domingo, 27 de enero de 2008

Robando arte callejero VIII


Imagen tomada detrás de la catedral de Salamanca

Un invierno sólo y versos como estos hacen que desee con más urgencia que nunca la primavera.

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Cuando la única salida es la muerte...

“Soy un cínico existencialista, un humanista antihumanos, un socialdarwinista antisocial, un idealista realista y un ateo amante de Dios.
Como selector natural, eliminaré a todo el que vea no apto, una desgracia para la raza humana o un fallo de la selección natural.
Os preguntareis por qué hice esto y qué es lo que quiero. Bien, la mayoría de vosotros sois demasiado arrogantes y cerrados de mente para comprender. Probablemente diréis que estoy loco, chiflado, psicópata, criminal o basura de esa. No, la verdad es que soy sólo un animal, un humano, un individuo, un disidente.Ya he tenido bastante. No quiero ser parte de esta jodida sociedad. Como otras personas sabias han dicho en el pasado, no merece la pena salvar a la raza humana o luchar por ella, sólo merece la pena matar.
la revolución contra el sistema, que esclaviza no sólo a la mayoría de las masas de mentes débiles, sino también a la minoría de mentes fuertes e inteligentes individuos. Si queremos vivir en un mundo diferente, debemos actuar. Debemos levantarnos contra los regímenes corruptos y totalitarios que esclavizan y remover a los tiranos, a los gangsters y el gobierno de la idocracia. Yo solo no puedo cambiar mucho, pero espero que mis acciones inspiren a la gente inteligente del mundo y que inicie un tipo de revolución contra los sistemas actuales. El sistema que discrimina la naturalidad y la justicia es mi enemigo. La gente que vive en un mundo de desilusión y apoya ese sistema es mi enemiga.Estoy dispuesto a morir por una causa que sé que es justa y verdadera, incluso si pierdo o si la batalla es sólo recordada como cruel. Prefiero luchar y morir que vivir una larga e infeliz vida.Y recordad que esta es mi guerra, mis ideas, mis planes. No culpéis a nadie más por mis acciones. No culpéis a mis padres o mis amigos. No le dije a nadie mis planes y siempre los mantuve sólo en mi mente. No culpéis a las películas que he visto, a la música que escucho, a los juegos a los que juego o a los libros que he leído. No, no tienen nada que ver con esto. Esta es mi guerra: un hombre solo contra la humanidad, contra los gobiernos y contra las masas de mente débil del mundo. ¡Sin piedad con la escoria de la tierra! ¡LA HUMANIDAD ESTÁ SOBREVALORADA! ¡Es hora de volver a la senda de la SELECCIÓN NATURAL Y LA SUPERVIVENCIA DEL MÁS CAPAZ!"

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Jesús Menéndez (3)

Sigue la elegía de Nicolás Guillén diciéndonos la verdad

VI

Y alumbrando el camino de la fácil conquista,
la libertad levanta su antorcha en Nueva York.
Rubén Darío


Jesús trabaja y sueña. Anda por su isla, pero también se sale de ella, en un gran barco de fuego. Recorre las cañas míseras, se inclina sobre su dulce angustia, habla con el cortador desollado, lo anima y lo sostiene. De pronto, llegan telegramas, noticias, voces, signos sobre el mar de que lo han visto los obreros de Zulia cuajados en gordo aceite, contar las veces que el balancín petrolero, como un ave de amargo hierro, pica la roca hasta llegarle al corazón. De Chile se supo que Jesús visitó las sombrías oficinas del salitre, en Tarapacá y Tocopilla, allá donde el viento está hecho de ardiente cal, de polvo asesino.
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Dicen los bogas del Magdalena que cuando lo condujeron a lo largo del gran río, bajo el sol de grasa de coco, Jesús les recordó el plátano servil y el café esclavo en el valle del Cauca, y el negro dramático, acorralado al borde del Caribe, mar pirata. Desde el Puente Rojo exclama Dessalines: «¡Traición, traición, todavía!» Y lo presenta a Defilée, loca y trágica, que le veló la muerte haitiana llena de moscas. Hierven los morros y favelas en Río de Janeiro, porque allá anunciaron la llegada de Jesús, con otros trabajadores, en el tren de la Leopoldina. Puerto Rico le enseña sus cadenas, pero levanta el puño ennegrecido por la pólvora. Un indio de México habló sin mentarse. Dijo: «Anoche lo tuve en mi casa». A veces se demora en el Perú de plata fina y sangrienta. O bajando hacia la punta sur de nuestro mapa, júntase a los peones en los pagos enérgicos y les acompaña la queja viril en la guitarra decorosa. ¿A dónde vuela ahora, a dónde va volando, más allá del cinturón de volcanes con que América defiende su ombligo torturado por la United Fruit desde el Istmo roto hasta la linde azteca? Vuela ahora, sube por el aire oleaginoso y correoso, por el aire grasiento, por el aire espeso de los Estados Unidos, por ese negro humo. Un vasto estrépito le hace volver los ojos hacia las luces de Washington y Nueva York, donde bulle el festín de Baltasar.
Ahí ve que de un zarpazo Norteamérica
alza una copa de ardiente metal;
la negra copa del violento hidrógeno
con que brinda el Tío Sam.
Lúbrico mono de pequeño cráneo
chilla en su mesa: ¡Por la muerte va!
Crepuscular responde un coro múltiple:
¡Va por la muerte, por la muerte va!

Aire de buitre removiendo el águila
mira de un mar al otro mar;
encapuchados danzan hombres fúnebres,
baten un fúnebre timbal
y encendiendo las tres letras fatídicas
con que se anuncia el Ku Klux Klan,
lanzan del Sur un alarido unánime:
¡Va por la muerte, por la muerte va!

Arde la calle donde nace el dólar
bajo un incendio colosal.
En la retorta hierve el agua química.
Establece la asfixia el gas.
Alegre está Jim Crow junto a un sarcófago.
Lo viene Lynch a saludar.
Entre los dos se desenreda un látigo:
¡Va por la muerte, por la muerte va!

Fijo en la cruz de su caballo, Walker
abrió una risa mineral.
Cultiva en su jardín rosas de pólvora
y las riega con alquitrán;
sueña con huesos ya sin epidermis,
sangre en un chorro torrencial;
bajo la gorra, un pensamiento bárbaro:
¡Va por la muerte, por la muerte va!

Jesús oye el brindis, las temibles palabras, el largo trueno, pero no desanda sus pasos. Avanza seguido de una canción ancha y alta como un pedazo de océano. ¡Ay, pero a veces la canción se quiebra en un alarido, y sube de Martinsville un seco humo de piel cocida a fuego lento en los fogones del diablo! Allá abajo están las amargas tierras del Sur yanqui, donde los negros mueren quemados, emplumados, violados, arrastrados, desangrados, ahorcados, el cuerpo campaneando trágicamente en una torre de espanto. El jazz estalla en lágrimas, se muerde los gordos labios de música y espera el día del Juicio Inicial, cuando su ritmo en síncopa ciña y apriete como una cobra metálica el cuello del opresor. ¡Danzad despreocupados, verdugos crueles, fríos asesinos! ¡Danzad bajo la luz amarilla de vuestros látigos, bajo la luz verde de vuestra hiel, bajo la luz roja de vuestras hogueras, bajo la luz azul del gas de la muerte, bajo la luz violácea de vuestra putrefacción! ¡Danzad sobre los cadáveres de vuestras víctimas, que no escaparéis a su regreso irascible! Todavía se oye, oímos todavía; suena, se levanta, arde todavía el largo rugido de Martinsville. Siete voces negras en Martinsville llaman siete veces a Jesús por su nombre y le piden en Martinsville, le piden en siete gritos de rabia, como siete lanzas, le piden en Martinsville, en siete golpes de azufre, como siete piedras volcánicas, le piden siete veces venganza. Jesús nada dice, pero hay en sus ojos un resplandor de grávida promesa, como el de las hoces en la siega, cuando son heridas por el sol. Levanta su puño poderoso como un seguro martillo y avanza seguido de duras gargantas, que entonan en un idioma nuevo una canción ancha y alta, como un pedazo de océano. Jesús no está en el cielo, sino en la tierra; no demanda oraciones, sino lucha; no quiere sacerdotes, sino compañeros; no erige iglesias, sino sindicatos: Nadie lo podrá matar.

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Caosmeando

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