Se percibe una sensación general de deliciosa paz y comodidad, con una elevación y expansión de toda naturaleza moral e intelectual. No hay la misma excitación incontratable que se observa con el alcohol, sino una exaltación de nuestras mejores cualidades mentales, un aura más cálida de benevolencia, una disposición a hacer grandes cosas pero noble y benévolamente, un espíritu más devoto y una mayor confianza en uno mismo, junto con una conciencia de poder. Y esta conciencia no se equivoca del todo, porque las facultades imaginativas e intelectuales son elevadas hasta el punto más alto compatible con la capacidad individual. Al cabo de algún tiempo, esta exaltación se hunde en una serenidad corporal y mental, apenas menos deliciosa que la exaltación previa, y termina en sueño al poco.
Testimonio afirmado en 1886 por G. Wood, titular de farmacología clínica en la Universidad de Pennsilvania y presidente de la American Philosophical Society.
miércoles, 21 de noviembre de 2007
Opium II
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