domingo, 25 de noviembre de 2007

Cuando el mundo era nuestro

Ahora sé que la última vez no cerré la ventana del alma y esta brisa que me azota y estremece ha llegado, libre de trabas, hasta el rincón más lejano de los sueños escondidos. En su camino amasa polvaredas de emociones y quebranta la armonía del caos en el que hierven las imágenes del pasado.
Me he despertado en medio de las “cuatro esquinas”, equidistante de Angel “el moreno”, Pepe Sesarino y Dólar, su perro, la barbería de Anselmo y la farmacia de los Zamora, atornillado al suelo y etéreo, casi fantasmal. Siento que a mi través circulan los vivos y en las esquinas veo colgada una cartelera de cine, un escaparate de todo, la pared azufrada que ahuyenta los orines, una serpiente enroscada en el cáliz de las pócimas… y los veo como el que ve a los muertos: quietos y ajados, dispuestos para reposar en la mazmorra del olvido, aunque hieráticos porque saben que un día fueron esquina poderosa, tanto que nadie en Siles osa romper la geometría de ese cuadrado.
Decía que la vida me traspasaba en su camino hacia el “casino” o “teléfonos” pues por esa encrucijada transcurren los que aman, los que odian, a los que nada importa e incluso los que nunca pasan. Está situada en el centro del mundo, a un tiro de piedra del cielo, dispuesta para que unos mocosos la pateen corriendo delante de un podenco llamado Bubu, con manchas marrones, baboso y que ladra alegre mientras persigue mocos, risas, sudor y la felicidad que surge de la perpetua aventura.
Hasta los nombres de los que moran en las esquinas se tornan solemnes, mágicos, inspirados por una neblina litúrgica: Arabella, Dionisio, Julio César... las mil y una noches, la Grecia clásica y la Roma imperial en el mismo lugar, en el mismo tiempo en el que las bestias regresan de los huertos de “San Roque” en dirección al “carrascal”, a su establo inodoro pues en los recuerdos de hoy no hay sitio para impurezas.
Tres pasos al este, entre lo prepúber y la adolescencia en bruto, está la habitación del pecado, la guarida donde se inflaman las hormonas y estalla la inquietud; colgado de la pared un espectro del Che se erige en garante de la inconformidad y la melodía mediterránea de Serrat endulza el aire que se respira. Desconozco cuánto queda en mí de aquello, pero los instintos con los que aún convivo despuntaron durante esos días.
El sur converge en la oficina de Correos, el norte espera junto al muro, en la cima de la cuesta de los caídos, y el oeste conduce a El Paseo, todos destinos con enjundia y todos unidos a las cuatro esquinas por un vector que parte de la noche y finaliza en mis sueños...
El sonido del viento en los cristales me ha desvelado, pero aún percibo la silueta de los que pueblan ese trocito de Siles...
¡Qué demonios, Nueva York tiene su Time Square, pero mi pueblo tiene las cuatro esquinas!. jota

1 comentarios:

Uno, trino y plural dijo...

Qué bonita descripción de Siles construida por tus propios recuerdos, vivencias y sensaciones :) Me ha encantado.

Caosmeando

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