El hecho es que mover materia de un lado a otro, aunque en cierta medida
es necesario para nuestra existencia,no es, bajo ningún concepto, uno de
los fines de la vida humana. Si lo fuera, tendríamos que considerar a
cualquier bracero superior a Shakespeare. Hemos sido llevados a conclusiones
erradas en esta cuestión por dos causas. Una es la necesidad de tener contentos
a los pobres, que ha impulsado a los ricos, durante miles de años, a predicar
la dignidad del trabajo, aunque teniendo buen cuidado de mantenerse
indignos a este respecto. La otra es el nuevo placer del mecanismo, que nos
hace deleitarnos en los cambios asombrosamente inteligentes que podemos
producir en la superficie de la tierra. Ninguno de esos motivos tiene gran
atractivo para el que de verdad trabaja.
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Si le preguntáis cuál es la que considera
la mejor parte de su vida, no es probable que os responda: «Me agrada el
trabajo físico porque me hace sentir que estoy dando cumplimiento a la más
noble de las tareas del hombre y porque me gusta pensar en lo mucho que el
hombre puede transformar su planeta. Es cierto que mi cuerpo exige períodos
de descanso, que tengo que pasar lo mejor posible, pero nunca soy tan feliz
como cuando llega la mañana y puedo volver a la labor de la que procede mi
contento». Nunca he oído decir estas cosas a los trabajadores.
Consideran el trabajo como debe ser considerado, como un medio necesario
para ganarse el sustento, y, sea cual fuere la felicidad que puedan disfrutar,
la obtienen en sus horas de ocio.
Podrá decirse que, en tanto que un poco de ocio es
agradable, los hombres no sabrían cómo llenar sus días si
solamente trabajaran cuatro horas de las veinticuatro. En
la medida en que ello es cierto en el mundo moderno, es
una condena de nuestra civilización; no hubiese sido
cierto en ningún período anterior. Antes había una ca-
pacidad para la alegría y los juegos que hasta cierto punto
ha sido inhibida por el culto a la eficiencia. El hombre
moderno piensa que todo debería hacerse por alguna ra-
zón determinada, y nunca por sí mismo. Las personas se-
rias, por ejemplo, critican continuamente el hábito de ir
al cine, y nos dicen que induce a los jóvenes al delito. Pero
todo el trabajo necesario para construir un cine es res-
petable, porque es trabajo y porque produce beneficios
económicos. La noción de que las actividades deseables
son aquellas que producen beneficio económico lo ha
puesto todo patas arriba. El carnicero que os provee de
carne y el panadero que os provee de pan son merecedores
de elogio, porque están ganando dinero; pero cuando vo-
sotros disfrutáis del alimento que ellos os han suminis-
trado, no sois más que unos frívolos, a menos que comáis
tan sólo para obtener energías para vuestro trabajo. En
un sentido amplio, se sostiene que ganar dinero es bueno
y gastarlo es malo. Teniendo en cuenta que son dos as-
pectos de una misma transacción, esto es absurdo; del
mismo modo podríamos sostener que las llaves son bue-
nas, pero que los ojos de las cerraduras son malos. Cual-
quiera que sea el mérito que pueda haber en la producción
de bienes, debe derivarse enteramente de la ventaja que
se obtenga consumiéndolos. El individuo, en nuestra so-
ciedad' trabaja por un beneficio, pero el propósito social
de su trabajo radica en el consumo de lo que él produce.
domingo, 9 de diciembre de 2007
Que trabajen ellos (6)
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