domingo, 19 de octubre de 2008

Las once mil vergas (XXIV)

Mariette cloqueaba como una gallina y vacilaba como un tordo en las viñas. Mony había pasado los brazos a su alrededor y le aplastaba los pechos. Admiró la belleza de Estelle cuya tiesa cabellera revelaba la mano de un hábil peluquero. Era la mujer moderna en toda la acepción de la palabra: ondulados cabellos aguantados por peinetas de concha cuyo color combinaba perfectamente con la sabia decoloración de la cabellera. Su cuerpo era de una encantadora belleza. Su culo era vigoroso y provocativamente respingón. Su rostro maquillado con habilidad le daba el aspecto picante de una prostituta de lujo. Sus pechos eran un poco caídos, pero esto le sentaba muy bien; eran pequeños, menudos y en forma de pera. Al manosearlos, se notaban suaves y sedosos, tenían el tacto de las ubres de una cabra lechera y, cuando se giraba, brincaban como un pañuelo de batista arrugado como una bola al que se hiciera saltar en la palma de la mano.
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En el pubis, no tenía más que un pequeño mechón de pelos sedosos. Se echó encima de la litera y, haciendo una cabriola, colocó sus largos y vigorosos muslos alrededor del cuello de Mariette que, al tener el conejo de su señora ante la boca, empezó a sorberlo con glotonería, hundiendo la nariz entre las nalgas, en el ojo del culo. Estelle ya había introducido su lengua en el coño de la doncella y chupaba a la vez el interior de un coño inflamado y la enorme verga de Mony que se meneaba ardorosamente en sú interior. Cornaboeux gozaba beatíficamente de este espectáculo. Su gruesa verga que ardía en el peludo culo del príncipe, iba y venía lentamente. Dejó escapar dos o tres buenos pedos que apestaron la atmósfera aumentando los goces del príncipe y de las dos mujeres. De golpe, Estelle empezó a gemir aterradoramente; su culo comenzó a bailar ante la nariz de Mariette cuyos cloqueos y culadas se hicieron más fuertes. Estelle lanzaba sus piernas enfundadas en seda negra y calzadas con zapatos de tacón Luis XV a derecha e izquierda. Agitándose de este modo, dio un golpe terrible a la nariz de Cornaboeux, que quedó aturdido y empezó a sangrar copiosamente. “¡Puta!” aulló Cornaboeux y, para vengarse, pellizcó violentamente el culo de Mony. Este, enfurecido, pegó un terrible mordisco en el hombro de Mariette que descargó berreando. Bajo el efecto del dolor, plantó sus dientes en el coño de su señora que apretó histéricamente los muslos alrededor de su cuello.
–¡Me ahogo! –articuló Mariette con dificultad.

Pero nadie la escuchó. El abrazo de los muslos se hizo más fuerte. El rostro de Mariette se tornó morado, su boca llena de espuma permanecía pegada al coño de la actriz.

Mony, aullando, descargaba en un coño inerte. Cornaboeux, los ojos fuera de sus órbitas, lanzaba su semen en el culo de Mony exclamando con voz exangüe:

–¡Si no quedas encinta, no eres hombre!

Los cuatro personajes se habían derrumbado. Tendida en la litera, Estelle rechinaba los dientes y pegaba puñetazos en todas direcciones mientras pataleaba furiosamente. Cornaboeux meaba por la portezuela. Mony trataba de retirar su verga del coño de Mariette. Pero no había manera. El cuerpo de la doncella estaba completamente inmóvil.

–Déjame salir –le decía Mony, y la acariciaba, luego la pellizcó en los muslos, la mordió, pero no hubo nada que hacer.

–¡Ven a separarle los muslos, se ha desmayado! –dijo Mony a Cornaboeux.

Con grandes dificultades Mony consiguió sacar su miembro del coño que se había estrechado terriblemente. Enseguida trataron de hacer volver en sí a Mariette, pero no hubo nada que hacer.

–¡Mierda!, ¡ha estirado la pata!–dijo Cornaboeux.

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