domingo, 27 de abril de 2008

Donde habita el olvido.

En un lugar no muy lejano, quizás al lado de nuestra casa, vivía el hombre que se cansó de recordar. En este lugar siempre había motivos para guardar cosas en la mente y nuestro protagonista siempre se consideró afortunado por tener tan prodigiosa memoria.

Un día, el hombre vio aparecer en su casa algo que jamás había visto y ni tan siquiera había escuchado hablar de él, porque si no, su talentosa memoria tendría algún dato. Sin embargo, este algo no hacía nada sobre natural: andaba, hablaba, escuchaba, reía, se enfadaba, perdonaba, bromeaba, se enfermaba, besaba, pegaba, amaba, odiaba... Entonces, ¿Qué tenía de especial para aquel hombre? Pues que él nunca había visto a nadie andar, hablar, escuchar, reir, enfadarse, perdonar, bromear, enfermarse, besar, amar y odiar como el último habitante de su casa; hacía especial lo más normal.

Al cabo de un tiempo breve, pero intenso, aquel hombre vio como tenía que dejar salir de su casa a ese algo como tantos otros recuerdos que habían habitado allí. El hombre se resistía a la idea de no convivir con su compañero al día siguiente, pero sabía que tarde o temprano iba a suceder. Cuando salió por la puerta y el hombre volvió a encontrarse con sus recuerdos y en especial con los recuerdos de su último huésped.

Ahora no estaba feliz. Se sentía distinto, vacío y sobre todo sólo. Los recuerdos que tanto le habían acompañado no le servían para dibujar una sonrisa en su cara, porque todo recuerdo le llevaba al mismo lugar, a ese algo que estaba recien salido de casa. Esto le condujo a sentirse muy triste. El rencor se apoderó de él. No quería entender por qué había tenido que irse, por qué no continuó allí por el resto de los días.

La angustia fue la protagonista de su vida por aquél entonces y el hombre se cansó de recordar. Su último recuerdo fue que nunca se había sentido así de mal, pero, ¿qué se hace para amar lo que quiso despreciar una y mil veces?

Extraña, quiere, ha perdido y eso duele

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