lunes, 13 de octubre de 2008

Diez minutos

Un corto de Alberto Ruiz Rojo

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Biografía del Diablo (II)

Una vez casado decide divorciarse al terminar la ceremonia, lo cual produce una gran alegría en la novia, que no estaba muy enamorada de él. Los padres de los asistentes ponen el grito en el cielo, pero el cielo no les hace caso, porque ese día estaba muy ocupado en leer los artículos de Tip y Coll del "New York Herald Tribune" de Preference. Los padres de la novia, le denuncian al Tribunal de las Aguas de Valencia, luego al Tribunal de la Rota, después al Tribunal de la Nueva, después al de las Zurcidas, hasta que por fin ingresa en la cárcel como voluntario, donde permanece como jefe de relaciones públicas del OOO (Ombres Onrados y Onestos).
Al día siguiente, el diablo consigue escapar en un helicóptero que le habían metido en una barra de pan grandísima. Pero lo atraparon por no tener carnet de conducir helicópteros.
Una semana después se hace viejo, por aquello de que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Y pide la jubilación. Pero la pide tan mal y con tantas blasfemias, que no se la conceden. He aquí alguna de las blasfemias:
- Me gusta Bigote Arrocet, Soy del PCE. Tengo todos los discos de Manolo Escobar. Me casaría con Víctor Valverde. ¡Viva el clero! Donde mejor se viaja es en el Metro y en la RENFE. ¡Papá, ven en bici!
Los padres del diablo, que eran unos demonios cristianos, o sea, democristianos, comienzan a preocuparse por el porvenir de su hijo y lo meten en la Escuela Cantorum de Jumilla, donde conoce a Odón Alonso Quijano, más conocido como Sancho Panza, que era su escudero. Allí se arma la marimorena, una rubia de ojos azules, con pelos en las plantas de los pies y un orzuelo en la nuca. ¡Lo nunca visto!
Pero el diablo, que era bueno en el fondo, da un mitin en el océano Pacífico, para demostrar que no tenía ganas de bronca. Las ballenas revoloteaban a su alrededor como enjambre de libélulas, dando gritos de dolor de vientre.
Poco después funda el Real Madrid, donde sigue como presidente hasta que la muerte lo separe.
Después de esto, ¿qué ha sido del diablo? ¿Dónde está el diablo? Paciencia. Hasta las próximas elecciones no podemos saberlo.
(De "Tipycollorgia", 1983)

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Las once mil vergas (XXI)

Mony, que estaba envuelto en un amplio gabán, se apoderó de la mano de Cornaboeux y, haciéndola pasar por la abertura que hay en el bolsillo de esta cómoda vestimenta, la llevó hasta su bragueta.

El colosal ayuda de cámara comprendió el deseo de su amo. Su manaza era velluda, pero regordeta y más suave, de lo que nadie habría sospechado. Los dedos de Cornaboeux desabrocharon delicadamente los pantalones del príncipe. Agarraron la verga delirante que justificaba en todos sus aspectos el famoso díptico de Alphonse Aliáis:

La trepidación excitante de los trenes

Nos introduce deseos en la médula de los riñones.

Pero un empleado de la Compagnie des Wagons-Lits entró y anunció que era hora de comer y que numerosos viajeros se hallaban ya en el vagón-restaurante.

–Excelente idea –dijo Mony–. ¡Cornaboeux, vamos a comer primero!

La mano del antiguo descargador salió de la abertura del gabán. Los dos se dirigieron hacia el comedor. La verga del príncipe permanecía erecta, y como no se había abrochado los pantalones, una protuberancia se destacaba en la superficie de su vestimenta. La comida empezó sin tropiezos, arrullada por el ruido de chatarra del tren y por los tintineos variados de la vajilla, de la cubertería y de la cristalería, turbada a veces por el salto brusco de un tapón de Apollinaris.
En una mesa, en el extremo opuesto a la de Mony, se encontraban dos mujeres rubias y bonitas. Cornaboeux, que las tenía enfrente, las señaló a Mony. El príncipe se volvió, y reconoció en una de ellas, vestida más modestamente que la otra, a Mariette, la exquisita criada del Grand-Hotel. Se levantó inmediatamente y se dirigió hacia las damas. Saludó a Mariette y se dirigió a la otra joven que era bonita y acicalada. Sus cabellos decolorados con agua oxigenada le daban un aspecto moderno que encantó a Mony:

–Señora –le dijo–, le ruego que me disculpe. Me presento yo mismo, en vista de la dificultad de encontrar en este tren relaciones que nos sean comunes. Soy el príncipe Mony Vibescu, hospodar hereditario. Esta señorita, es decir, Mariette, que, sin duda, ha dejado el servicio del Grand-Hótel por el suyo, me dejó contraer hacia ella una deuda de gratitud de la que quiero liberarme hoy mismo. Quiero casarla con mi ayuda de cámara y dotarlos con cincuenta mil francos a cada uno.

–No veo ningún inconveniente para ello –dijo la dama–, pero he aquí algo que no tiene aspecto de estar mal constituido. ¿A quién la destina usted?

La verga de Mony había encontrado una salida y mostraba su rubicunda cabeza entre dos botones, en la parte anterior del cuerpo del príncipe que enrojeció mientras hacía desaparecer el aparato. La dama se echó a reír.

–Afortunadamente se halla usted colocado de tal modo que nadie le ha visto... hubiera sido bonito...

Pero conteste, ¿para quién es este temible instrumento?

–Permítame –dijo Mony galantemente– ofrecérselo como homenaje a su soberana belleza.

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El náufrago y el acróbata

Del Diccionario de símbolos, de Juan Eduardo Cirlot

Acróbata

Por sus piruetas y volatines, que con frecuencia consisten en invertir la posición normal del cuerpo humano, sosteniéndose con las manos y con los pies al aire, el acróbata es un símbolo viviente de la inversión, es decir, de aquella necesidad que se presenta en todas las crisis (personales, morales, colectivas, históricas), de trastornar el orden dado y volverlo al revés, haciendo materialista lo idealista, agresivo lo beato, trágico lo bonancible, desordenado lo ordenado o viceversa. Los acróbatas se relacionan con otros elementos circenses y especialmente con el arcano del Tarot del Ahorcado, que expone la misma significación.

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Caosmeando

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