Movimiento social de los pueblos de la América Meridional.
III
Tres peligros, sin embargo, amenazan aún la vida nacional de nuestras repúblicas americanas: una invasión de los Estados Unidos, el contagio moral de la Europa agitada en su conciencia y la influencia sofocante del catolicismo. Estos tres peligros conspiran contra un solo objeto. La muerte de nuestras jóvenes nacionalidades.
La invasión de los Estados Unidos es la absorción, el anonadamiento de ese espíritu divino que se revela en todos los tipos de naciones como las que pueblan la América del Sur. El ejemplo de la Europa es la destrucción de las antítesis y de las diferencias naturales del derecho individual y de la personalidad humana, por el culto del suceso, por la prostitución de las nacionalidades, por la traición, es decir, por la idolatría de la fuerza. El catolicismo es la guerra, una guerra implacable hecha al espíritu que emana de los pueblos.
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Veis al zapador americano que extiende sus líneas de ataque y envuelve lentamente al Nuevo Mundo, tocando a la vez los dos océanos y mirando con desprecio al Asia y a la Europa que se adelanta con fiereza hacia el sur, devora a México y establece sus avanzadas en Panamá, esta Constantinopla futura de la América. Véis ese nuevo titán, como un genio desencadenado del planeta, apoderándose de los bosques, de las costas, del curso y de la embocadura de los ríos, cruzando las montañas; y ya sea aislado, sea en grupos, fuerte en su doble iniciativa individual y social, reunir las provincias, y aglomerar los Estados cual las piedras de un vasto monumento cíclope. ¡Contempladle en su ardor infatigable! Él absorbe el tiempo, devora la vida, sacrifica sin pesar las existencias y a través de todos los obstáculos que se levantan en su camino, llama a la vida todo un mundo con el grito heroico del trabajo: Go ahead! go ahead! Es la fiebre juvenil de un mundo nuevo, es el entusiasmo en el análisis; es la unidad en el seno de la más libre federación, una centralización moral poderosa a pesar de la multiplicidad de las castas, de los climas y de las razas, el cosmopolitismo cosaco, el servilismo ruso con sus sesenta millones de autómatas al lado del pandemonio americano y del infatigable martillo que resuena en la fragua del indomable yanqui. ¿Qué son las formas huecas e infecundas del pálido cielo de Alemania comparados con el espíritu práctico, con el genio libre e independiente del protestantismo americano? Mientras que el Viejo Mundo pálido y trémulo no piensa sino en el equilibrio de sus errores, el coloso yanqui se une a la China y al Japón, absorbe el norte de la América y responde al vano grito del bombardeo de Sebastopol por su admirable ``go ahead!'' Que derriba las fortalezas, atraviesa los ríos y los océanos y va a saludar las estrellas en el fondo de las soledades que puebla bajo sus pasos. No es la palabra tranquila y majestuosa de Atenas, no es la barbarie legal de la fiera Roma, es una especie de estoicismo eléctrico que aspira a la dominación del mundo; es el movimiento perpetuo, es un Saturno rejuvenecido que devora a la vez el tiempo y el espacio.
Es allí donde está uno de los peligros para la América del Sur. Existe otro para ella, y para sus pueblos, en el ejemplo de la Europa, que si llegara a seguirlo, la arrastraría a la más triste de las abyecciones morales. Todos los progresos de la Europa están reasumidos en la Revolución Francesa, que ha sido su expresión más poderosa, su más brillante manifestación.
Pero la revolución una vez vencida, todo ese mundo europeo, herido de vértigo, sin fe en el pasado, sin fe en el porvenir, sin fe en sí mismo, centro y hogar de todas las contradicciones, no es más que una especie de cráter que se divierte en vomitar todas las escorias de la historia.
Hace revivir los ídolos del pasado, y ese genio tan justamente orgulloso de sus conquistas científicas, se prosterna ante el suceso.
Para ella no es bastante la vergüenza de sus actos: pretende doctrinar la conciencia para detener el remordimiento e inclinar ante sus nuevos ídolos la nobleza del pensamiento.
El espectáculo de la Europa es una amenaza para nuestro porvenir. Todo lo que hay de bello y de bueno en ella, es la protesta contra la iniquidad triunfante. La moralidad y la esperanza del Viejo Mundo, no existe sino en los oprimidos.
Llego al catolicismo. ¿Qué ha sido, y qué es entre nosotros? En la época de la conquista nuestras antiguas naciones americanas eran exterminadas por medio del hierro y del fuego en nombre del catolicismo. Durante las luchas de la independencia nuestros padres fueron llamados, por el catolicismo, herejes. Después de la independencia, ¿quién ha mantenido en la servidumbre, este mundo emancipado? El catolicismo. ¿Quién se ha impuesto en nuestra organización política como única y exclusiva religión del Estado, proscribiendo la libertad de conciencia, impidiendo la inmigración, derrochando nuestras rentas, agobiando al pobre de diezmos, censos y contribuciones en todos los actos esenciales de la vida? El catolicismo.
¿Cuál es el adversario más terrible que encuentra toda reforma, todo progreso, hasta el de los caminos de hierro? El catolicismo. ¿Quién subleva los instintos bárbaros y groseros de la multitud, contra el pensamiento libre y los gobiernos reformadores? El catolicismo. ¿Quién es el enemigo de la razón, de la personalidad, de la soberanía, de la nacionalidad en fin, sino esa doctrina que pretende nivelar el mundo y confundir los pueblos en el cosmopolitismo de un servilismo universal?
lunes, 22 de junio de 2009
Francisco Bilbao
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