domingo, 18 de mayo de 2008

Suerte en literatura

A menudo caigo en la evidencia de que en la literatura, como en otros aspectos de la vida, hay que tener suerte. Pongamos por caso que si la voluntad de Kafka hubiese sido cumplida al pie de la letra por Max Brod sólo se habrían salvado del olvido unas pocas obras: algún cuento como “El fogonero”, alguna novela más o menos completa como La metamorfosis y poco más. Ya se sabe que en vida Kafka tuvo un cierto éxito, pero insuficiente como para que hubiera recibido el reconocimiento que tiene hoy. Y muchos otros casos (Irène Nemirovsky, John Kennedy Toole…) de escritores rescatados por el pertinaz cariño de quien insistió en que alguien más fijara su atención en unas trabajosas palabras.
Pongamos un caso hipotético. El célebre Miguel de Cervantes halló por casualidad en el mercado de Argelia los papeles cuyo autor no tuvo la suerte de ser distinguido. Cervantes, que sí conocía a ese autor, envidió esa obra de tal manera que deseó haberla escrito. Años atrás había publicado La Galatea, una novela pastoril discreta, inferior a La Diana de Jorge de Montemayor, y su fama no podía rivalizar con la de Joanot Martorell (Tirant lo Blanc) o la de Garci Rodríguez de Montalvo (Amadís de Gaula), aunque fueran del siglo anterior, ni podría resistir el envite de Lope de Vega y de Francisco de Quevedo que, aunque jóvenes, ya circulan sus versos de mano en mano. De este modo Cervantes ve que podría aprovecharse de esa obra que ha llegado a sus manos y atribuírsela, algo no muy difícil de lograr, ya que en esa época los derechos de autor no existían ni de oídas. El autor firmaba la obra y listo, era suya. El resto ya puede imaginarse: el Quijote es un éxito y se traduce de inmediato a otras lenguas. Pero otros pueden apropiarse de su idea, como ha hecho él mismo, así que Cervantes decide escribir una segunda parte para seguir explotando el filón y, de paso, asegurarse que nadie se lo arrebatará.
La idea es una invención, un mero ejemplo. Sin embargo, en la revista Clarín un literato de cuyo nombre no puedo acordarme escribió un artículo en el que afirmaba que el verdadero autor del Quijote es Avellaneda, el que ha figurado como el apócrifo, y que la historia fue contada por el propio Avellaneda a Cervantes, quien no tuvo escrúpulos de apropiársela y de incluso ridiculizar a su confidente en la novela, de tal manera que no pudiera reclamar nada. Claro, a estas alturas quién va a reclamar algo. Ahora ya da igual quién tuviera razón: Miguel de Cervantes Saavedra escribió el Quijote. Y eso es todo. Si alguien (y con toda seguridad fueron muchos) creó alguna obra memorable en el siglo VI a.C. o ayer mismo, se habría perdido irremediablemente porque nadie más acertó a descubrirla.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay que tener ciertas dosis de suerte para "triunfar" en todos los campos. Por ejemplo, puedes ser bueno de pequeño jugando al basket y tener una gran capacidad de progresión, pero si no apuestan por ti o incluso ningún "ojeador" de un equipo que trabaje bien la cantera te ve, acabarás estancandote sin dar el máximo que podías haber dado. Y como este caso, miles de millones.
Cuanto genio desaprovechado.

Anónimo dijo...

Es verdad, estamos rodeados de ciegos que no ven lo que tienen delante por mucho que lo miren. Tanto desperdicio.

Anónimo dijo...

Si es que vemos todos los que somos y cuántos se conocen, seguro que nos estamos perdiendo a alguien que vale la pena.

Anónimo dijo...

También Borges y Paul Auster han fantaseado con la idea de que el Quijote no fuese obra de Cervantes.

Caosmeando

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