viernes, 7 de diciembre de 2007

Prometeo X-III

III
No volvió a retumbar en la montaña
el grito del titán retando al cielo;
ni temblaron las nubes, ni los astros
detuvieron su vuelo
para mirar la bárbara batalla;
ni el negro Ponto amotinó sus ondas
crispado y convulsivo,
para arrancar de su prisión eterna
al gigante cautivo.

Reinó la soledad en la alta cumbre,
que habitó el huracán encadenado,
y descendió el Araxa gemebundo
con torpe pesadumbre,
a arrastrarse callado en la llanura,
como del alma en el profundo cauce
desatan en silencio los recuerdos
sus ondas de amargura.

¡Siempre el gigante en vela!
El cielo era la página sombría
en que al débil fulgor de las estrellas
las misteriosas sílabas leía
de su destino fiero;
y el errante cometa,
que en la lejana cumbre aparecía,
su torvo y taciturno mensajero.

De vez en cuando oía
como ruido levísimo de espumas
en las inquietas algas detenidas;
como el roce ligero
de fantásticas plumas
que tocaban su sien calenturienta,
murmullo blando de hojas,
de un árbol invisible desprendidas
después de la tormenta.

No eran rayos de luna,
ni jirones de niebla desgarrados
por el aire liviano:
era el coro armonioso
de las gentiles hijas del Océano,
que a la luz del crepúsculo salían
de sus grutas azules,
y en torno del titán encadenado
los húmedos cabellos sacudían.

"No duermas, Prometeo",
al pasar a su oído murmuraban,
desatando en su alma
las ansias infinitas del deseo.
"¡No duermas! que el Olimpo se estremece
con inquietud extraña,
y truenan los abismos,
como truena el volcán en la montaña!"

Prometeo velaba,
fijo el ojo en las lóbregas esferas
que como enormes olas palpitaban,
y atento al ruido sordo
que las brisas del valle le traían,
el ruido de las razas que hormigueaban
del Cáucaso en las negras madrigueras.

Olegario Víctor Andrade,Prometeo

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