lunes, 26 de noviembre de 2007

Prometeo III

¡Titán! En cuyos ojos inmortales

los sufrimientos de la mortalidad,
en su triste realidad no fueron
despreciables a los dioses;
¿cuál fue la recompensa a tu piedad?
un sufrimiento silencioso, intenso;
la roca, el buitre y la cadena,
todo el dolor que el orgulloso sienta,
la agonía que no muestra,
la sofocante aflicción,
que no habla más que en soledad,
y luego siente celos de que el cielo
tenga quien lo escuche, y no suspirará
hasta que su voz quede sin eco.

¡Titán! En ti combaten
sufrimiento y voluntad,
que al no poder matar torturan.
Tu delito fue la bondad,
de atemperar con tus preceptos
la suma del dolor humano,
y fortalecer al Hombre con su propia mente;
aunque impedido como fuiste desde lo alto,
de tu energía paciente, sin embargo,
tu resistencia y rebeldía
de tu impenetrable Espíritu
que ni la Tierra ni el Cielo podrían doblegar,
una poderosa lección heredamos.

Eres para los mortales símbolo y señal
de su destino y de su fuerza;
el Hombre es en parte divino, como tú,
una corriente que fluye de una fuente pura;
y puede entrever anticipadamente
su propio fúnebre destino,
su miseria, su resistencia,
su triste existencia solitaria;
a todo esto el Espíritu se opone;
una férrea voluntad,
un sentido profundo,
que incluso en la tortura
divisa su propia recompensa concentrada,
triunfante donde se atreve el desafío,
haciendo de la Muerte una Victoria.

Prometeo, poema de Lord Byron 1816

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Caosmeando

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