sábado, 24 de noviembre de 2007

Historia que cuentan los tejados de Praga


El rumor del Moldava se escucha a lo lejos.

Cielo encapotado y dulce llovizna, que refresca la cara sin llegar a mojar. El caminante sortea los charcos que se forman en las calles del antiguo barrio judío, el Josefov, siguiendo aquellas que transcurren paralelas al río, en dirección al Puente de Carlos. Sus pasos resuenan en el pavimento y la ciudad parece dormida, a pesar de ser tan sólo las cinco de la tarde.

Al llegar al puente, encuentra a algún que otro comerciante y un músico que toca frotando el filo de muchas copas de agua, consiguiendo un sonido casi celestial. Nuestro viajero no les presta ni la más mínima atención, es más, cuando uno de los vendedores se le acerca para enseñarle una baratija, acelera el paso al tiempo que niega con la cabeza. Se estremece y se arrebuja aún más dentro del abrigo marrón, pareciera como si el hecho de cruzar el río le asfixiara.

Respira una vez llegado al final de lo que le ha debido parecer una dura travesía y comienza el ascenso por una de las interminables escalinatas que llevan al castillo, rodeado de tejados color naranja, que contrastan con el cielo gris. El camino es largo pero no se detiene y tampoco observa lo que hay a su alrededor, parece sumido en sus pensamientos.

Llega hasta una estrecha callejuela, donde las viviendas se apelotonan y podrías jurar que no cabe una más, y se detiene frente al número 22, una casa pintada de color azul claro. Abre la puerta y antes de entrar se percata de que hay una carta en su buzón. La coje con manos tembolorosas, no se sabe si de frío o de otra cosa, y le da la vuelta lentamente, para mirar le remitente. Al leerlo le da un vuelco el corazón.

Se precipita dentro de la diminuta casa, dando un portazo. Busca desesperadamente un abrecartas y al no encontrarlo coje el cuchillo con el que habitualmente come, pero debido a las prisas, se corta un dedo intentando rasgar el sobre. No le importa demasiado y saca el pedazo de papel del interior apresuradamente, dejando huellas de sangre en la mesa, en el sobre y en la carta. La nota es breve, pero concisa:

"Querido Franz:

He intentado convencerme de que es posible, pero cada vez lo veo más díficil. Mi familia se niega a que me marche a Praga, la única esperanza que nos queda es que vengas tú aquí pero sé que no puedes prometerme nada. Por eso es mejor que cada uno siga con su vida, aunque creo que nunca podré olvidarte.

Siempre tuya, Felice."

El hombre, extremadamente pálido ahora, se sienta lentamente en su silla y mira fijamente al infinito, notando como muere una parte de su ser, mientras de su mano continúan cayendo gotas de sangre.


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Recupero este relato, que publiqué en mi fotolog hace exactamente un año (http://www1.fotolog.com/pictures_of_lia/20073746) debido a que marcó un antes y un después para mí.

Había dejado de escribir, después de pasarme la infancia diciendo a todo aquel que fuese lo suficientemente paciente como para aguantar mi parloteo que quería ser escritora y esa foto (tomada por mi misma desde la torre Petrin, en el monte del mismo nombre) volvió a inspirarme y me hizo sentir bien el hecho de que no escribía por que me lo pidiesen o me obligasen, si no siemplemente por que me gustaba. A partir de ahí he dejado mi pluma volar mucho más (o más bien he vuelto a dejar que remontara el vuelo), a veces con mejores resultados que otras, pero siempre cuando había algo que me lo pedía. Desde ese momento, mi fotolog empezó a convertirse el lugar donde dejar que los demás leyesen lo que escribía. Porque... ¿qué es un escritor sin lectores? Y a mí me habían vuelto las ganas de ser lo que soñaba ser en mi niñez.


Espero que os guste y comentéis y si no os gusta, también :)

2 comentarios:

Uno, trino y plural dijo...

Un día, cuando Caosmos sea conocido de aquí a Ganímedes este pequeño relato será incluído en una recopilación magnífica-tapa dura de cuero- con todos los escritos del Caosmos.

Felicidades preciosa fotografía y precioso relato.

Anónimo dijo...

Me ha robado un ratito de sueño, pero el placer compensa ampliamente. Un gustazo de entrada.

Caosmeando

ecoestadistica.com