domingo, 21 de diciembre de 2008

Las once mil vergas (XXXVI)

Después de la ejecución sumaria del espía Egon Muller y de la prostituta japonesa Kilyemu, el príncipe Vibescu se había convertido en un personaje muy popular en Port-Arthur.
Un día, el general Stoessel le hizo llamar y le entregó un pliego diciendo:
–Príncipe Vibescu, aunque no seáis ruso, no por eso dejáis de ser uno de los mejores oficiales de la plaza... Esperamos la llegada de socorros, pero es preciso que el general Kuro-patkin se dé prisa... Si tarda mucho, tendremos que capitular... Esos perros japoneses acechan y un día su fanatismo acabará con nuestra resistencia. Debéis atravesar las líneas japonesas y entregar este despacho al generalísimo.

Prepararon un globo. Durante ocho días, Mony y Cornaboeux se entrenaron en el manejo del aerostato que fue hinchado una bella mañana.
Los dos pasajeros subieron a la barquilla, pronunciaron el tradicional:
“¡Soltadlo!” y pronto, habiendo alcanzado la región de las nubes, ya no divisaron la tierra más que como algo muy pequeño, y el campo de batalla se divisaba netamente con los ejércitos, las escuadras en el mar, y una cerilla que rascaban para encender su cigarrillo dejaba un reguero más luminoso que los obuses de los cañones gigantes de los que se servían los beligerantes.
Una fuerte brisa impulsó al globo en la dirección de los ejércitos rusos y, en varios días, aterrizaron y fueron recibidos por un fornido oficial que les dio la bienvenida. Era Fedor, el hombre con tres testículos, el antiguo amante de Héléne Verdier, la hermana de Culculine d'Ancóne.
–Teniente –le dijo el príncipe Vibescu al saltar de la barquilla–, sois muy amable y la recepción que nos hacéis nos consuela de muchas fatigas. Dejadme pediros perdón por haberos puesto cuernos en San Petersburgo con vuestra amante Héléne, la institutriz francesa de la hija del general Kokodryoff.

–Habéis hecho bien –contestó Fedor–,
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figuraos que aquí he encontrado a su hermana Culculine; es una estupenda muchacha que hace de cantinera en un bar de señoritas que frecuentan nuestros oficiales. Abandonó París para conseguir una fuerte suma en Extremo Oriente. Aquí gana mucho dinero, pues los oficiales jaranean como corresponde a personas a las que queda poco tiempo de vida, y su amiga Alexine Mangetout está con ella.

–¿Cómo? –exclamó Mony–. ¡Culculine y Alexine están aquí!... Conducidme deprisa ante el general Kuropatkin, debo cumplir mi misión ante todo... Inmediatamente después me llevaréis a la cantina...

El general Kuropatkin recibió amablemente a Mony en su palacio. Era un vagón bastante bien acondicionado.

El generalísimo leyó el mensaje, luego dijo:

“Haremos todo lo posible para liberar Port-Arthur. Mientras tanto, Príncipe Vibescu, os nombro caballero de San Jorge...”

Una media hora después, el recién condecorado se hallaba en la cantina El Cosaco Dormido en compañía de Fedor y de Cornaboeux. Dos mujeres se apresuraron a atenderles. Eran Culculine y Alexine, completamente encantadoras. Estaban vestidas de soldado ruso y llevaban un delantal de encajes delante de sus anchos pantalones aprisionados en las botas; sus culos y sus pechos sobresalían agradablemente y abombaban el uniforme. Una gorrita colocada de través sobre su cabellera completaba lo que este ridículo atavío militar tenía de excitante. Tenían el aspecto de menudas comparsas de opereta.
“ ¡Mira, Mony!”, exclamó Culculine. El príncipe besó a las dos mujeres y les preguntó por sus aventuras.

–Ahí va –dijo Culculine– pero tú también nos contarás lo que te ha sucedido.

Después de la noche fatal en que los asaltantes nos dejaron medio muertos junto al cadáver de uno de ellos al que yo había cortado el miembro con mis dientes en un instante de goce loco, me desperté rodeada de médicos. Me habían encontrado con un cuchillo plantado en mis nalgas. Alexine fue cuidada en su casa y no tuvimos ninguna noticia tuya. Pero nos enteramos, cuando pudimos salir, que habías vuelto a Servia. El suceso había causado un enorme escándalo, a su retorno mi explorador me dejó y el senador de Alexine no quiso mantenerla más.

Nuestra estrella empezaba a declinar en París. Estalló la guerra entre Rusia y Japón. El chulo de mis amigas organizaba una expedición de mujeres para servir en las cantinas bur-deles que acompañan al ejército ruso; nos contrataron y aquí nos tienes.

A continuación Mony contó lo que le había sucedido, omitiendo lo que había pasado en el Orient-Express. Presentó a Cornaboeux a las dos mujeres sentadas, pero sin decir que era el desvalijador que había plantado su cuchillo en las nalgas de Culculine.

Todos estos relatos ocasionaron un gran consumo de bebidas; la sala se había llenado de oficiales con gorra que cantaban a voz en grito mientras acariciaban a las camareras.

–Salgamos –dijo Mony.

Culculine y Alexine les siguieron y los cinco militares salieron de los atrincheramientos y se dirigieron hacia la tienda de Fedor.

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