viernes, 7 de diciembre de 2007

Que trabajen ellos (5)

Seguimos con el Elogio de la ociosidad, de Bertrand Russell

En el nuevo credo dominante en el gobierno de Rusia,así como hay mucho muy
diferente de la tradicional enseñanza de Occidente, hay algunas cosas que no
han cambiado en absoluto. La actitud de las clases gobernantes, y
especialmente de aquellas que dirigen la propaganda educativa respecto del
tema de la dignidad del trabajo, es casi exactamente la misma que las clases gobernantes de todo el mundo han predicado siempre a los llamados pobres
honrados. Laboriosidad, sobriedad, buena voluntad para trabajar largas horas
a cambio de lejanas ventajas, inclusive sumisión a la autoridad, todo reaparece;
por añadidura, la autoridad todavía representa la voluntad del Soberano del Universo. Quien, sin embargo, recibe ahora un nuevo nombre: materialismo
dialéctico.

La victoria del proletariado en Rusia tiene algunos puntos en común con la victoria de las feministas en algunos otros países.
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Durante siglos, los hombres
han admitido la superior santidad de las mujeres, y han consolado a las mujeres de su inferioridad afirmando que la santidad es más deseable que el poder. Al final, las feministas decidieron tener las dos cosas, ya que las
precursoras de entre ellas creían todo lo que los hombres les habían dicho
acerca de lo apetecible de la virtud, pero no lo que les habían dicho acerca de la inutilidad del poder político.
Una cosa similar ha ocurrido en Rusia por lo que se refiere al trabajo manual. Durante siglos, los ricos y sus mercenarios han escrito en elogio del trabajo honrado, han alabado la vida sencilla, han profesado una religión que enseña que es mucho más probable que vayan al cielo los pobres que los ricos y, en general, han tratado de hacer creer a los trabajadores manuales que hay cierta especial nobleza en modificar la situación de la materia en el espacio, tal y como los hombres trataron de hacer creer a las mujeres que obtendrían cierta especial nobleza de su esclavitud sexual. En Rusia, todas estas enseñanzas acerca de la excelencia del trabajo manual han sido tomadas en serio,
con el resultado de que el trabajador manual se ve más honrado que nadie.
Se hacen lo que, en esencia, son llamamientos a la resurrección de la fe, pero no con los antiguos propósitos: se hacen para asegurar los trabajadores de choque necesarios para tareas especiales.
El trabajo manual es el ideal que se propone a los jóvenes, y es la base de toda enseñanza ética.

En la actualidad, posiblemente, todo ello sea para
bien. Un país grande, lleno de recursos naturales, espera
el desarrollo, y ha de desarrollarse haciendo un uso muy
escaso del crédito. En tales circunstancias, el trabajo duro
es necesario, y cabe suponer que reportará una gran re-
compensa. Pero ¿qué sucederá cuando se alcance el punto
en que todo el mundo pueda vivir cómodamente sin tra-
bajar largas horas?

En Occidente tenemos varias maneras de tratar este
problema. No aspiramos a la justicia económica; de modo
que una gran proporción del producto total va a parar a
manos de una pequeña minoría de la población, muchos
de cuyos componentes no trabajan en absoluto. Por au-
sencia de todo control centralizado de la producción, fa-
bricamos multitud de cosas que no hacen falta. Mante-
nemos ocioso un alto porcentaje de la población trabaja-
dora, ya que podemos pasarnos sin su trabajo haciendo
trabajar en exceso a los demás. Cuando todos estos mé-
todos demuestran ser inadecuados, tenemos una guerra:
mandamos a un cierto número de personas a fabricar ex-
plosivos de alta potencia y a otro número determinado a
hacerlos estallar, como si fuéramos niños que acabáramos
de descubrir los fuegos artificiales. Con una combinación
de todos estos dispositivos nos las arreglamos, aunque con
dificultad, para mantener viva la noción de que el hombre
medio debe realizar una gran cantidad de duro trabajo
manual.

En Rusia, debido a una mayor justicia económica y al
control centralizado de la producción, el problema tiene
que resolverse de forma distinta. La solución racional se-
ría, tan pronto como se pudiera asegurar las necesidades
primarias y las comodidades elementales para todos, re-
ducir las horas de trabajo gradualmente, dejando que una
votación popular decidiera, en cada nivel, la preferencia
por más ocio o por más bienes. Pero, habiendo enseñado
la suprema virtud del trabajo intenso, es difícil ver cómo
pueden aspirar las autoridades a un paraíso en el que
haya mucho tiempo libre y poco trabajo. Parece más pro-
bable que encuentren continuamente nuevos proyectos en
nombre de los cuales la ociosidad presente haya de sacri-
ficarse a la productividad futura. Recientemente he leído
acerca de un ingenioso plan propuesto por ingenieros ru-
sos para hacer que el mar Blanco y las costas septentrio-
nales de Siberia se calienten, construyendo un dique a lo
largo del mar de Kara. Un proyecto admirable, pero ca-
paz de posponer el bienestar proletario por toda una ge-
neración, tiempo durante el cual la nobleza del trabajo
sería proclamada en los cam~?os helados y entre las tor-
mentas de nieve del océano Artico. Esto, si sucede, será
el resultado de considerar la virtud del trabajo intenso
como un fin en sí misma, más que como un medio para
alcanzar un estado de cosas en el cual tal trabajo ya no
fuera necesario.

2 comentarios:

Uno, trino y plural dijo...

"La victoria del proletariado en Rusia tiene algunos puntos en común con la victoria de las feministas en algunos otros países."

Qué frase ésta, eh.

Anónimo dijo...

Sobre todo por lo de "en algunos otros países" Es como una bengala.

Caosmeando

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