IV
Una tarde... ya el sol desfallecía,
como herido impotente,
en los brazos oscuros
del enorme fantasma de Occidente,
cuando sintió temblar la dura roca
en que apoyó tres siglos la cabeza,
y oyó en los aires algo,
como un tropel de fieras
retozando del bosque en la maleza.
Inquieto y tembloroso,
interrogó a las nubes que rodaban
por el espacio mudo,
como gigantes témpanos de nieve
que desprende impaciente
el huracán sañudo.
Las nubes le dijeron
que el Olimpo crujía,
y que los viejos Dioses expiraban
en horrenda agonía.
Y la voz quejumbrosa
de las gentiles hijas del Océano,
que en su pecho vertía
las infinitas ansias del deseo,
volvió a sonar dulcísima en su oído
para decirle en melodioso idioma:
"¡Despierta, Prometeo,
que en las lejanas cumbres
un nuevo sol asoma!"
Volvió el Titán a sacudir airado
sus duros eslabones,
que al esfuerzo supremo rechinaron;
y las rocas cayeron
como viejos torreones
por el rayo de Júpiter heridos,
y los cuervos hambrientos se alejaron
con lúgubres graznidos.
Olegario Víctor Andrade,Prometeo
lunes, 10 de diciembre de 2007
Prometeo X-IV
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