miércoles, 9 de enero de 2008

Air Madrid, un año después (VI)

El éxito de la manifestación en el aeropuerto de Ezeiza nos mostró que la vía más fructífera podía ser presionar a la compañía que se hizo cargo de los damnificados: Air Comet, es decir, Aerolíneas Argentinas. Su oferta, como he dicho, era viajar por 200 euros a Madrid como único destino y sólo para los pasajeros de nacionalidad española (muchos argentinos tienen la doble nacionalidad por su ascendencia, pero no todos, claro).
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De esta manera, en cualquier momento podía pagar el billete y regresar a España, pero seguía sin estar de acuerdo. No quería tener ningún gasto añadido de 200 euros cuando ya había comprado el billete y, sobre todo, no quería abandonar a N. (la coordinadora que se hizo cargo del grupo cuando renunció F.), ni a los 30, 40 damnificados que habían estado en todas las reuniones y todas las manifestaciones ni a los que a la distancia animaban cuanto podían a no rendirse. El resto del grupo lo tenía sólo en cuenta para darle la información del tema, pero no esperaba nada más, no sentía que a ellos los representara si no daban muestra alguna de apoyo, crítica o repulsa. Si no fuera por el ánimo de los habituales me habría olvidado del tema desde hacía tiempo. En fin, las siguientes manifestaciones las dirigimos a la oficina central de Aerolíneas Argentinas, en la peatonal contigua a la calle Florida.Fueron dos las manifestaciones que hicimos allí, no fue necesaria ninguna más. Ante la puerta de la oficina hicimos mucho ruido, sobre todo gracias al altavoz de la incansable P., uno de los miembros más decididos y más atrevidos. Mediante sus consignas llamamos la atención lo suficiente para agotar enseguida todos los folletos informativos que repartíamos entre los curiosos y el ruido determinó que las puertas de la oficina se cerrasen antes de su horario habitual. Además, también contamos con la ayuda de miembros del grupo de La Plata, que viajaron a Buenos Aires expresamente para las manifestaciones. En la repartición de los folletos nos ayudaron unos niños que en un principio creí hijos de los miembros del grupo. Mirá todos los que metimos debajo de la puerta, me dijo uno, y entonces me di cuenta de que en realidad eran hijos de unos cartoneros que estaban descansando al lado de la oficina. Para ese mal no había manifestación que valiese (los cartoneros, antiguos miembros de la clase media, se pasean dóciles por las calles reuniendo papeles y cartones que les comprará una fábrica al final del día).Entonces llegó el mayor éxito que tuvimos: nuestros abogados hablaron con representantes de Aerolíneas que decidieron acudir al ver que la manifestación se repetía, y acordaron otorgar a todos los damnificados un billete por 200 euros con plazo hasta finales de junio; es decir, en las mismas condiciones que tenían los españoles. Los abogados aconsejaron que aceptáramos ese trato porque era imposible lograr otro mejor. Y eso fue lo que hicimos. A partir de entonces acabaron las acciones activistas y nos dedicamos a reservar nuestro billete, pues tan enorme era la demanda que no pude lograrlo hasta la primera semana de junio.Aún así no habían terminado todas las medidas de presión. A las cartas a Zapatero y a Kirchner (que no obtuvieron respuesta) les sumamos otra a la Cancillería (el Ministerio de Asuntos Exteriores argentino), ya que había accedido a recibirnos. Yo no estuve en esa reunión (es decir, estuve pero no participé en la reunión ya que no soy argentino); en cambio, sí que asistí a la entrevista con el subsecretario del embajador de España. El resultado en ambos casos fue previsiblemente el mismo: harían cuanto pudieran, que bien poco podía ser, ya que no nos sirvió de nada. De todos modos poco quedaba por hacer. No haríamos más manifestaciones ni más reuniones. Las actividades del grupo habían terminado.

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