–Veremos –dijo la dama– mientras esperamos y ya que usted se ha presentado, voy a presentarme yo también... Estelle Romange...
–¿La gran actriz del Frangaisi? –preguntó Mony.
La dama asintió con la cabeza.
Mony, loco de alegría, exclamó:
–Estelle, hubiera debido reconocerla. Soy un apasionado admirador suyo desde hace mucho tiempo. ¿No habré pasado tardes enteras en el Théátre Franjáis, admirándola en sus papeles de enamorada? Y para calmar mi excitación, al no poder masturbarme en público, me hurgaba la nariz con los dedos, sacaba un moco consistente y me lo comía. ¡Estaba tan bueno! ¡Estaba tan bueno!
–Mariette, ve a comer con tu prometido –dijo Estelle–. Príncipe, coma conmigo.
Sentados el uno frente al otro, el príncipe y la actriz se miraron amorosamente:
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–¿Dónde va usted? –le preguntó Mony. –A Viena, para actuar ante el Emperador. –¿Y el decreto de Moscú? –El decreto de Moscú me importa un pimiento; voy a enviar mi dimisión a Claretie... Me están marginando... Me hacen representar embolados... me rehusan el papel de Eoraká en la nueva obra de nuestro Mounet-Sully... Me voy... Nadie ahogará mi talento.
–Recíteme algo... unos versos –le pidió Mony.
Mientras cambiaban los platos, ella le recitó L'Invitation au Voyage. Mientras se desarrollaba el admirable poema en el que Baudelaire ha puesto un poco de su tristeza amorosa, de su nostalgia apasionada, Mony sintió que los piececitos de la actriz subían a lo largo de sus piernas: bajo el gabán alcanzaron el miembro de Mony que pendía tristemente fuera de la bragueta. Allí, los pies se pararon y, tomando delicadamente el miembro entre ellos, comenzaron un movimiento de vaivén bastante curioso. Súbitamente endurecido, el miembro del joven se dejó acariciar por los delicados zapatos de Estelle Romange. Pronto, empezó a gozar e improvisó este soneto, que recitó a la actriz cuyo trabajo pedestre no cesó hasta el último verso:
Tus manos introducirán mi bello miembro asnil
En el sagrado burdel abierto entre tus muslos
Y quiero confesarlo, a pesar de Avinain,
¡Qué me importa tu amor con tal que alcances gozo!
Mi boca a tus pechos blancos como petits suisses
Hará el abyecto honor de chupadas sin veneno
De mi verga masculina en tu coño femenino
El esperma caerá como el oro en los moldes
¡Oh, mi tierna puta! tus nalgas han vencido
De todos los frutos pulposos el sabroso misterio,
La humilde rotundidad sin sexo de la tierra,
La luna, cada mes, tan orgulloso de su culo
Y de tus ojos surge aunque les veles
Esta obscura claridad que de las estrellas cae.
Y como el miembro había llegado al límite de la excitación, Estelle bajó los pies diciendo:
–Mi príncipe, no lo hagamos escupir en el vagón-restaurante; ¿qué pensarían de nosotros?... Déjeme agradecerle el homenaje rendido a Corneille en la punta de su soneto. Aunque esté a punto de abandonar la Comedie Frangaise, todo lo que afecta a la Casa forma parte constantemente de mis preocupaciones.
martes, 14 de octubre de 2008
Las once mil vergas (XXII)
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