jueves, 20 de diciembre de 2007

El arpista y el mar

El mar torna en gemidos las palabras.
En los cantiles de Moher
las olas como cantos abolidos
resumen la memoria de los días
a un agitar confuso entre el frío y el cuerpo.
Parecen comprender los alcatraces
que las corrientes nunca
cesarán de buscar el modo
de fluir el alma arriba,
de tender el abrazo de las algas
por los pulmones hasta el sueño
profundo de los hechos abisales.

Nada más hay.
Y para qué
si la existencia poco más previene
de sí, de su alianza con la sombra.
Desprecian las mareas
nuestra existencia menor hasta
extinguirla entre el ruido
de su furiosa hondura sin sentido.

En los acantilados
se escuchan chocar solamente contra las rocas
los migratorios llantos de ballenas
que con sus colas baten
la vastedad silente del océano.
Y el rasgueo de un arpa
en triste tentativa de lo hermoso,
aquí donde se ahogan los violines,
las trompas del crepúsculo perecen.
Cuerda a cuerda el arpista tensa el tiempo,
lanza al abismo la avidez azul
de las notas en fuga.
La inmensidad nos lleva.

Juan José Castro Martin ( Deriva de las Islas )




Caminaba tranquilo por las piedras mojadas de la orilla, despejándome tras una noche demasiado cargada. Buscando los peñones a lo lejos, divisé antes, en la otra punta de la playa, un objeto que era atrapado una y otra vez por las olas. Me fui acercando, y me sorprendí al ver un coche. Un coche ! El temor se apoderó de mí instantes antes de comprender que era mi coche, el mismo que dos meses antes había desaparecido bajo la tormenta.
Sería su coche ? Quién sabe, posiblemente no. Pero el caso es que desde que pasé por primera vez por el escenario del crimen hasta que volví con la cámara de fotos pasaron unos 15 minutos, y el mismo hombre seguía pasmado junto a él.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gran entrada. Fascinantes el poema, la foto y el pie de foto.

Uno, trino y plural dijo...

Las fotos son buenísimas, a la altura del poema.

Caosmeando

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