martes, 29 de enero de 2008

Jesús Menéndez (y 4)

Aquí está el final de la elegía de Nicolás Guillén:

Apriessa cantan los gallos
e quieren crebar albores

Poema del Cid

¡Qué dedos tiene, cuántas
uñas saliéndole del sueño! Brilla
duro fulgor sobre la hundida zona
del aire en que quisieron destruirle
la piel, la luz, los huesos, la garganta.

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¡Cómo le vemos, cómo habrá de vérsele
pasar aullando en medio de las cañas,
o bien quedar suspenso remolino
o bien bajar, subir,
o bien de mano en mano
rodar como una constante moneda,
o bien arder al filo de la calle
en demorada llamarada,
o bien tirar al río de los hombres,
al mar, a los estanques de los hombres
canciones como piedras,
que van haciendo círculos de música
vengadora, de música
puesta, llevada en hombros como un himno!
Su voz aquí nos acompaña y ciñe.
Estrujamos su voz
como una flor de insomnio
y suelta un zumo amargo,
suelta un olor mojado,

un agua de palabras puntiagudas
que encuentran en el viento

el camino del grito,
que encuentran en el grito

el camino del canto,

que encuentran en el canto

que encuentran en el fuego
el camino del alba,
que encuentran en el alba un gallo rojo,

de pólvora, un metálico

gallo desparramando el día con sus alas.

Venid, venid y en la alta
torre estaréis, campana y campanero;
estaremos, venid,
metal y hueso juntos que saludan
el fino, el esperado amanecer
de las raíces; el tremendo hallazgo
de una súbita estrella;
metal y huesos juntos que saludan

la paloma de vuelo popular
y verde ramo en el aire sin dueño;

el carro ya de espigas

lleno recién cortadas;

la presencia esencial


del acero y la rosa:

metal y huesos juntos que saludan

la procesión final, el ancho séquito

de la victoria.
Entonces llegará,
General de las Cañas, con su sable
hecho de un gran relámpago bruñido;

entonces llegará,
jinete en un caballo de agua y humo,
lenta sonrisa en el saludo lento,
entonces llegará para decir,
Jesús, para decir:
-Mirad, he aquí el azúcar ya sin lágrimas.
Para decir:
-He vuelto, no temáis.
Para decir:
-Fue largo el viaje y áspero el camino.

Creció un árbol con sangre de mi herida.
Canta desde él un pájaro a la vida.

La mañana se anuncia con un trino.

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