jueves, 15 de noviembre de 2007

Seguiremos

Seguiremos creyendo en la belleza, aunque hoy tenga su rostro quemado.
Seguiremos creyendo que la primera obligación de un intelectual es comprometerse en la defensa de la condición humana.
Seguiremos creyendo que nuestra estructura social está irremediablemente podrida y hay que construir otra más justa y solidaria, donde el deseo no sea enemigo de la razón y el orden admita la importancia del caos.
Seguiremos creyendo en la imaginación, en la paciencia, la firmeza y el coraje. El buen análisis y el mejor debate.
Seguiremos creyendo que es necesaria la unidad, no sólo de la izquierda, sino de todos los que sueñan que la vida puede más que la muerte y estén dispuestos a lograrlo.
Seguiremos creyendo que la sociedad es un territorio para la lucha de clases. Pero hay otra lucha profunda por la libertad que se libra cotidianamente en cada cuerpo, en cada espíritu.
Seguiremos creyendo que la cultura es un arma decisiva para que nuestra obstinación se cruce algún día con la historia.

Preparando algo sobre Rodolfo Walsh, Jacobo Timerman y la mítica revista argentina Crisis, en la que participaron, entre otros, gente como Eduardo Galeano, Juan Gelman y Haroldo Conti, llegando a publicar cuarenta números, desde mayo de 1973 hasta agosto de 1976, me he encontrado con el editorial del primer número de Fin de Siglo, de julio de 1987, titulado
Adiós, Crisis y firmado por Vicente Zito Lema, que en Crisis había sustituido a Juan Gelman como secretario de redacción. Lo que habéis leído arriba es un fragmento de ese editorial y me ha parecido oportuno traerlo aquí.


Vicente Zito Lema

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Óneiros (II)

(...)

Sombras, colores. Luz. El habla sorda de mí cuando la ciudad crece y camino sin rumbo, ojos claros, me detengo en las esquinas aparentes, conozco, polvo brillante del reciénvenido, blanco, las manchas se expanden, dos perros juntan los hocicos, vuela una cometa en llamas, te convoco, apareces, toco con los ojos, cielo gris pardo verde púrpura, te beso, río dorado, trenes de caramelo, crezco y me encojo donde los dardos prosperan, sonrío música, muerte blanda, los párpados se ensortijan, los coches burbujean, filtro un globo líquido, transmuto, permuto, mi cara no es mi cara, mi cara es mi cara, mi rostro es todos los rostros, rotación, accidente relativo, accidente absoluto, piel de Tierra, ágil, ignoto, tinieblas azules, la vida se extiende en ondas

(...)

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Diarios de guerra III

19 de Abril:
Esta tarde hemos entrado en combate. Dirigía mi pelotón hacia el norte, siguiendo la carretera B-512. Debíamos interceptar un convoy de camiones cargados de provisiones y munición. Inteligencia nos pasó los datos anoche. Nuestro explorador nos avisó de la cercanía del convoy y nos colocamos en nuestras posiciones. Dos grupos de 5 hombres a cada lado de la carretera. Apenas iban escoltados por un tanque semiblindado de corto alcance. Nos resultó bastante fácil. Una emboscada en el momento justo y zas, no sufrimos ninguna baja. Hemos contado quince muertos, ninguno llevaba identificación ni ningún tipo de distinción. Lo peor fue la vuelta, comenzó a llover y la carretera se llenó de fango, era casi imposible mover los camiones. Perdimos mucho tiempo, y hemos llegado al campamento cansados, pero sin ninguna novedad.

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Trastornos (I)

En aquel momento no era consciente de lo que me sucedía, la felicidad invadía todos los poros de mi cuerpo, por fin había cerrado el acuerdo más importante para mi asesoría. Qué mejor manera que invitar a mis nuevos clientes a unas copas en la terraza de moda. Me había ganado su confianza pero no debía mostrarme victorioso ni exultante, siempre manteniendo las formas. Por eso mismo me tragaba el discursito de turno simulando prestar mucha atención e incluso intervenía con total convicción. Como siempre, el tema era banal y propio de un ambiente tan superficial pero, a medida que me iba aclimatando a la algarabía nocturna, a la pose, iba notando una irrealidad sigilosa.

Ocurrió paulatinamente. Mi interlocutor más cercano bajaba el tono, su voz se volvía grave, su piel se plegaba, se arrugaba. Me froté instintivamente los párpados pero la mutación continuaba, su boca se torcía, las orejas le crecían, cabeceaba mientras le crecía una pequeña joroba, perdía pelo y el que le quedaba se teñía de blanco. En cuestión de un minuto, pasó de juventud a senectud. Aquello no podía ser cierto, la gente empezaba a alarmarse, todos estaban envejeciendo a marchas forzadas.

Salté asustado y fui volando al baño, ante el espejo no había cambiado nada, aún mis cuarenta y dos años se mantenían en mi semblante, seguía teniendo mucho tiempo por delante. Volví a la realidad irreal al ver cómo un anciano había resbalado y caído mientras otro corría igual suerte al intentarle ayudar. Salí como pude, puesto que otro cuerpo casi inerte bloqueaba la puerta del baño.

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El panorama era desolador, desbordante, inhumano. Algunos clamaban al cielo, otros se quejaban de continuos dolores, los más incrédulos se quedaban ensimismados, sin habla. Las mujeres, o más bien ancianas, entraban en un fuerte histerismo al verse decrépitas, podía distinguir perfectamente cuál llevaba silicona y cuál no. Al verse imposibilitados para llegar hasta el baño, los más pulcros usaban el vaso que antes servía de copa para hacer necesidades, los demás defecaban y orinaban por toda la terraza, como si de un baño público se tratase.

Si Carlo Collodi hubiese querido ser más cínico en el cuento de Pinocho, tendría que haber envejecido a todos los niños del parque de atracciones en vez de convertirles en burros. A fin de cuentas, este animal es feliz mientras tenga qué comer, con quién juntarse y un prado por el que brincar. Indudablemente aquella situación estaba muy lejos de lo que creemos entender por felicidad. Me convencí de que debía de ser un sueño, la pesadilla más desagradable que te pueda invadir en plena madrugada. Aún así caminaba y seguía sintiendo un gran realismo en dicha pesadilla.


Volví al punto de la reunión. Me encontré a mis clientes y a mis socios de la asesoría, todos ya octogenarios, estaban discutiendo, insultándose, incluso llegando a las manos pero sin producir daño alguno. Justo cuando intenté enterarme del por qué de dicho enfrentamiento, noté cómo me crujía todo el cuerpo, los dedos se encogían y unos pelos blancos poblaban los alrededores, mi vista se cansaba, un velo borroso empezaba a cubrir lo que llegaba a mis ojos, lo achaqué a unas cataratas repentinas pero el velo se convertía en cortina y, de repente, no veía nada a la par que no sentía nada. La pesadilla había acabado.

Al despertar me seguía notando cansado, un sutil velo continuaba cubriéndome la vista, pero esta vez no era ningún sueño, me desperté para vivir mi peor pesadilla. La peor pesadilla es aquella que trasciende el sueño, aquella que no quieres volver a tener aunque sea en imaginaciones nocturnas. Pues sí, allí estaba yo, con 70 años, acabado de despertar después de haber pasado 28 en coma, un estado que me ha robado casi media vida. Múltiples trastornos me asaltaron en ese instante, ¿qué me había pasado?, ¿la pesadilla de la terraza había sido un sueño recurrente durante tanto tiempo?, ¿dónde había estado mi alma?

Vincent Gonmar

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Ocultar la IP. Por Doc Holliday.

Ideal para evitar bans.
e los programillas que he probado, hasta ahora el mejor el Hide Ip Platinum.

Como una seda, oyes.

Además os pongo a una tronca, que no se diga.


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Boston I, por Doc Holliday

Amiguetes y amiguitas, fieles seguidores/as, siento este impass en mis intervenciones, pero allí voy a la carga otra vez.
Como algunos sabréis he pasado una semanita por los Estados Juntitos, que diría Mortadelo, más concretamente en Boston, allá por la Nueva Inglaterra.

Los que hemos leído a Lovecraft no podemos menos que congratularnos de haber paseado en otoño entre las mansiones señorialmente decadentes de Beacon Hill, y los antiguas lápidas de los puritanos, que sin duda inspiraron parte de su obra.

Pero más allá de lo freaky, es una ciudad con mucho encanto y agradable, con unos alrededores muy majos (visita imprescindible a la universidad de Harvard), y unos habitantes que destacan por su amabilidad.
Si eres blanco, claro.

Seguiremos informando.

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Caosmeando

ecoestadistica.com