sábado, 12 de septiembre de 2009

Ver hechos realidad los sueños por los que luchamos

Un texto de Juan Almeida, que nos acaba de dejar. Sirva como homenaje, como recuerdo, como muestra de cariño.

Las cárceles abrieron sus puertas de hierro. Los liberados olvidaron su venganza y gritaron juntos con los carceleros por el triunfo de la Revolución. Llegaban los aviones cargados de exiliados que encontraban el calor familiar y el agradecimiento de la patria. Solo los asesinados y desaparecidos no pudieron alcanzar el triunfo, pero vivirán en el recuerdo de familiares, amigos y compañeros de lucha.

Obreros, estudiantes, jóvenes, hombres y mujeres, todo el pueblo, aclamaba a los combatientes que íbamos en cientos de vehículos, una caravana que marchaba por la Carretera Central donde miles de personas aguardaban.

A los mandos militares y las estaciones de policía en manos de los rebeldes, de las milicias y del pueblo, iban llegando los detenidos: malversadores, testaferros y colaboradores del régimen, otros por haber cometido crímenes. Los más connotados eran juzgados y sancionados en el acto.

Había delirio y entusiasmo en la población que aclamaba a Fidel en su recorrido, gritos de alegría, abrazos, besos dulces, nobles y tiernas caricias; fotos en grupo; regalos de detentes, estampas y medallas. El repicar de las campanas, los pitazos de claxon de autos y camiones repletos de personas enarbolando banderas. ¡Todo era una fiesta, como en un bello sueño!

El pueblo, en multitud, unido en júbilo a su Revolución, hacía suyo el triunfo. La gente se fundía en un crisol de sentimientos y alegría. Hasta en las ciudades de los más obstinados y recalcitrantes sectores, el triunfo revolucionario provocaba la trasgresión de las costumbres raciales. Blancos y negros cogidos de las manos, se abrazan, se miran sorprendidos, ríen, gritan, saltan juntos por la Revolución. Es el momento de la alegría, de la fraternidad. El negro y el pobre redimidos, con el blanco y el rico igualados.

Como una melodía subía y bajaba el diapasón del coro de cientos, de miles de voces. Desde que tomamos el fusil por primera vez, estos fueron los momentos más conmovedores, grandiosos y emocionantes. Era el canto inefable a la victoria y a la fe revolucionaria en el futuro de la patria. No hubo asta de bandera que no tuviera los colores de la patria.

Las Marianas, que tomaron el nombre de la insigne madre de los Maceos defensoras de la libertad con el fusil, eran saludadas con amor, ternura y admiración.

Arribamos al Campamento Militar de Columbia. La multitud a nuestro alrededor nos conduce hasta la tribuna. El día corrió su telón y dio paso a la noche, La tensión es rota por la voz de Fidel:

Creo que estamos en un momento decisivo de nuestra historia, La tiranía ha sido derrotada. La alegría es inmensa y sin embargo, mucho queda por hacer todavía. No nos engañemos creyendo que en lo adelante todo será fácil. Quizás en lo adelante todo será más difícil.

Ahora, a 50 años de aquella histórica fecha en que alcanzamos la libertad plena, la independencia absoluta y la soberanía total, a las emociones y momentos antes narrados, añado el orgullo por lo logrado, la satisfacción por el esfuerzo realizado antes y después del 1ro. de enero, la fe y la confianza que tuvimos, recibimos y mantenemos en nuestro pueblo y en particular en las nuevas generaciones continuadoras de esta causa, a quienes hemos dedicado los mejores años de nuestras vidas y por ellos estamos dispuesto a cualquier sacrificio como lo hacen los Cinco héroes que cumplen injusta sanción en las cárceles del imperio.

Saludo a Fidel, el hermano de lucha, el que nos guió al triunfo revolucionario y ha continuado al frente durante estas cinco décadas para alcanzar las nuevas victorias de la Patria, deseando que nos siga acompañando como líder histórico de este proceso revolucionario para ver hechos realidad los sueños por los que luchamos.

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Caosmeando

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