titán que ha de tumbarte
de tu trono de nubes:
"¡el titán inmortal del pensamiento!"

"Ayer la tierra muda
flotaba en los abismos de la nada,
como una urna vacía
al soplo del azar abandonada,
y en sus hondas y frías cavidades
sólo el eco se oía
del monólogo eterno de las sombras,
y el rumor de las roncas tempestades.

"Hoy la tierra está viva: alguien habita
el fondo de los mares;
germen de vida y juventud palpita
en sus bosques de acidias y corales.
No es el viento el que gime en la maraña
de las selvas sonoras;
ruido de alas abajo, y en el cielo
parece que revientan
semilleros de auroras!

"Júpiter: aturdido con tu gloria,
embriagado de orgullo,
no sientes en los senos del abismo
lo que siente arrobado Prometeo!
Algo, como un arrullo
en el nido de nieblas del vacío,
del misterioso enjambre el aleteo,
cual si bandas de estrellas ensayasen
su plumaje de luz, para lanzarse
a lucir en los campos del espacio
su espléndido atavío!

"Aquella sombra muda,
aquel eterno esclavo, peregrino,
que lanzaste sin rumbo
en las negras jornadas del destino,
ya no va caviloso,
temblando del rumor de su pisada,
lleva la frente erguida
de misteriosa aureola circundada!

"Hay luz y voz en ella:
es flor recién abierta,
cuya blanca y espléndida corola
tiene el perfume agreste de las cumbres
el latir convulsivo de la ola;
en breve de su seno
volarán las ideas
-mariposas de luz del pensamiento,
y asombrarán al mundo con sus alas,
más sonoras que el viento!

"Ellas me vengarán, Jove caduco:
serán mis herederas.
Yo arrojé en el cerebro de los hombres
semillas de volcán, germen de hogueras.
Desata el huracán de tus furores,
redobla mi tormento;
que ya viene el titán que ha de vengarme:
"el titán inmortal del pensamiento!"

Dijo y calló: no ya desesperado,
torva la faz, revuelta la pupila,
sino grave, sereno, resignado,
como quien sin vencer, sabe que es suya
la victoria final y no vacila.
Algo, como el fulgor de una sonrisa,
iluminó su frente,
débil chispa encendida
en helados montones de ceniza!

Olegario Víctor Andrade, Prometeo

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Los Yippies

Esta semana vamos con una nueva entrega, ya la cuarta del Pequeño Larusse de Historias Trastornadas de Wu Ming 6: los Yippies

“La revolución no es la que creéis; no es ninguna organización a la que podáis pertenecer; no es aquello por lo que dais vuestro voto. La revolución es lo que hacéis desde la mañana hasta la noche; es vuestra forma de vivir”.



1.¿Hey colega, dónde está mi coche?
El 1 de octubre, el ex-estudiante graduado Jack Weinberg estaba sentado apaciblemente en la mesa del Congreso de igualdad racial. Dos polis del campus se acercaron a la mesa. El bueno de Jack, requerida su identificación, se negó a mostrarla. Los polis, haciendo el clásico mohín de la autoridad, se enfadaron. Lo arrestaron. Lo metieron en un coche. La voz se corrió (con perdón). Weinberg no salió del coche policial, y el coche tampoco se movió durante 36 horas.
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Fue rodeado por unos 3.000 estudiantes y sirvió de forma detournemental-trastornada como un podio para conferenciantes. Una agradable discusión pública tuvo lugar hasta que se retiraron los cargos contra Weinberg. Una sentada y cinco meses después la universidad acusó a los estudiantes que organizaron esa misma sentada. Que las posaderas de cientos de estudiantes se posaran en el suelo y su consiguiente acción punitiva, cual castigo corporal sublimado, desencadenó una protesta estudiantil y la toma del edificio de administración del campus. 800 detenidos. As se conformó El Movimiento Libertad de Expresión o Free Speech Movement (FSM). La universidad se vio obligada a ceder y terminó levantando la prohibición sobre las actividades políticas en el campus.
De una de las ramas del FSM más sanas y retorcidas de risa, donde se podrían ahorcar los sesudos gafapasta con halo de left adoctrinado e inteligente, nacieron los Yipppies, un grupo político apodado formalmente como el Partido Internacional de la Juventud. El chiste bilingüe era evidente: entre la fiesta y el partido nos echamos unas risas y, como diría el periodista underground de turno, descolocamos colocados y contraculturalmente a la sociedad norteamericana. Fruto de aquella organización groucho-marxista (New York Times pixit y dixit) florecieron trastornados lucidísimos como Abbie Hoffman y Jerry Rubin.
2.”We are going to take the Pentagon and turn it into an LSD factory”
En octubre de 1967, 75.000 opositores a la guerra del Vietnam se movilizaron en Washington. Mientras unos se preocupaban por un transcurso ordenado del acto (dentro de esa rutina cabalgatera de las protestas), según lo acordado con el Gobierno, otros decidieron expulsar al mismísimo diablo del Pentágono. Y no solo eso, sino que incluso dieron a conocer sus exorcistas intenciones en una rueda de prensa. Numerosos santos rodearían el Pentágono en un ritual sagrado de exorcismo acompañados de salmos y espirituales percusiones. 1.200 personas crearían un poderoso anillo que haría levitar el diabólico edificio. La salida de todas las energía malignas se constataría con la mutación coloreada del edificio a una altura determinada. En ese momento se acabaría la guerra del Vietnam. En casi toda la prensa norteamericana apareció la visión del Pentágono como encarnación del mal.
3. Lluvia de billetes
Antes, el 24 de agosto de 1967, los yippies aparecieron sonriendo en la galería de la Bolsa de Nueva York. Como si soltaran palomas en un acto de solidaridad con algún broker muerto, lanzaron puñados de billetes (la mayoría falsos) hacia donde estaban los corredores gruñían. Ante tal chaparrón de cashflow, la mayoría cesó en su jerga de números y gritos y comenzó a agacharse para recoger charquitos de verdes. Algunos brokers, como habitantes de un país con sequía, empezaron a pelearse frenéticamente para agarrar el dinero. Hoffman afirmó estar intentando mostrar que eso es lo que los agentes de Bolsa del NYSE "ya estaban haciendo". El NYSE entonces instaló barreras en la galería, para prevenir que desaprensivos como estos no volvieran a interferir con el intercambio monetario otra vez .
4. La convención y los MC5
1968. La Convención Nacional Demócrata de en Chicago. El escenario de manifestaciones en contra de la Guerra de Vietnam. Miles de personas agitadas por discursos y el jaleo electrizante de los MC5. El menú del activista se componía de carteles y pancartas, camisetas, música, danza y poesía. Un cerdo, Pigasus el Inmortal había sido traído a la ciudad para ser nominado para Presidente. Algunos respondieron al toque de queda nocturno con piedras pero no de toque. Como una cortina represiva, el gas lacrimógeno desató las lágrimas de toda la love generation. Luego los cuerpos de esa misma generación fueron golpeado con porras. Hubo arrestados.
Un gran jurado acusó el 20 de marzo de 1969 a ocho manifestantes y a ocho oficiales de policía. Empate. Fueron: Abbie Hoffman, Jerry Rubin, David Dellinger, Tom Hayden, Rennie Davis, John Froines, Lee Weiner y Bobby Seale. El juicio comenzó el 24 de septiembre de 1969 y el 9 de octubre se llamó a la Guardia Nacional de los Estados Unidos para controlar a la masa que se concentraba en el exterior del tribunal de justicia.La taquígrafa tecleó “PIG”. Bobby Seale completó su descripción del juez con unos "cerdo fascista" y "racista". El juez ordenó que se atase y amordazase a Seale durante el juicio. Fue sentenciado a 4 años de prisión por descato al tribunal.
Los yippies Hoffman y Rubin se mofaron del decoro del tribunal debido a que el juicio, ampliamente promocionado. Se presentaron en el juzgado ataviados con togas de juez. El juicio se extendió meses, siendo llamadas a testificar muchos personajes públicos de la izquierda Americana y de la contracultura (incluyendo a Arlo Guthrie, Norman Mailer, Timothy Leary y el Reverendo Jesse Jackson). Durante la sentencia, Hoffman sugirió al jurado que probasen el LSD y se ofreció para ponerles en contacto con un dealer enrrollao que conocía en Florida.
El 18 de febrero de 1970, los siete acusados fueron encontrados no culpables de los cargos de conspiración, dos de ellos fueron absueltos, y cinco fueron declarados culpables de sobrepasar las reglas estatales con la intención de incitar a la violencia. Esos cinco fueron sentenciados a cinco años de prisión cada uno y multados con 5.000 dólares el 20 de febrero de 1970. Las condenas fueron todas revocadas por la apelación del United States Court of Appeals for the Seventh Circuit el 21 de noviembre, 1972.
5. “All we are singing, is shoot Spiro first”
Los yippies, mal vistos por la miopía lefty norteamericanna, recurrían al Pop-Art y a técnicas dadaístas en vez de atacar abiertamente el «mal inherente al sistema capitalista”; pero declaraban; «los yippies son marxistas. Estamos en la tradición revolucionaria de Groucho, Chico, Harpo y Karl» (J. Rubin).
Sólo hay que echarle un vistazo al dossier que el FBI recopiló sobre Hoffman (se dice que es el más extenso de un ciudadano norteamericano) para asegurar que los yippies fueron considerados enemigos públicos número uno durante su periodo más activo. Las razones no son otras que su disposición a la militancia, su capacidad de llevar a las barricadas a la juventud blanca de clase media y la voluntad de establecer vínculos operativos con grupos afroamericanos como los Black Panther y otras minorías radicales organizadas.
Afirman que eran considerados enemigos de la teoría.”!Solipsistas y de orientación subjetivista!” añadiría el intelectual. El escrito de acusación contiene toda una letanía de reproches como “escepticismo lingüístico, crítica de la civilización y negación del discurso intelectual”: «Le hacían el juego al fascismo al preferir esloganes fáciles en vez de explicaciones laboriosas e imágenes caricaturizadas en vez e críticas clarificadoras». La preferencia por las acciones de efectividad mediática les reportó a los yippies con frecuencia la acusación de ser unos simples bufones de la sociedad capitalista mediática y unos suministradores de la industria sensacionalista.
Esto se puede resumir en que propagaban la acción en vez de la mera charlatanería. Consideraban la acción no sólo como medio de propaganda, sino como acto liberador en sí mismo. Aún así la bibliografía yippie rebosa de erudicción trastonada y lucidez política. Desde “Roba este libro” volumen autoreferencial redactado por Abbie Hoffman para uso y usufructo de los jóvenes que deseaban vivir felizmente sin soltar un centavo (con técnicas para dormir comer y comunicarse gratis o mediante el saboteo) a “School Stoppers Textbook - A Guide To Disruplive Revolutionary Tactics for High.Schoolers”. Volúmenes dirigidos a los chicos y chicas blancos de clase media hasta ahora apolíticos. Las “81 ways to trash the school” (81 maneras de destrozar la escuela) tenían por trasfondo un rechazo general a todo tipo de poder y autoridad.
6. Estetizar la resistencia política. Bleeding my time y el MEDIA FREAKING
Los yippies se propusieron estetizar la resistencia política. Con su “teatro de guerrilla” (happening y teatro invisible según los manuales de guerrilla de la comunicación) elevaron la «teatralización de la política» a programa.
Un efectivo ejemplo de esto es el “Media Freaking”. Nueva York. Manifestación. Los yippies habían repartido sangre en pequeñas bolsas de plástico. Armados como si hubieran atracado un banco de sangre, buscaron el enfrentamiento con la policía. En los primeros golpes, los manifestantes rompieron las bolsitas de sangre en la cabeza. El decorado bélico se completó con los penachos de varias bombas de humo y el agradable sonido de las ametralladoras deletreando muerte desde algún casette. Los transeúntes admiraban la escena con estupefacción. Toda la plaza rebosaba de sangre. Estas acciones afirmarían más rotundamente y con más efecto que cualquier pancarta exigiendo el final de la guerra en Vietnam.
Afirmaban: “The myth makes the revolution” (el mito hace la revolución) e intentaron instrumentalizar para este mito la fijación por los acontecimientos de la prensa estadounidense: «¡Todo guerrillero ha de saber cómo puede valerse del terreno de la cultura que intenta destruir!» (J. Rubin).El mito del yippie no debería describir ninguna posición concreta, sino crear un escenario abierto, perfilado por alusiones, en el que se puedan vivir los sueños y fantasías. Los eslóganes como "Fuera del Vietnam", según su concepción de la política, pueden ser informativos, pero no pueden crear mito. Justamente la aparente falta de sentido de muchas acciones así como las imágenes drásticas y efectistas son la materia a partir de la cual se tenía que tejer este mito. Rubin y Hoffman estaban convencidos de que del solo hecho de que se informase públicamente de sus actividades opositoras ya resultaría un efecto de cambio de la sociedad y de las conciencias: "la simple idea de una "historia" ya es en sí misma revolucionaria; puesto que la "historia" ya implica la destrucción de la vida normal. [...] El medio de comunicación no transmite "noticias", sino que las crea. Un acontecimiento no sucede hasta que aparece en la pantalla, entonces se vuelve mito [...] Es igual lo que puedan decir de nosotros. Las imágenes son las que hacen la historia» (J. Rubin).
7. "Es demasiado tarde. No podemos ganar. Se han hecho demasiado poderosos".
Rubin acabó convirtiéndose en un broker de Wall Street como aquellos que recogían dinero falso del sueño años antes. Murió en 1994 cuando fue atropellado por un coche. Hoffman, buscado por las autoridades federales, estuvo escondido durante siete años en México, Francia y los Estados Unidos. Mientras estaba huído, Hoffman continuó escribiendo y publicando, con la ayuda de simpatizantes en el underground americano. Su artículo en el Playboy Magazine (Octubre de 1988) resumiendo las conexiones que constituyen el "October Surprise" llamó la atención por primera vez sobre la conspiración a un amplio número de lectores. Hoffman sobrevivió gracias a tarjetas de identidad falsas y trabajos intermitentes. Finalmente, se hizo la cirugía plástica y adoptó una personalidad totalmente nueva como "Barry Freed". Fue encontrado muerto el 12 de abril, en 1989. 52 años. 150 píldoras de Fenobarbital. Su nota de suicidio decía "Es demasiado tarde. No podemos ganar. Se han hecho demasiado poderosos".
Filmaron una película sobre su vida en Hollywood.

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Por la noche


La Mala Rodríguez, diosa de HESTO.

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Amor y Anarquía

Errico Malatesta (1853-1932)

La palabra anarquía proviene del griego y significa sin gobierno; es decir la vida de un pueblo que se rige sin autoridad constituida, sin gobierno.

Antes que toda una verdadera categoría de pensadores haya llegado a considerar tal organización como posible y como deseable, antes de que fuese adoptada como objetivo por un movimiento que en la actualidad constituye uno de los más importantes factores en las modernas luchas sociales, la palabra anarquía era considerada, por lo general, como sinónima de desorden, de confusión, y aún hoy mismo se toma en este sentido por las masas ignorantes y por los adversarios interesados en ocultar o desfigurar la verdad.
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No hemos de detenemos a profundizar en estas digresiones filológicas, por cuanto entendemos
que la cuestión, más bien que de filología, reviste un marcado carácter histórico. El sentido vulgar de la palabra no desconoce su significado verdadero, desde el punto de vista etimológico, sino que es un derivado o consecuencia del prejuicio consistente en considerar al gobierno como un órgano indispensable para la vida social, y que, por tanto, una sociedad sin gobierno debe ser presa y víctima del desorden, oscilante entre la omnipotencia de unos y la ciega venganza de otros.

La existencia y persistencia de este prejuicio, así como la influencia ejercida por el mismo en la
significación dada por el común sentir a la palabra anarquía, explícanse fácilmente.

De igual modo que todos los animales, el hombre se adapta, se habitúa a la condiciones del medio
en que vive, y por herencia transmite los hábitos y costumbres adquiridos. Nacido y criado en la
esclavitud, heredero de una larga progenie de esclavos, el hombre, cuando ha comenzado a
pensar, ha creído que la servidumbre era condición esencial de vida: la libertad le ha parecido un
imposible. Así es como el trabajador, constreñido durante siglos a esperar y obtener el trabajo, es decir, el pan- de la voluntad, y a veces del humor de un amo-, y acostumbrado a ver continuamente su vida a merced de quien posee tierra y capital, ha concluido por creer que era el dueño, el señor o patrono quien le daba de comer. Ingenuo y sencillo, ha llegado a hacerse la pregunta siguiente:
"¿Como me arreglaría yo para poder comer si los señores no existieran?".

Tal sería la situación de un hombre que hubiese tenido las extremidades inferiores trabadas desde el día de su nacimiento, si bien de manera que le consintiesen moverse y andar dificultosamente; en estas condiciones podría llegar a atribuir la facultad de trasladarse de un punto a otro a sus mismas ligaduras, siendo así que estas no habrían de producir otro resultado que el de disminuir y paralizar la energía muscular de sus piernas.

Y si a los efectos naturales de la costumbre se agrega la educación recibida del mismo patrón, del
sacerdote, del maestro, etc. - interesados todos en predicar que el gobierno y los amos son
necesarios, y hasta indispensables-; si se añaden el juez y el agente de policía, esforzándose en
reducir al silencio a todo aquél que de otro modo discurra y trate de difundir y propagar su
pensamiento, se comprenderá cómo el cerebro poco cultivado de la masa ha logrado arraigar el
prejuicio de la utilidad y de la necesidad del amo y del gobierno.

Figuraos, pues, que el hombre de las piernas trabadas, de quien antes hemos hablado, le expone
el médico toda una teoría y le presenta miles de ejemplos hábilmente inventados, a fin de
persuadirle de que, si tuviera las piernas libres, le sería imposible caminar y vivir; en este supuesto, el individuo en cuestión se esforzaría en conservar sus grillos o ligaduras, y no vacilaría en considerar como enemigos a quienes desearen desembarazarse de ellos.

Ahora bien, puesto que se ha creído que el gobierno es necesario, puesto que se ha admitido que
sin gobierno no puede haber otra cosa sino confusión y desorden, es natural y hasta lógico que el
término anarquía, que significa la ausencia o carencia de gobierno, venga a significar igualmente la ausencia de orden.

Y cuenta que el hecho no carece de precedentes en la historia de las palabras. En las épocas y
países donde el pueblo ha creído necesario el gobierno de uno solo (monarquía), la palabra
república, que significa el gobierno de la mayoría, se ha tomado siempre como sinónima de
confusión y de desorden, según puede comprobarse en el lenguaje popular de casi todos los
países.

Cambiad la opinión, persuadid al público de que no sólo el gobierno dista de ser necesario, sino
que es en extremo peligroso y perjudicial... y entonces la palabra anarquía, justamente por eso,
porque significa ausencia de gobierno, significará para todos orden natural, armonía de
necesidades e intereses de todos, libertad completa en el sentido de una solidaridad asimismo
completa.


Comienzo de Amor y Anarquía de Enricco Malatesta.

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¿Pena de muerte?

Sí 13 (19%)

No 55 (80%)

68 votos.

Nos encontramos, tras analizar los resultados de esta encuesta ante una difícil disyuntiva, pues, en nuestro anhelo de satisfacer siempre los deseos de quienes con nosotros interactúan, hemos llegado ala conclusión de que quienes han votado sí a la pena de muerte estarían felices de experimentarla personalmente. De más está especificar que como víctimas, pues como verdugos no sería, ni mucho menos, igual de satisfactorio. Tras arduas investigaciones y con la ayuda de algunos expertos informáticos hemos logrado identificar a estos votantes y, en cuanto hayamos cerrado algún acuerdo con un ejecutor profesional, nos pondremos en contacto con ellos para determinar la fecha y la hora en que tendrá lugar tan magno acontecimiento.
Los mediocres que han votado no, tendrán que conformarse con seguir con su pobre vida.

Juzguen ustedes mismos, y dejen sus comentarios.


¿Contratar? Quita, quita...vaya gasto más inútil. Ya voy yo.

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Prometeo X

I
Sobre negros corceles de granito
a cuyo paso ensordeció la tierra,
hollando montes, revolviendo mares,
al viento el rojo pabellón de guerra
teñido con la luz de cien volcanes,
fueron en horas de soberbia loca,
a escalar el Olimpo los Titanes.

Ya tocaban la cumbre inaccesible
dispersando nublados y aquilones
ya heridos de pavor los astros mismos
en confusión horrible,
como yertas pavesas descendían
de abismos en abismos;
y el tiempo que dormía
en los senos del báratro profundo,
se despertó creyendo que llegaba
la hora final del mundo!

El Cielo estaba mudo;
y la turba frenética avanzaba
con ronca vocería,
como avanza rugiendo la marea
en la playa sombría,
cuando Jove asomó: vibró en su mano
el rayo de las cóleras sangrientas,
rugió en su voz el trueno del estrago
y encadenó a su carro las tormentas!

Temblaron los jinetes
en los negros corceles de granito;
redoblaron su saña
arrojando a los pórticos del cielo
con insultante grito
pedazos de montaña,
y volcaron los mares
para apagar en la soberbia cumbre
los rojos luminares.

Pero Jove, iracundo,
blandió sobre sus frentes altaneras
el hacha del relámpago que hiere
como a una vieja selva las esferas:
a su golpe profundo,
vacilaron montañas y titanes;
y bajó el torbellino,
heraldo de su gloria,
con la negra cimera de huracanes,
a anunciar a los mundos la victoria!

Rodó la turba impía
su espantoso vértigo a la tierra;
no volverá a flamear en las alturas
su pabellón de guerra
teñido con la luz de cien volcanes.
Cayeron los titanes
del abismo en las lóbregas entrañas;
y Jove, vengativo,
¡convirtió los corceles de granito
en salvajes e inmóviles montañas!

Olegario Víctor Andrade, poema Prometeo.

Lo iré colgando por números que es bastante largo.

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Después de tanto, Zenit

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Ejército Zapatista de Liberación Nacional

2 de mayo de 1995

A: Eduardo Galeano.
Montevideo, Uruguay.

De: Subcomandante Insurgente Marcos
Montañas del Sureste Mexicano. Chiapas, México.


Señor Galeano:

Le escribo porque... porque me dieron ganas de escribirle. Porque ya pasó el día del niño acá en México y se me ocurre que a usted le puedo platicar lo que acá pasa, en un día del niño, en medio de una guerra sorda. Le escribo porque no tengo ninguna razón para hacerlo y, entonces, puedo así contarle lo que pasa o lo que me viene a la cabeza, sin la preocupación de que no se me vaya a olvidar el motivo de la carta. Porque sí, pues.

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También porque perdí el libro que me regaló y porque ese ratón cambista que suele ser el destino (?) ha repuesto el libro perdido con otro libro. Y porque se me ha quedado bailando en la cabeza una parte de su libro "Las palabras Andantes".

Porque dice así:
"¿Sabe callar la palabra cuando ya no se encuentra con el momento que la necesita ni con el lugar que la quiere?. Y la boca, ¿sabe morir?".
Ventana sobre la palabra (VIII), p.262.

Y entonces yo me he recostado para pensar y fumar. Es de madrugada y como almohada tengo un fusil (bueno, en realidad no es un fusil, es una carabina que fue de un policía hasta enero de 1994. Antes servía para matar indígenas, ahora sirve para que no los maten). Con las botas puestas y la pistola recostada a un lado, cerca de la mano, pienso y fumo. Afuera, alrededor de humo y pensamientos, mayo se engaña a sí mismo fingiendo que es junio y hay ahora una tormenta de lluvia, rayos y truenos que logró lo que parecía imposible: callar a los grillos.

Pero yo no estoy pensando en la lluvia, no estoy tratando de adivinar cuál de los relámpagos que está por rasguñar la tela de la noche será el de la muerte, ni siquiera me preocupa que el techito de nylon que cubre mi estancia es demasiado pequeño y se moja la orilla del camastro (¡Ah! Porque resulta que me hice una camita de ramas y horcones, amarrados con bejucos. Lo hice porque la uso de escritorio, bodega y, a veces, para dormir. En la hamaca no me acomodo o me acomodo demasiado, me quedo muy dormido y el sueño profundo es un lujo que, acá, se puede pagar muy caro. En la cama de varillas de palo se está lo suficientemente incómodo como para que el sueño sea apenas un pestañazo).

No, no me preocupan ni la noche, ni la lluvia, ni los truenos. Me preocupa eso de "¿Sabe callar la palabra cuando ya no se encuentra con el momento que la necesita ni con el lugar que la quiere?. Y la boca, ¿sabe morir?". El libro me lo mandó la Ana María, una indígena tzotzil que tiene el grado de mayor de infantería en nuestro ejército. Alguien se lo mandó a ella y ella me lo mandó a mí, sin saber que yo perdí un su libro de usted y este libro repone el libro perdido, que no es lo mismo pero tampoco es igual. El libro está lleno de dibujitos en tinta negra y yo creo que así deben ser los libros y las palabras: dibujitos que salen de la cabeza o la boca o las manos y que van y se ponen a bailar en el papel, cada que el libro se abre, y en el corazón cada que el libro se lee. El libro es el regalo más grande que el hombre se ha dado a sí mismo. Pero volvamos a su libro de usted que yo tengo ahora. Lo leí con un cabito de vela que cargaba en la mochila.

El último tramo de pabilo se fue con esa página 262 (¡capicúa!, ¿no? ¿una señal?). Y entonces me recordé la frase aquella de Perón que me mandó y luego mi torpe respuesta y, más después, el libro que me envió. Y aquí la pena de contarle que el libro lo dejé botado en la "graciosa huida" de febrero. Y entonces me llegan este libro y las letras sobre el saber callar. Y yo ya llevo varias noches dándole vueltas al asunto, aun antes de que me llegara el libro. Y me pregunto si no llegó la hora de callar, si no será que ya se pasó el momento y ya no es el lugar, si no es la hora de morir la boca...

Y le escribo esto en una madrugada de mayo, pasado ya el 30 de abril de 1995, que es el día del niño acá en México. Nosotros los niños mexicanos celebramos ese día, las más de las veces, a pesar de los adultos. Por ejemplo, gracias al supremo gobierno, hoy muchos niños indígenas mexicanos celebran su día en la montaña, lejos de sus casa, en malas condiciones de higiene, sin fiesta y con la pobreza más grande: la de no tener un lugar donde recostar el hambre y la esperanza. El supremo gobierno dice que no ha expulsado a estos niños de sus hogares, sólo ha metido a miles de soldados en sus terrenos. Con los soldados llegaron el trago, la prostitución, el robo, las torturas, los hostigamientos. Dice el supremo gobierno que los soldados vienen a "defender la soberanía nacional". Los soldados del gobierno "defiende" a México de los mexicanos. Estos niños no han sido expulsados, dice el gobierno, y no tienen por qué sentirse espantados de tantos tanques de guerra, cañones, helicópteros, aviones y miles de soldados. Tampoco tienen por qué asustarse, aunque esos soldados traigan órdenes de detener y matar a los papás de estos niños. No, estos niños no han sido expulsados de sus casa. Comparten el piso irregular de la montaña por el gusto de estar cerca de sus raíces, comparten la sarna y la desnutrición por el simple placer de rascarse y por lucir una figura esbelta.

Los hijos de los dueños del gobierno pasan su día en fiestas y regalos.

Los hijos de los zapatistas, dueños de nada como no sea su dignidad, pasan su día jugando a que son soldados que recuperan las tierras que les quitó el gobierno, juegan a que siembran la milpa, a que van por leña, a que se enferman y nadie los cura, a que tienen hambre y, en lugar de comida, se llenan la boca de canciones. Por ejemplo, esa canción, que les gusta cantar en la noche, cuando más cerradas son la lluvia y la niebla, y que dice, más o menos así:

"Ya se mira el horizonte,
combatiente zapatista,
el camino marcará
a los que vienen atrás"

Y, por ejemplo, en el horizonte aparece, marcando el paso, el Heriberto. Y atrás del Heriberto, por ejemplo, va el hijito del Oscar que lo llaman Osmar. Y van, los dos, armados de sus dos varitas que pasaron a llevar de un acahual cercano ("No son varitas", dice el Heriberto y asegura que se trata de poderosas armas que son capaces de destruir un nido de hormigas arrieras que está cerca del arroyo y que le picaron al Heriberto y hubo de tomar represalias). Avanzan el Heriberto y el Osmar en columna. Y por el frente opuesto avanza la Eva, armada de un palo que tiene la ventaja de convertirse en muñeca cuando el ambiente es menos bélico. Y detrás de la Eva viene la Chelita, que levanta sus casi dos años apenas unos centímetros del suelo y que tiene unos ojos de venado lampareado que ya desvelarán, alguna noche, al tal Heriberto o al que se deje herir por destello tan moreno. Y atrás de la Chelita va un chuchito (perrito) que de puro flaco parece una marimba diminuta.

Y a mí todo esto me lo están contando, pero como si lo estuviera viendo al Wellington frente a Napoleón en esa película que se llamó "Waterloo" y, creo, salía el Orson Wells y al Napoleón lo derrotaban por culpa de un dolor de panza. Pero aquí no hay Orson que valga, ni flanqueos de infantería, ni apoyo de artillería, ni defensa en cuadro contra las cargas de los de a caballo, porque tanto el Heriberto como la Eva han decidido optar por el ataque frontal y sin escaramuzas ni tanteos previos. Yo estoy a punto de opinar que eso parece batalla de sexos, pero ya se está lanzando el Heriberto sobre la Chelita, evitando la carga directa de la Eva que se ve, de pronto, frente a un Osmar que no la espera cara a cara,, ni de pie sino que está de lado y en cuclillas porque ahí no más le dieron ganas de cagar y la Eva proclama que el Osmar se cagó de miedo y el Osmar no dice nada porque ahora quiere montar el chuchito se le acercó a oler, y en el entretanto la Chelita se puso a llorar cuando vio venir al Heriberto y el Heriberto ahora no sabe qué hacer para que se calle la Chelita y le ofrece una piedrita de regalo ("Acaso es piedrita", dice el Heriberto que asegura que se trata de oro puro) y la Chelita nada que para su chilladera y yo estoy pensando que hasta que le dieron una sopa de su propio chocolate al Heriberto cuando llega la Eva, en maniobra que llaman de "voltear la posición enemiga", y le cae el Heriberto por la espalda (cuando Heriberto ya le está ofreciendo su arma antihormiga-arriera a la Chelita, la cual está considerando la oferta, entre chillido y chillido), y entonces, ¡pácatelas!, la muñeca-arma de la Eva llega en su cabeza del Heriberto y empieza la chilladera, (estereofónica, porque la Chelita se siente estimulada por los gritos del Heriberto y no se quiere quedar atrás), y hay sangre y ya viene la mamá de no sé quien, pero trae un cinturón en la mano y los dos ejércitos se desbandan y el campo de batalla queda desierto y en la enfermería declaran que el Heriberto tiene un chipote del tamaño de su nariz y que, como la Eva está intacta, ganaron la mujeres en esta batalla. El Heriberto se queja de arbitraje parcial y prepara el contra-ataque pero no será hasta mañana porque ahorita hay que comer los frijoles que no llenan ni el plato ni la panza...

Y así pasaron el día del niño, dicen, los niños de un poblado que se llama Guadalupe Tepeyac. En la montaña lo pasaron, porque en su pueblo hay varios miles de soldados defendiendo "la soberanía nacional". Y dice el Heriberto que, cuando sea grande, va a ser chofer de un camioncito y piloto de avión no quiere ser porque, dice, si se le poncha la llanta del carrito, ahí nomás te bajas y te vas caminando, en cambio si se le poncha la llanta al avión no hay para donde hacerse. Y yo me digo que cuando sea grande voy a ser uruguayo-argentino y escritor, en ese orden, y no crea usted que será fácil porque lo que es el mate, no lo puedo tragar.

Pero no era esto lo que yo quería contarle. Lo que yo quería era contarle un cuento para que usted lo cuente:

Me enseñó el Viejo Antonio que uno es tan grande como el enemigo que escoge para luchar, y que uno es tan pequeño como grande el miedo que se tenga. "Elige un enemigo grande y esto te obligará a crecer para poder enfrentarlo. Achica tu miedo porque, si él crece, tú te harás pequeño", me dijo el Viejo Antonio una tarde de mayo y lluvia, en esa hora en que reinan el tabaco y la palabra. El gobierno le teme al pueblo de México, por eso tiene tantos soldados y policías. Tiene un miedo muy grande. En consecuencia, es muy pequeño. Nosotros le tenemos miedo al olvido, al que hemos ido achicando a fuerza de dolor y sangre. Somos, por tanto, grandes.

Cuéntelo usted en algún escrito. Ponga que se lo contó el Viejo Antonio. Todos hemos tenido, alguna vez, un Viejo Antonio. Pero si usted no lo tuvo, yo le presto el mío por esta vez. Cuente usted que los indígenas de sureste mexicano achican su miedo para hacerse grandes, y escogen enemigos descomunales para obligarse a crecer y ser mejores.

Esa es la idea, estoy seguro que usted encontrará mejores palabras para contarlo. Escoja usted una noche de lluvia, relámpagos y viento. Verá cómo el cuento sale así nomás, como un dibujito que se pone a bailar y a dar calor a los corazones que para eso son los bailes y los corazones.

Vale. Salud y un muñequito sonriente, como ésos con los que firma.

Desde las montañas del Sureste Mexicano.

P.D. de advertencia policiaca. Es mi deber informarle que soy, para el supremo gobierno de México, un delincuente. Por lo tanto mi correspondencia puede ser implicatoria. Le ruego que se grabe usted el contenido de la presente, es decir, la encomienda que suplica, y destrúyala inmediatamente. Si el papel fuera de chicle, le recomendaría que lo comiera y, masticando, se pusiera a hacer esas bombitas de chicle que tanto escandalizan a las buenas conciencias, y que demuestran la falta de urbanidad y educación de quien las hace. Aunque hay algunos que las hacen con la esperanza de que una de las bombitas sea lo suficientemente grande como para llevarlo a uno de esa ruta luminosa que, allá arriba, se alarga... como se alargan el dolor y la esperanza sobre el cielo de nuestra América.

P.P.D. improbable. Salude usted de mi parte, si lo ve, al tal Benedetti. Dígale usted, por favor, que sus letras, puestas por mi boca en el oído de una mujer, arrancaron alguna vez un suspiro como esos que echan a andar a la humanidad entera. Dígale también, que quién quita y lo de "Marcos" fue por "el cumpleaños de Juan Ángel".

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Que trabajen ellos (3)

La técnica moderna ha hecho posible reducir enormemente la cantidad de trabajo requerida para asegurar lo imprescindible para la vida de todos.
Esto se hizo evidente durante la guerra. En aquel tiempo, todos los hombres de las fuerzas armadas, todos los hombres y todas las mujeres ocupados en la fabricación de municiones, todos los hombres y todas las mujeres ocupados en espiar, en hacer propaganda bélica o en las oficinas del gobierno relacionadas con la guerra, fueron apartados de las ocupaciones productivas. A pesar de ello, el nivel general de bienestar físico entre los asalariados no especializados de las naciones aliadas fue más alto que antes y que después.
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La significación de este hecho fue encubierta por las finanzas: los préstamos hacían aparecer las cosas como si el futuro estuviera alimentando al presente. Pero esto,
desde luego, hubiese sido imposible; un hombre no puede comerse una rebanada de pan que todavía no existe. La guerra demostró de modo concluyente que la organización
científica de la producción permite mantener las poblaciones modernas en un considerable bienestar con sólo una pequeña parte de la capacidad de trabajo del mundo entero. Si la organización científica, que se había concebido para liberar hombres que lucharan y fabricaran municiones, se hubiera mantenido al finalizar la guerra, y se hubiesen reducido a cuatro las horas de trabajo, todo hubiera ido bien. En lugar de ello, fue restaurado el antiguo caos: aquellos cuyo trabajo se necesitaba se vieron obligados a trabajar largas horas, y al resto se le dejó morir de hambre
por falta de empleo. ¿Por qué? Porque el trabajo es un deber, y un hombre no debe recibir salarios proporcionados a lo que ha producido, sino proporcionados a su virtud, demostrada por su laboriosidad.

Ésta es la moral del estado esclavista, aplicada en circunstancias completamente distintas de aquellas en las que surgió. No es de extrañar que el resultado haya sido
desastroso. Tomemos un ejemplo. Supongamos que, en un momento determinado, cierto número de personas trabaja en la manufactura de alfileres. Trabajando—digamos—ocho horas por día, hacen tantos alfileres como el mundo necesita. Alguien inventa un ingenio con el cual el mismo número de personas puede hacer dos veces el
número de alfileres que hacía antes. Pero el mundo no necesita duplicar ese número de alfileres: los alfileres son ya tan baratos, que difícilmente pudiera venderse alguno
más a un precio inferior. En un mundo sensato, todos los implicados en la fabricación de alfileres pasarían a trabajar cuatro horas en lugar de ocho, y todo lo demás con-
tinuaría como antes. Pero en el mundo real esto se juzgaría desmoralizador. Los hombres aún trabajan ocho horas; hay demasiados alfileres; algunos patronos quiebran, y la mitad de los hombres anteriormente empleados en la fabricación de alfileres son despedidos y quedan sin trabajo. Al final, hay tanto tiempo libre como en el otro
plan, pero la mitad de los hombres están absolutamente ociosos, mientras la otra mitad sigue trabajando demasiado. De este modo, queda asegurado que el inevitable
tiempo libre produzca miseria por todas partes, en lugar de ser una fuente de felicidad universal. ¿Puede imaginarse algo más insensato?
La idea de que el pobre deba disponer de tiempo libre siempre ha sido escandalosa para los ricos. En Inglaterra, a principios del siglo xx, la jornada normal de trabajo de un hombre era de quince horas; los niños hacían la misma jornada algunas veces, y, por lo general, trabajaban doce horas al día. Cuando los entremetidos apuntaron que quizá tal cantidad de horas fuese excesiva, les dijeron que el trabajo aleja a los adultos de la bebida y a los niños del mal. Cuando yo era niño, poco después de que los trabajadores urbanos hubieran adquirido el voto,fueron estableci-
das por ley ciertas fiestas públicas, con gran indignación de las clases altas. Recuerdo haber oído a una anciana duquesa decir: «¿Para qué quieren las fiestas los
pobres? Deberían trabajar». Hoy, las gentes son menos francas, pero el sentimiento persiste, y es la fuente de gran parte de nuestra confusión económica.

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Prometeo IX

El asunto de esta fantasía es universalmente conocido.La fábula griega, narrada por Hesíodo, ha sido el tema de numerosos poemas.Esquilo recogió este mito religioso de las sociedades primitivas, para personificar en él el sentimiento de la libertad, en pugna eterna con las preocupaciones.La epopeya, el drama, hasta el romance vulgar, se han ejercitado en tan sublime asunto.El autor de esta fantasía no ha querido hacer un poema, porque habría sido empresa loca acometer una tarea en que gastó sus robustas fuerzas el genio cosmogónico de Quinet.No ha hecho más que un canto al espíritu humano,soberano del mundo, verdadero emancipador de las sociedades esclavas de tiranías y supersticiones.Si ha conseguido elevarse a la altura del asunto, lo dirá la crítica, en cuya imparcialidad descansa.A pesar de ser tan conocida esta leyenda, conviene reproducirla, para los que la hayan olvidado.
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He aquí como la describe Renaud, ciñéndose a la narración de Hesíodo en su Teogonía:“Antes hubo seres que intentaron el progreso del hombre por la fuerza del pensamiento; pero en vez de gloria,alcanzaron crueles castigos, en razón de que se suponía que los dioses veían con envidia a aquellos inventores que usurpaban algo de su poder con sus creaciones independientes. Admiraban las proezas de la fuerza física:tronchar árboles y hacer rodar peñascos; pero les infundía miedo el ver encender lumbre, forjar el hierro, vestir, alimentar y sanar por medio de preparaciones misteriosas. Quizá habrían aceptado tales invenciones sin el temor del rayo, que parecía siempre dispuesto a herir a los temerarios. Decíanse en voz baja que Esculapio pereció de un modo terrible, porque había querido resucitar muertos con brebajes; y a veces, excitados por el terror, se hacían verdugos para adelantarse a los dioses,mataban a Triptolemo que les enseñaba la agricultura.Prometeo fue el más famoso de aquellos genios benéficos. Pertenecía a la gran raza de titanes que se rebeló contra los dioses, aunque más cuerdo que sus hermanos no tomó parte alguna en aquella lucha del orgullo, sin duda porque veía claro el desenlace de la guerra, por amenazadoras que fuesen las cohortes de los titanes. A mayor abundamiento, ¿qué le importaban aquellos furores de ambiciosos contra ambiciosos que combatían entre sí,unos para conservar el trono celeste y otros para recobrarle? Su corazón no estaba allí, lejos de aquellos poderosos, de aquellos soberbios, dioses o titanes: miraba conmovido cómo se agitaban las criaturas débiles, tímidas, sin vestidos y sin utensilios, oprimidas a la vez por la tierra y por el cielo, donde nadie se cuidaba de acudir en su auxilio. Ni titanes ni dioses pensaban en los hombres; y cuando Zeus, rey del Olimpo, salió vencedor, quiso destruir a los inocentes mortales con sus enemigos, a tal punto llegó la embriaguez de su victoria. Prometeo los salvó, y no se contentó con esto, sino que aspiró a sa-carles de la condición de animales en que vivían, para lo cual robó el fuego del cielo y les enseñó a bosquejar las primeras artes con aquella especie de alma de la materia. Zeus se indignó, porque no quería la prosperidad del hombre, sino que, como amo celoso, deseaba esclavos incapacitados de elevarse. No se atrevió o no pudo quitar a los mortales el fuego, de cuya conservación cuidaban todos: pero castigó a Prometeo atándole con cadenas en un monte, no lejos del Cáucaso, entre Europa y Asia, para que el mundo entero viese el castigo, y dejándole a merced de un buitre que noche y día devoraba su hígado, que renacía eternamente.Esquilo, el primero de los poetas griegos por su alma y su brío, genio hostil a las tiranías, porque anteponía a todo la justicia y la dignidad, compuso tres dramas con esta leyenda: Prometeo llevándose el fuego, Prometo encadenado, Prometeo libre, de cuyos dramas sólo queda el segundo, Prometeo encadenado, sin que la obra mutilada así por los siglos, haya bajado de la altura en que las inspiraciones, dejando ya de pertenecer a una forma de arte,a una patria, a una fibra especial del corazón, se confunden con el alma universal del género humano.Prometeo es todo heroísmo, según le pinta el poeta que le encontró en los mitos religiosos. Practicaba el bien por simpatía, y aun siendo víctima de su obra, no la deploraba, porque su conciencia le sostenía en el suplicio.Con el justo orgullo de su dolor exclamaba hablando de su verdugo: “Yo tuve lástima de los mortales y él no me ha juzgado digno de compasión”.Con efecto, el rey de los dioses no perdona a aquel emancipador de la civilización humana; pero se ve aislado en su omnipotencia, nadie simpatiza con él, en tanto que todos ensalzan a Prometeo. Al principio las Oceánidas, ninfas del mar, olas con formas de doncellas, vienen a consolar al paciente con sus cantos. Tendido en su peñasco no puede ver a las compasivas visitantes; pero oye el ruido de su llegada ‘como el de pajarillos cuyas alas hacen vibrar el aire suavemente’.En vano, sin embargo, quieren clamar el dolor de Prometeo, a quien sólo una idea sostiene en su tormento, y es que un día su enemigo triunfante será destronado. El rey de los dioses penetra la idea de su víctima, y, atemorizado, le envía con el mensajero de los dioses la orden de que se explique y descubra el provenir. Prometeo no desmaya con la esperanza de verse libre. ‘Jamás, amedrentado por el fallo de Júpiter, seré yo pobre de espíritu como una mujer; jamás, como una mujer, levantaré mis brazos suplicantes hacia a aquel a quien aborrezco con todo mi odio, para pedirle que rompa mis cadenas: lejos de mí tan cobarde pensamiento.’ El dios impotente no tiene otra cosa que hacer sino vengarse con algún nuevo suplicio mientras reina aún, y con efecto, emplea las amenazas para quitar a Prometeo hasta los seres compasivos que le consuelan. El coro, más digno que el dios, responde a su mensajero: ‘Dime otras palabras, dame otros consejos y te podré escuchar. Lo que me dices me oprime el corazón. ¿Cómo puedes ordenarme semejante villanía? Los males que sufra Prometeo, quiero sufrirlos yo. He vivido en el odio a los traidores; la enfermedad más repugnante es la traición.’ Estalla el trueno, mugen los vientos, se levanta el mar; y Prometeo continúa invencible llamando con sus injustos tormentos al Éter que baña los mundos refugiándose contra el dios de un día en la naturaleza eterna”.

Tal es la leyenda que ha servido de tema a ese canto, escrito para no ser publicado, y publicado a instanciade amigos que tienen derecho a exigir del autor sacrificios de mayor magnitud.

Olegario Víctor Andrade, Leyenda de Prometeo

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