jueves, 6 de diciembre de 2007

Que trabajen ellos (4)

Consideremos por un momento francamente, sin superstición, la ética del
trabajo. Todo ser humano, necesariamente, consume en el curso de su vida
cierto volumen del producto del trabajo humano. Aceptando, cosa que
podemos hacer, que el trabajo es, en conjunto, desagradable, resulta injusto que un hombre consuma más de lo que produce. Por supuesto, puede prestar
algún servicio en lugar de producir artículos de consumo, como en el caso de un
médico,por ejemplo; pero algo ha de aportar a cambio de su manutención y
alojamiento. En esta medida, el deber de trabajar ha de ser admitido; pero
solamente en esta medida.
Seguir Leyendo...




No insistiré en el hecho de que, en todas las sociedades modernas, aparte de la URSS, mucha gente elude aun esta mínima cantidad de trabajo; por ejemplo,
todos aquellos que heredan dinero y todos aquellos que se casan por dinero. No
creo que el hecho de que se consienta a éstos permanecer ociosos sea casi tan perjudicial como el hecho de que se espere de los asalariados que trabajen en
exceso o que mueran de hambre.

Si el asalariado ordinario trabajase cuatro horas al día, alcanzaría para todos y no habría paro—dando por supuesta cierta muy moderada cantidad de
organización sensata—. Esta idea escandaliza a los ricos porque están convencidos de que el pobre no sabría cómo emplear tanto tiempo libre. En Norteamérica, los hombres suelen trabajar largas horas, aun cuando ya estén bien situados; estos hombres, naturalmente, se indignan ante la idea del
tiempo libre de los asalariados, excepto bajo la forma del inflexible castigo del paro; en realidad, les disgusta el ocio aun para sus hijos. Y, lo que es bastante extraño, mientras desean que sus hijos trabajen tanto que no les quede tiempo
para civilizarse, no les importa que sus mujeres y sus hijas no tengan ningún
trabajo en absoluto. La esnob admiración por la inutilidad, que en una
sociedad aristocrática abarca a los dos sexos, queda, en una plutocracia,
limitada a las mujeres; ello, sin embargo, no la pone en situación más
acorde con el sentido común.

El sabio empleo del tiempo libre—hemos de admitirlo—es un producto de la civilización y de la educación. Un hombre que ha trabajado largas horas
durante toda su vida se aburrirá si queda súbitamente ocioso. Pero sin una
cantidad considerable de tiempo libre, un hombre se ve privado de muchas de
las mejores cosas. Y ya no hay razón alguna para que el grueso de la gente haya
de sufrir tal privación; solamente un necio ascetismo, generalmente vicario, nos lleva a seguir insistiendo en trabajar en cantidades excesivas, ahora que ya no es necesario.

0 comentarios:

Caosmeando

ecoestadistica.com