Mony Vibescu era de una familia muy rica. Su bisabuelo había sido hospodar, que en Francia equivale al título de subprefecto. Pero esta dignidad se había transmitido nominativamente a la familia, y tanto el abuelo como el padre de Mony habían ostentado el título de hospodar. Del mismo modo Mony Vibescu tuvo que llevar ese título en honor de su abuelo.
Pero él había leído suficientes novelas francesas como para saber mofarse de los subprefectos:
“Veamos –decía-– ¿no es ridículo irse a llamar subprefecto porque tu abuelo lo ha sido? ¡Es simplemente grotesco!”. Y para ser menos grotesco había reemplazado el título de hospodar-subprefecto por el de príncipe.
“Este –exclamaba– es un título que puede transmitirse por herencia. Hospodar, es una función administrativa, pero es justo que los que se han distinguido en la administración tengan el derecho de llevar un título. En el fondo, soy un antepasado.
Mis hijos y mis nietos sabrán agradecérmelo”.
El príncipe Vibescu estaba muy relacionado con el vicecónsul de Servia: Bandi Fornoski que, según se decía en la ciudad, enculaba de muy buena gana al encantador Mony.
Un día el príncipe se vistió correctamente y se dirigió hacia el viceconsulado de Servia. En la calle, todos le miraban, y las mujeres lo hacían de hito en hito pensando: “ ¡Qué aspecto parisino tiene!”.
En efecto, el príncipe Vibescu andaba como se cree en Bucarest que andan los parisinos, es decir con pasos cortos y apresurados y removiendo el culo. ¡Es encantador! Y en Budapest cuando un hombre anda así no hay mujer que se le resista, aunque sea la esposa del primer ministro.
miércoles, 17 de septiembre de 2008
Las once mil vergas (II)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
Ahora mismo
Y la primera parte??
De quién es esto??
La primera parte es una entrada que se titula Once. Esto es de Guillaume Apollinaire.
Publicar un comentario